Nos referimos antes al mito fundacional de la nación, que fue alimentado en la revolución oriental desde sus inicios. Se generó una épica, un sentimiento de trascendencia, de grandeza y de forja identitaria en el que los orientales no se limitaron a alzarse en armas por obediencia a la Junta de Mayo, también revolucionaria, sino que se erigieron rápidamente en sujetos de transformación histórica, es decir, en seres capaces de asumir la conducción de sus propias existencias, poner de manifiesto su voluntad, torcer el rumbo de los acontecimientos y tomar decisiones, aunque éstas implicaran dolor, sacrificio y tormento. No deben olvidarse, en ese contexto, las dos asambleas orientales de 1811, decisivas en la conformación de un pueblo activo, determinado, movilizado y combativo. Pues bien; en la “Oración inaugural” del 5 de abril de 1813, en la apertura del Congreso del cual emanaron las Instrucciones, dice Artigas: “Nuestra historia es la de los héroes. El carácter constante y sostenido que hemos ostentado en los diferentes lances que ocurrieron anunció al mundo la época de la grandeza. Sus monumentos majestuosos se hacen conocer desde los muros de nuestra ciudad hasta las márgenes del Paraná. Cenizas y ruina, sangre y desolación, ved ahí el cuadro de la Banda Oriental y el precio costoso de su regeneración. Pero ella es pueblo libre”.
Esta Oración inaugural y estas Instrucciones representan un momento fundacional porque marcan, precisamente, el término (o la supresión) de un mundo y la construcción consciente de otro al que se quiere dotar de nuevos atributos cargados de autodeterminación. Llama la atención que la historia de las ideas y la mayor parte de las producciones académicas de la filosofía latinoamericana no se hayan detenido en la revolución oriental ni en la figura de José Artigas, ni en estos cruciales aspectos. En cambio, se recuerda y se analiza continuamente la obra y el pensamiento de próceres como Simón Bolívar, en un contexto que configura esos abusos de memoria y abusos de olvido de los que habla tan acertadamente Paul Ricoeur. Claro está que ese olvido y desatención es parte del problema que aqueja a América Latina en cuanto a su propio reconocimiento y a su emerger en una constelación de nuevos estados-naciones como protagonistas históricos con derecho al verbo, como dice Leopoldo Zea.
Si hacemos un razonamiento inductivo y vamos de las Instrucciones del año XIII al proyecto liberador de América en su conjunto, resulta que, tal como expresa el filósofo Arturo Andrés Roig: “Cuando se habla de América (…) en la medida que no se avanza hacia una consideración de su realidad social, existe el peligro de su simplificación y de quedarse por tanto en un nivel abstracto”. Para que eso no ocurra con las Instrucciones artiguistas, es preciso, no solamente recordar y conmemorar, sino dejarnos inspirar en el presente, desde la interpelación del pasado y hacia la configuración del futuro. Sólo así podremos seguir enarbolando nuestra condición de sujetos de transformación en este largo y complejo devenir al que llamamos historia.