La escena se desarrolla en Manga o Punta Rieles en medio de la calzada. Un video casero que circula por las redes sociales muestra a un anciano barbudo cargando un cajón de madera que parece haber sacado de un carrito que está a pocos metros.
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El viejo blande un instrumento que parece un palo pero dicen las redes y el comunicado policial que era un machete. Camina tambaleándose y tirando garrotazos al aire, se enreda en sus piernas y tropieza, pero no cae. Atropella contra el carro y castiga al perro, le pega a la nada y a nadie mientras es observado por los vecinos, algunos curiosos y tres policías que ni siquiera extraen sus cachiporras.
El vagabundo parece una caricatura de la demencia o de la ebriedad. El espectáculo es curioso, deplorable y deprimente. Una moto aparece en primer plano y el policía que la conducía, con casco y chaleco antibalas, desenfunda su pistola y “se presta a ejercer la autoridad”. Recuerda al ministro Larrañaga, quien los arenga y los induce a hacer respetar la ley (la LUC).
“Está atacando”, dice una señora refiriéndose al orate. “Si le pega a uno, le van a terminar disparando”, acota otro. Los vecinos se asombran y hacen comentarios como si presenciaran un espectáculo circense. “No tiene ni fuerza el viejo” dice una voz más reflexiva. Los tres policías miran al sujeto y no intervienen. No realizan ninguna acción que tenga el propósito de desarmarlo ni se proponen proteger a nadie. No disponen de ningún arma no letal ni usan las pistolas letales que tienen. El riesgo es mínimo, cualquiera percibe que el viejo está pirado o muy borracho y que apenas se puede sostener en pie. Nadie le advierte, ni le grita ni le da una voz de alto. Ninguno de los tres policías que lo observan, ni siquiera los tres juntos intentan repelerlo con sus cachiporras. El policía de la moto le apunta con una pistola 9 mm. El viejo lo encara de lejos -tal vez a tres o cuatro metros- y golpea con el objeto al aire. Un vecino supone que “se desacató” y otro incita a “darle pa’ que tenga”.
Los otros policías miran sin moverse y el que está más cerca le dispara un tiro en el pecho. El viejo cae como podrido y los otros policías despiertan del asombro, se arrojan sobre el herido y lo esposan. El gesto de amarrarlo es inapropiado, exagerado e inútil. El hombre estaba herido, inmóvil y desarmado. El disparo fue desproporcionado, el policía que disparó no fue agredido, no hizo un “tiro” de advertencia ni le disparó a las piernas. Nunca estuvo en peligro su vida ni los compañeros percibieron que corría un riego mayor. Al menos nada hicieron para defenderlo. Una “voz en off” de algún espectador reflexiona “que no pasaba nada”. Hasta ahí, lo que se ve en este video.
De lo que ocurrió antes del video, no sabemos nada; después del video, sólo que fue llevado a la policlínica de Capitán Tula a pocos metros del incidente, con un impacto de bala en el tórax y que permanece en “estado reservado”. Tan reservado para la prensa que nadie contesta el teléfono en la policlínica mencionada, donde, según el comunicado de la Guardia Metropolitana, trabajaba uno de los policías curiosos.
La justificación de este crimen disparatado estará a cargo del ministro del Interior, Jorge Larrañaga. El episodio tiene dos víctimas: el anciano herido, que ojalá no muera, y el policía de la motocicleta, víctima no inocente de una prédica abusiva que justifica cualquier barbaridad en nombre de la autoridad.