Pocos, seguramente, se imaginaron una campaña tan apática como esta, donde no se aprecia el clima electoral de otras elecciones. Sin embargo, hay un rumor muy consolidado de un cambio en ciernes, lo que puede explicar en gran medida la ausencia de contienda. Un poco porque el oficialismo ya respira la derrota y otro poco porque la oposición mantiene prudente cautela con un perfil bajo, pero sin desatender lo que mejor sabe hacer: militar mano a mano con la gente y entre la gente.
Seguramente sea ese el mayor instrumento con que cuenta la fuerza opositora para asegurarse el triunfo en octubre, la marabunta frenteamplista que sabe que se juega mucho para volver a ser gobierno y retomar el ciclo progresista con renovada ilusión.
Si en la campaña pasada cometimos “horrores” en términos políticos y electorales, esta vez se tuvo la madurez política que la ocasión requería con una fórmula potente y consolidada el mismo día de la elección interna. Todo lo contrario que hizo el oficialismo, que –parece escrito por un supremo guionista– cometió los mismos o peores errores nuestros de entonces.
Estrategia de campaña
También inciden otros factores y la estrategia es sin dudas la madre de todas las razones habidas y por haber a la hora de buscar explicaciones en un proceso electoral. Y todo indica que la estrategia elegida por la coalición frenteamplista en esta oportunidad no pasa por la confrontación directa sino todo lo contrario. Va por el mano a mano con la gente, esa que -en definitiva– es quien decide la contienda.
Y estuvo muy bien planteada dado el dispar y parcial escenario que se planteaba en esta ocasión, donde bajo el velo de una participación partidaria aislada, los multicolores hacían fila para confrontar -en barra– al candidato frenteamplista. Una barra que no estuvo sola nunca, pues sumaba (salvo honrosas excepciones) a la claque periodística que los acompañó durante toda esta gestión.
Ante un escenario tan parcializado, estuvo perfectamente decidida la estrategia de campaña de no asistir a programas donde no se respetara la paridad identitaria de los bloques que confrontan en este ciclo electoral. Un ciclo que estuvo precedido por innumerables casos de parciales entrevistas donde se interpelaba a los referentes de izquierda cual si fueran hoy los gestores de turno.
En ese punto, estuvo plenamente confirmado en los hechos que la concurrencia a determinados periodísticos en desigualdad abonaba a la campaña de la coalición oficialista y poco o nada aportaba a la estrategia del Frente Amplio.
Con ese panorama, la inasistencia de la fórmula de izquierda a determinados eventos y/o programas dejó sin argumentos al oficialismo y su hueste de operadores de prensa que pasaron a criticar la ausencia como único tema, mientras que Yamandú y Carolina dedicaban su tiempo a hablar con la gente de a pie y recorrer el país de punta a punta.
Una decisión que no solo fue un brutal acierto –a mi humilde entender–, sino que parece haber consolidado una tendencia irreversible en las encuestas.
La primera y el voto silencioso
La elección del próximo 27 de octubre puede ser la única, pero no es seguro ni tampoco lo advierten las propias encuestas que dan por hecho la segunda vuelta. Pero como las encuestas son falibles, será la foto final la que decida finalmente lo que ocurrirá ese día. Lo cierto es que en octubre se juega el primer tiempo de un partido importantísimo en la vida de todos los uruguayos, pues nos jugamos el futuro del próximo lustro y de muchos más por delante..
El 27 de octubre el Frente Amplio va por la mayoría parlamentaria y por consolidar el regreso a ser gobierno para recomponer el rumbo a un país que está a la deriva para la mayoría de su población y que gobernó para unos pocos. Esa mayoría está muy cerca de conseguirse, pero los frenteamplistas vamos a dejar todo en la cancha, en el puerta a puerta y mano a mano para buscar un resultado aún mayor de volver a ser gobierno como aquel año 2004 en que supimos ganar en primera vuelta.
En el interior es evidente la existencia de un voto silencioso que dará que hablar. Los escenarios así lo muestran, el contexto es otro y está muy influenciado por la actividad cuasifeudal desplegada por las administraciones departamentales. El que no es del partido del intendente tiene pocas o nulas posibilidades de subsistir en un entorno donde todo gira alrededor de las comunas. A tal punto que las pocas voluntades que desafían a la autoridad política sufren descaradas discriminaciones a la hora de la gestión de los recursos departamentales e incluso son omitidos en servicios básicos que los saltean de forma inadmisible pero cierta.
Por eso es que en octubre hay un comportamiento distinto en el interior que puede marcar la diferencia de forma notoria y ahí se ha puesto gran parte de la estrategia de la fuerza de izquierda.
No será fácil, tampoco es imposible ni está nada ganado todavía. La campaña está fría, o al menos eso parece para algunos; en cambio, hay muchos que no se resignan y salen todos los días a patear kilómetros y golpear puertas para convencer a más y más uruguayos de que el único partido capaz de gobernar para la gente es el Frente Amplio.
La marabunta frenteamplista está viva y despierta; está en la calle, donde mejor se mueve y donde el abrigo es rojo, azul y blanco.