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¿Cuánto vale la tenencia de la pelota?

Por Rafael Bayce.

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La ‘tenencia de la pelota’ es un asunto muy discutido técnica y tácticamente, y muy interesante por cierto, sobre todo desde que en los partidos de fútbol se mide el porcentaje de tenencia de cada equipo al terminar el primer tiempo y al finalizar el partido. El conocimiento de estos datos y su difusión en comentarios de partidos y notas periodísticas facilita innumerables cavilaciones comparativas entre equipos, y entre el pasado y presente de cada uno de ellos, entre otros tópicos. El tema pasó al primer plano de los debates futbolísticos a raíz del alto porcentaje que mostraba en sus partidos el largamente exitoso Barcelona de Pep Guardiola, luego cuando ocupó el mismo cargo y campeonó en el Bayern Munich, y también cuando la selección española -con la base de Barcelona- fue campeona europea y luego mundial. Todo esto llevó a sobrevalorar la tenencia como la razón fundamental de esos triunfos, por lo que muchos equipos y comentaristas creen que simplemente mejorando el porcentaje de tenencia de la pelota ya se acercarán a los desempeños de los equipos campeones de Guardiola y a los formados sobre esa base. El maestro Tabárez, socarronamente, ha deslizado en alguna entrevista que aprendió en Italia el valor relativo de la tenencia de la pelota como argumento fundamental para cimentar triunfos. Y defiende la verticalidad del manejo de la pelota uruguayo. En mi experiencia personal, nunca olvidaré haber visto trabajar, en Buenos Aires, antes de disputar y ganar frente a Independiente la Intercontinental en 1964, al Internazionale de Milán del entrenador Helenio Herrera: un equipo con ‘catenaccio’ contragolpeador, teóricamente defendido por él como el mejor sistema y modus operandi si se tienen los jugadores adecuados para jugar así. ¿Quíén tiene la razón, o cuánta razón tienen los que defienden la tenencia propia, o los que argumentan la cesión de la tenencia para facilitar el cerrojo y el contragolpe?   Si la tengo yo, no la tiene el contrario Es correcta la sentencia, pero no asegura ni hace siquiera más probable que de esa superior tenencia resulte una mayor probabilidad de generar jugadas de ataque con riesgo de gol. Tampoco asegura un menor riesgo defensivo que el otro no tenga  posesión de la pelota. Uno: Un partido de fútbol no es un ‘monito’ en que ganan los que la tienen o los que cortan esa tenencia colectiva. En el fútbol, lo que se hace vale en función de lo que facilita o no, directa o indirectamente, la probabilidad de jugadas de riesgo para el adversario; y de lo que, también directa o indirectamente, facilite la improbabilidad de que el adversario genere jugadas de riesgo de gol en nuestra área. Y la mayor tenencia de la pelota propia no es una herramienta infalible para todo eso. Véanse los porcentajes de tenencia de la ‘sorprendentemente eliminada’ España y del ‘sorprendente cuartofinalista’ Suecia, que, ‘a la italiana’ dejó en el camino del mundial de Rusia a una Italia que está tratando de no jugar como juega desde hace 50 años, con la impronta triunfadora del aquel Inter de 1964. Dos: Si usted toca y toca maximizando la tenencia, probablemente le ocurran dos cosas negativas para sus intereses deportivos: llevará a todos sus jugadores a campo adversario y arrastrará a sus adversarios a campo propio, con lo cual se reducen los espacios de maniobra para quienes atacan y mejoran las probabilidades de defender espacios y de cerrar caminos a penetraciones individuales y tiros al arco con tiempo, lugar y tranquilidad para hacerlo. Como se dice en la jerga deportiva, tener mayor posesión de pelota ‘fabrica un embudo’: hay más jugadores, cuerpos y piernas por metro cuadrado, lo que facilita la labor defensiva y dificulta la tarea ofensiva. Cualquier back que solo disponga de físico grande, concentración y arrojo puede parecer un buen zaguero, por culpa de los que no lo obligaron a defender en grandes espacios. Al mismo tiempo, le agrandará el espacio de ataque a sus adversarios, facilitándoles la generación de