Algo huele mal. No sé si en Dinamarca (como dice el texto de Hamlet) o en la especie humana. Concretamente, en la manipulación de contenidos para provocar. Sí, una obviedad. Como la enorme obviedad de sentir rechazo por algunas frases dichas por Enrique Cachete Espert en la entrevista que le realizó el semanario Voces.
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Rechazo en concreto cuando dice que estuvo preso por “cosas de minas”… ¿Qué será, en concreto, estar preso por cosas de minas? Podríamos fantasear con esa frase o, como si se tratara de un taller de ficción, podríamos usarla como disparador para que los demás escriban a partir de ella. ¿Qué vendría después? ¿Proxeneta, golpeador, gigoló?
El campo se dilata como la pupila frente a lo inverosímil. Si el taller literario fuera de dramaturgia podríamos continuar la escena con la mezcla de testimonios, en un género que está muy de moda: ficcionar lo real. O tantas otras formas de ser nombrado. Estaríamos en un caso auténtico de ficción versus realidad. ¿Quién ganará?
O cuando se refiere a la educación a la antigua y a la moderna, y los “boleos en el orto” que los progenitores daban a sus vástagos para hacerlos marchar derechitos. Avalar la violencia en la familia, seguir naturalizando lo que se ha discutido desde lo social, lo educativo y como reflexión del individuo sobre el individuo en su camino hacia la libertad. Obviedades. Como seguir indignándose frente a la estupidez, la injusticia y el machismo atornillado. Ese mismo que todos tenemos: ¿quién es virgen del flagelo?
Rechazo, porque desde que la leí no pude con el bicho que se desató en mí. Quizá ese sea uno de los fines de la entrevista. ¿Será? La cosa me carcomía hasta que entendí que lo que más me molestaba era cómo se rescata el pensamiento del macho rancio oriental. Y desde ese lugar decido escribir. Entonces, sin ánimo de atacar el sentido de la entrevista, que quizá quiera evidenciar personajes, dejarlos al descubierto, no sé, no quiero especular, sólo quedo arrasada con el lenguaje violento que se desparrama sin piedad. Y sobre eso quiero poner un manto de lucidez, porque de lo contrario, tanto esfuerzo para pensar al ser humano y sus derechos, sería en vano. El lenguaje puede ser terrorista, poético, bello, feo; puede anular, bloquear, elevarnos, ejercitar la imaginación o embrutecernos hasta el infinito de lo inenarrable. El lenguaje puede mucho. Eso lo sabemos; no existe mejor nomenclatura, no existe aún gramática más compleja, rica y organizadora de quien somos que el lenguaje. Estamos agradecidos de que siga existiendo, a pesar de querer desmantelarlo. A pesar que se confunda.
La idea revolotea como un pájaro herido. Pienso en la fragilidad de las conquistas en derechos, o quizá la misma fragilidad habla de la fortaleza, un razonamiento aislado como el de este señor quizá reafirme lo conquistado. Para ser más exacta, si las conquistas no tuvieran anclaje tampoco alcanzaría la ley para protegerlas. No. Nada sería suficiente si no existieran las reacciones humanas frente a irrupciones de este calibre. Eso queda en evidencia, quizá sea una de las obviedades que enunciaba al principio.
¿Por qué un señor que hace apología del delito tiene espacio en un medio periodístico serio? El otro no es solamente por lo que erra, el otro es un todo. Alguien que tiene luces y sombras.
Pero además, el que se coloca en el pedestal para señalar inmoralidades es un inmoral, un desorden ético. El Uruguay del macho, del peor tufo machista, el Uruguay de la viveza criolla porque es de machos vivos ser proxeneta, cogerse muchas minas a la vez (pagadas), escupir en la cara de Mary da Cunha, andar a los tiros en el Teatro de Verano, irrumpir en lugares de ensayo con su patota de maleantes y secuestrar a los músicos que quería para su troupe, a la que llama “murga”. Ese Uruguay de los vivos, de los machos que se creen con voz para apagar las nuevas voces, las que quieren otro país, de igualdades, de rescatar lo mejor del otro. Ese Uruguay ya no lo quiere nadie. No. No lo quieren ni las mujeres ni los hombres. No lo quieren las nuevas generaciones. No lo quieren las viejas generaciones. No queremos recuperar los pasados vencidos, los pasados putrefactos, los pasados con olor, con mal olor.
Truman Capote entrevistó a un criminal para escribir su famosa novela A sangre fría, y lo entiendo. Yo entiendo cuando las finalidades están por encima del contenido de la entrevista.
Entonces supongo que discutir con una xx debe ser difícil, porque acá no se pone nada de inteligencia, nada de desarrollo humano sobre la mesa. Es el Uruguay que queremos sepultar: el de la patota intelectual.