Una encuesta formulada por el semanario Búsqueda solicitó que cada uno de los candidatos presidenciales dijera a qué pensadores mencionaría como sus referentes en temas económicos y qué libros en esa área han influido en su pensamiento.
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Como el lector de estos editoriales sabe o al menos imagina, yo soy marxista. Ser marxista significa muchas cosas, pero al menos, para serlo, hay que haber leído algún texto escrito por Carlos Marx, hay que creer que la infraestructura económica determina la superestructura (con algún matiz), en la lucha de clases, en la apropiación de la plusvalía y en que el valor trabajo (aunque hoy se llame inteligencia) es el principal factor de producción y, en consecuencia, el que mejor debe ser remunerado. Por todo esto me resulta muy interesante saber cuál es el economista de referencia de los candidatos presidenciales a la cruciales elecciones de 2019.
El ingeniero Daniel Martínez respondió: «Les diría uno por encima de todos: Joseph Stiglitz; El precio de la desigualdad y El malestar en la globalización deben ser siempre una lectura recomendada”.
Ernesto Talvi no nombró a Milton Friedman, el alma mater de la Universidad de Chicago, donde él vio la luz. Debió nombrarlo porque es su verdadero mentor, pero es obvio que le pareció un poco incómodo con su nuevo maquillaje. No nombró a Friedman, asesor de Augusto Pinochet, ni a Ramón Díaz, su maestro, el que inspiró el nombre de uno de sus hijos. Hizo lo mismo que con Pedro Bordaberry: los «borró» para conservar la imagen ultramentirosa de batllista de don Pepe que el publicista Pancho Vernazza y la Brookings Institution le dijeron que fingiera, y lo viene haciendo muy bien, aunque muchas veces se le nota en el dobladillo y ya empezó a caer otra vez en las encuestas y no lo alcanza a Pompita, aunque le pisa los talones..
En vez de a Friedman, el «gran simulador», Ernesto de Chicago, nombró a Gary Becker, también procedente de la Universidad de Chicago, que es un hombre famoso por darles valor económico a todas las variables de la vida humana, y que por eso llegó a calcular el rédito económico que a un sujeto cualquiera le proporcionan su familia y sus hijos.
Sí, aunque el lector no lo crea (y si no lo cree, que lea sus libros Capital humano y Tratado sobre la familia), Becker afirma que “cada integrante de la familia optará por realizar aquellas actividades en las que son más productivos y eficientes, lo cual se origina por las diferencias biológicas que existen entre los hombres y las mujeres y a las inversiones por capital humano, lo que genera una desventaja para las mujeres en el mercado laboral con respecto a los hombres, por lo que el autor recomienda que la especialización de las mujeres se dé en actividades domésticas. Cabe mencionar que las diferencias biológicas y el capital humano repercuten positivamente en los salarios, generando beneficios en el ingreso de la familia. Por otro lado, establece la existencia de cálculos económicos, en los que […] los hijos eran vistos como bienes de inversión, los cuales pasarán a ser bienes de consumo pues son vistos como sustento».
Bien, Ernesto de Chicago esquivó con astucia a Ramón Díaz (inspirador económico en las sombras de la dictadura uruguaya) y a Milton Friedman, el asesor del dictador genocida y ladrón Augusto Pinochet Ugarte, pero no pudo evitar caer en Gary Becker, un desalmado calculador de cuánto vale un hijo para nuestro futuro. Becker y Talvi son de terror, no representan a nuestro Uruguay batllista, frugonista y wilsonista, sino al cálculo desalmado de la mayor utilidad por ser humano, agregando además que para ellos la mujer es un ser inferior, destinado a las actividades domésticas.
Esta es la verdad predicada en la Universidad de Chicago, donde Ernesto vio la luz, y la encontró en el Uruguay de Ramón Díaz. Su batllismo de don Pepe, su «pequeño país modelo» y su «liberalismo progresista, humanista e internacionalista» son la más grande de las mentiras.
Muchas gracias al astuto periodista de Búsqueda por ayudarnos a develar lo que pasa por la enmarañada cabecita de Ernesto de Chicago.
Pero en lo que más ha ayudado Búsqueda, seguramente sin querer, es con Luis Pompita Lacalle Pou.