contragolpes y perjudicando la tarea defensiva propia. Estos movimientos obligan a los defensores a girar y picar para enfrentar a los atacantes rivales, mientras ellos corren de frente y sin la desventaja de girar; y de tener que pasar de una posición de tenencia y ataque a una de defensa abruptamente, con la desventaja de perfil recién expuesta. Se comprometen de esta manera jugadores que retornarán con dificultades si la pelota se pierde: habrá que enfrentar, en espacios grandes y girando, a adversarios agrandados por la sorpresa y con vasto espacio de maniobra y facilidad para saltar al ataque desde atrás, lo que es menos visible para los defensores que están ocupados en el control de los que vienen con pelota, espacio y perfil mejores. Los delanteros uruguayos, con espacios reducidos y marcas más encimadas, terminarán jugando de espaldas al arco rival, perdiendo así la ventaja de atacar de frente, como la tienen nuestros adversarios a los que les hemos fabricado un espacio grande de contragolpe. Al perder muy buena parte de las posibilidades de picar a espaldas de los defensores, ya que nosotros mismos hemos borrado esos espacios al empujar a nuestros y rivales hacia el área a defender, con ese toque y toque que les da a todos tiempo como para ocupar una posición defensiva; y a los que ya la tenían, ver mejor, despreocuparse de sus espaldas y disfrutar de los espacios reducidos que facilitan la destrucción y perjudican la construcción.   La tenencia termina dañando Los equipos de Guardiola no solo tocaban; el secreto, más que la tenencia, era la capacidad del equipo y de sus jugadores para anestesiar con el toqueteo y luego romper esa rutina con tiros de media distancia, desbordes, paredes fulminantes, ruptura de líneas en dribbling o con pases punzantes. La tenencia solo disimulaba y generaba sorpresa para la media distancia de Xavi o Iniesta, para las paredes con base en Iniesta, para los pases punzantes de Dani Alves, para los caracoleos soprendentes de Messi, para el talento de Ronaldinho. La tenencia debe anestesiar y ocultar lo que realmente hará daño, que es ni más ni menos que todo lo otro que Barcelona, España y Bayern Munich tenían además de la capacidad para intercambiar pases inofensivos en sí mismos. Porque no sirve para nada si no es una rutina envolvente y anestesiante que impide ver la gestación de otras maniobras que son las que realmente dañarán. A lo más podrá sufrirse algún ‘olé’ de la tribuna, que puede conducir al error fatal de querer interrumpir la tenencia, como si se fuera el encargado de cortar un ‘monito’ en un entrenamiento. Ahí es que a los toreros se les facilitará la faena, si en lugar de abroquelarse y reducir espacios se intenta impedir algo que en sí no daña y que hasta puede fabricarnos algunas ventajas, como analizamos líneas arriba.   Atacar o generar contragolpes La tenencia de Guardiola y de la España multicampeona es una tenencia anestesiante que disimulaba los recursos letales a disposición. Como hemos visto, la tenencia en sí misma no ofende sino que puede hasta ser contraproducente si no se cuenta con otras virtudes. Solo si se tienen los recursos, rutinas y jugadores que sepan sorprender a los anestesiados sufrientes del toque y que nos regalen posiciones, perfiles y espacios para el abroquelamiento defensivo adversario y su salida en contragolpe, se tendrá éxito. La cesión de la tenencia también puede funcionar si se arriesga en el toque, si se avanza espacialmente de modo que se fabrica un embudo que facilita la defensa y dificulta el ataque. Si se tienen defensores grandes y de vocación destructiva, si se tienen mediocampistas que son buenos lanzadores de delanteros veloces y con capacidad de definición, ceder la tenencia puede ser más conveniente que lucir la tenencia, como lo hizo aquel Inter de Milán, o aquellos equipos italianos tan imitados por los equipos que enfrentaban a rivales técnicamente superiores hasta hoy. Los dos procedimientos pueden funcionar: depende de los jugadores de que se disponga, de quién sea el rival; ninguno es receta mágica ni veneno contaminante.  

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