Pompita demostró -como en la Masonería, donde Ernesto de Chicago lo clavó como un zapato diciéndole en la cara que «el nacionalismo es malsano» sin que atinara a balbucear más que disculpas- que carece no solo de toda orientación, sino también de sentido común, y a la hora de señalar un referente económico, no tuvo mejor idea, acaso aconsejado por algún Durán Barba de La Tahona, que era nada menos que «John Maynard Keynes», agregando -por si no bastara- «un libro: Por qué crecen los países, de García Hamilton».
Lo primero que hice es averiguar quién era ese señor Juan Ignacio García Hamilton (1943-2009) al que admira Lacalle Pou, y para saberlo recurrí nuevamente a Carlos Luppi. Por él supe que fue un abogado y político tucumano ferozmente antiperonista y enemigo de todo intervencionismo estatal. Su breve libro, que Luppi me prestó el fin de semana pasado y que leí el domingo cuando volví a mi casa después del partido que Peñarol ganó a Defensor en el Campeón del Siglo, no es otra cosa que un compendio de recetas conservadoras baratas, propias de un partidario de la Revolución Libertadora, una sublevación genocida gorila que el bisabuelo de Lacalle Pou, Luis Alberto de Herrera, condenó sin atenuantes, con la dureza que el Viejo Herrera usaba cuando quería.
Pero estos blancos de ahora ni le arriman la bocha a los de antes.
Con todo, lo peor de lo peor, lo inconcebible, es que se haya animado a dar a Keynes como referencia. Me sorprendió porque hubiera esperado que mencionara a Agatha Christie o al Llanero Solitario.
El que haya nombrado a Keynes demuestra que se lo soplaron al oído, tal vez para hacerle una broma. Pienso que nunca leyó a Keynes, ni conoce su trayectoria ni le preguntó a nadie quién fue. Apenas demuestra que, como cuando surfea, se dejó llevar por la ola universal de un economista que, como Johnnie Walker, pasan los años y es cada vez más famoso
Vamos a recurrir esta vez a la memoria porque para recordar a Keynes no necesito a Luppi.
John Maynard Keynes (1883-1946) fue un economista inglés que revolucionó las ciencias económicas al predicar, contra los conservadores, promover el intervencionismo estatal y las políticas económicas expansivas (lo contrario de los ajustes fiscales) en la economía como forma de resolver las depresiones (como la Gran Depresión de 1929) y las recesiones (como la Gran Recesión 2007-2010), es decir, las crisis recurrentes del sistema capitalista e inherentes a su existencia.
Como le tocó sufrir la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión de 1929, odiaba los conflictos militares, la miseria y el desempleo: por eso creyó y contribuyó a crear el Estado de bienestar, expresando que “el desempleo es un error económico y un crimen social”. “El objetivo práctico de la ciencia económica es proporcionar un cinturón protector para la civilización frente a las fuerzas de la miseria, la locura y la ignorancia” y “debemos resolver esto ahora; porque en el largo plazo, estaremos todos muertos”.
Además de tener una intensa vida cultural (integró el Grupo de Bloomsbury, acaso el mayor cenáculo de Occidente, junto con Virginia y Leonard Woolf, Bertrand Russell, Lytton Strachey, E.M. Forster, Duncan Grant y Dora Carrington, entre otras celebridades), fue un hombre de acción, ya que se opuso tenazmente (y con un libro histórico Las consecuencias económicas de la paz) al leonino Tratado de Versalles, que trajo, como él pronosticó, el rearme alemán y el surgimiento del nazismo; y le escribió cartas abiertas al presidente Franklin Delano Roosevelt para que adoptara políticas estatales intervencionistas y expansivas para derrotar la Gran Depresión. Fue partidario de los monopolios públicos en ciertas áreas de las economías y de expresiones sindicales fuertes que lucharan por sus derechos como forma de sustentar el Estado de bienestar. Sus políticas (que han sido adoptadas en forma permanente aunque silenciosa por las grandes potencias como Estados Unidos, China Popular, Alemania y Japón) llevaron a la «Edad Dorada del Capitalismo», entre 1945 y 1973. Fue derrotado por los intereses de los conservadores norteamericanos en los Acuerdos de Bretton Woods en 1944 y así el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, que él soñó como instrumentos para hacer un mundo de desarrollo equilibrado, comercio igualitario y justicia social que asegurara una paz mundial duradera, se transformaron en «síndicos de las potencias desarrolladas», lo contrario de lo que quería. Esa batalla lo aniquiló y falleció prematuramente en 1946 (ver la monumental biografía de Lord Robert Skidelsky), recibiendo un funeral de Estado en la Abadía de Westminster.
¿Qué tiene que ver este pensamiento pacifista, progresista, partidario de las política monetarias expansivas, la economía mixta, el desarrollo equilibrado, el pleno empleo y de los sindicatos con los planteos históricos del herrero-aguerrondo-lacallismo cuyo último vástago es Luis Pompita sin apellido?
¿Hay un solo punto de contacto entre el hombre que luchó por el intervencionismo estatal en la economía y las políticas monetarias expansivas como solución de las crisis con los partidarios del ajuste fiscal permanente, las privatizaciones y el egoísta interés individual por encima de todas las cosas, como fueron Luis Alberto de Herrera, Luis Alberto Lacalle Herrera y Luis Alberto Pompita Lacalle Pou?
No, no hay ni una sola coincidencia.
El único referente en economía que debió nombrar es Ignacio de Posadas, el ilustre fabricador de SAFI, entreverado más de una vez en operaciones de lavado, enemigo jurado del Estado y su intervención en la economía, pero beneficiario de millonarias exenciones fiscales.
Realmente, esta elección de Pompita (repito, aconsejado quién sabe por qué Durán Barba de pacotilla) me asusta: no puede ser presidente de la República un ser que esté tan alejado de la realidad como para no saber ni las referencias que da en materia de política económica cuando se le pregunta a menos de 40 días de las elecciones. El único ejemplo de tan grande desapego de la realidad que tenemos hoy a mano es su admirado Mauricio Macri y ya vemos adónde condujo y adónde sigue conduciendo a Argentina, un país que pasó a tener 35% de pobreza, 102% de deuda sobre el Producto Interno Bruto (por su alegre sometimiento al FMI) y 56% de inflación.
Reitero y reiteremos a todos los compatriotas: Pompita no pude ser presidente de la República, no ya por su conservadurismo y por el ajuste brutal destructivo y asesino que traería, sino por su falta absoluta de sentido común.
Solo le pido a Dios…
Finalmente, nos queda comentar lo mejor: como era de esperar, el ingeniero Daniel Martínez, candidato presidencial del Frente Amplio, señaló a un autor de reconocida experiencia, autoridad y trayectoria. De nuevo recurro a Luppi aunque de Stiglitz he leído un poco más, precisamente a sus instancias y siguiendo sus consejos.
Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2001, Ph. D. del Massachusetts Institute of Technology (MIT), docente en las universidades de Yale, Stanford, Oxford, Princeton y Columbia; se desempeñó como titular del Gabinete de Consejeros Económicos (1995-1997) del presidente William Bill Clinton; y fue primer vicepresidente y economista jefe (1997-2000) del Banco Mundial. Es uno de los principales integrantes del Grupo intergubernamental de expertos sobre el cambio climático (IPCC); miembro de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales y recibió el Premio Nobel en Ciencias Económicas en 2001 por sus análisis de mercados e información asimétrica.
Es conocido por su visión crítica sobre la globalización , los economistas de libre mercado (a quienes llama «Fundamentalistas de libre mercado») y organismos multilaterales de crédito, como el FMI y elBanco Mundial . Es considerado un partidario de la Nueva Economía Keynesiana; fue durante 2008 el economista más citado en el mundo y en 2012 ingresó como académico correspondiente en la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras de España.
Los dos libros citados refieren, uno a los aspectos a corregir para que un país pueda insertarse adecuadamente en la economía globalizada, y el otro a los costos que tiene la desigualdad en la economía de las naciones. Ambas son obras de absoluto interés en nuestra realidad.
La mención a Stiglitz de Daniel Martínez nos pone ante el Martínez que estamos conociendo y muestra la seriedad de un candidato que está preparado para ejercer la primera magistratura de Uruguay y está adecuadamente formado como lo muestra su carrera académica, su actuación profesional y sindical y su intensa y exitosa gestión en el Estado, en el que fue ingeniero en las refinerías de Ancap, senador, presidente de un ente autónomo, ministro de Industria, Energía y Minería e intendente de Montevideo.
Nuestro país puede confiar plenamente en él.