En los últimos días se ha puesto en el centro del debate la reducción de la jornada laboral. Tema que requiere un cuidadoso abordaje y análisis, en el que tanto avanzar en esta línea como su implementación es un proceso en etapas que debe ser bien analizado, implementado y reglamentado.
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El tiempo de trabajo o lo que habitualmente se llama jornada laboral ha sido un tema de preocupación desde diversidad de perspectivas, pero los inicios de la regulación sobre la misma se basan en la necesidad de controlar los riesgos que provoca el exceso de horas de trabajo. Se cumplen 104 años de la primera declaración de la OIT sobre esto. Desde comienzos del siglo XIX se reconocía la preocupación del hecho de que trabajar jornadas extremadamente largas constituía un riesgo para la salud de las clases trabajadoras.
Fue desde esta perspectiva que en el año 1919 se firma el primer convenio de la Organización Internacional de Trabajo para limitar la jornada. Desde ese momento se viene avanzando en estudios, normativas y diversidad de herramientas y en concreto a nivel de la OIT como organismo de referencia en el tema se siguió aportando y generando recomendaciones a ser adoptadas por los países que la integran. Hoy en día la OIT tiene un conjunto de instrumentos y recomendaciones sobre la jornada de trabajo que van más allá de solamente las horas. Las mismas confieren “el marco para la regulación de las horas de trabajo, de los períodos de descanso semanales y de las vacaciones anuales con goce de sueldo, del trabajo nocturno y del trabajo a tiempo parcial”. Se trata de instrumentos que buscan aportar a fines tanto de derechos del trabajador como de mejora en la productividad del trabajo, atendiendo la salud, en todas sus dimensiones, de los trabajadores. Pero a la vez en los últimos tiempos han venido de la mano de incentivar las formas alternativas de trabajo, la generación de procesos para mejora de la productividad, así como la creación de empleo y la búsqueda de equidad entre hombres y mujeres en particular en lo que hace a los cuidados y distribución de tareas dentro del hogar.
En concreto, la OIT declara que la reducción de la jornada laboral es beneficiosa para la salud y el bienestar de los trabajadores, permitiendo mayor espacio para la vida familiar y recreativa. También refuerza la productividad, favorece aspectos como la seguridad en el lugar de trabajo y promueve la equidad de género. Todo ello se traduce en jornadas mejor aprovechadas.
También en diferentes ámbitos se ha planteado el tema desde la perspectiva económica que analiza el mercado de trabajo y el empleo, viendo como la opción de creación de empleo. Desde la lógica del capital humano en mejora de la gestión, productividad, condiciones de trabajo. Desde otros enfoques, que van de la equidad de género, salud y seguridad en el trabajo, entre otros, hoy en muchas realidades la reducción de la jornada de trabajo es una realidad, siendo un proceso que parece empezar a instalarse y, como tal, se debe abordar desde el punto de vista público y privado.
El mundo se viene transformando y con esto los mercados. Venimos en un avance significativo en derechos y en el cuidado de la salud y seguridad en el trabajo, entendido desde los derechos como de una mejora en la gestión empresarial. Pero al mismo tiempo se avanza en forma vertiginosa en el cambio tecnológico y en los procesos de transformación digital que han causado hasta cuestionamiento en lo que hace a la creación/destrucción de empleo y lo que es el futuro del trabajo. En este marco, la reducción de la jornada de trabajo se ve como una alternativa tanto de parte de los gobiernos, como de los trabajadores, como de las empresas.
A lo largo del siglo XIX se ha avanzado en forma generalizada en lo que hace a la reducción de la jornada laboral, licencias y todo lo vinculado a derechos de los trabajadores. En particular en los países más avanzados, en el siglo XX se han visto exigencias de más tiempo de trabajo, en todos los tipos de rubros. Esto ha sido producto de la propia realidad del mercado, la globalización y la búsqueda de mejorar resultados con base en el trabajo disponible sin aumentar costos.
Es en este contexto, desde la propia OIT, en una publicación de 2018 de Andrés Marinakis, especialista en Políticas de Mercado e Instituciones Laborales de la Oficina de la OIT para el Cono Sur de América Latina, se afirma que los “principales desafíos que enfrenta la jornada de trabajo en la actualidad es conciliar las necesidades de las empresas de incorporar cierta flexibilidad que contemple sus ciclos productivos y la expectativa de los trabajadores de que esta flexibilidad les permita mejorar su calidad de vida en aspectos tan importantes como, por ejemplo, la familia y la educación”.
Un primer elemento para tener en cuenta es la práctica habitual a nivel del país, de la región, del sector. Esto puede verse desde varios enfoques, pero podríamos simplificarlo en tres alternativas cuando las fija el empleador, cuando se negocian entre empleados y trabajadores y a veces se incluye el Estado en la negociación o finalmente cuando las fija el Estado por norma.
En segundo lugar, cada vez son más las presiones de una y otra parte. Desde la necesidad de flexibilizar de parte de los empleadores hacia diversidad de preferencias de parte de los trabajadores. De esta parte, la reducción de la jornada de trabajo se viene dando de la mano de flexibilización, trabajo remoto y alternativas de uso del tiempo.
De la mano de lo anterior vienen los procesos de transformación digital y las oportunidades que la misma da en términos de reducción de la jornada. Al respecto, en el “Informe de la Comisión Mundial sobre el Futuro del Trabajo” (OIT, 2019) se afirma en forma contundente que la reducción de la jornada laboral a partir de las mejoras de la productividad” sigue necesitando avances y “sigue siendo un importante objetivo de política”. La transformación digital tiene alcances enormes; trabajar en cualquier lugar y en cualquier momento puede resultar en aumentos en las horas de trabajo, por lo que es necesario tomar ciertos recaudos, como, por ejemplo, introducir el derecho a la desconexión. También se dan mayores posibilidades de organización del trabajo y mejoras en el uso de tiempo y hasta productividad con ahorros de tiempo para el trabajador y de otros gastos a nivel de las empresas. Esto no estaba tan claro hasta 2019, pero la pandemia fue el laboratorio perfecto y escenario real obligatorio para ver que era posible trabajar desde casa, bajar horas generando herramientas de gestión y mejorando en la incorporación de tecnologías.
Sin dudas el tema es complejo, pero ya es un proceso en avance en el mundo y Uruguay no debe estar ajeno. No parece razonable negarse a la reducción de la jornada laboral. Es una nueva etapa de las relaciones laborales que implicará un nuevo desafío para la negociación colectiva. No es un tema que se discute solo; el de la reducción de la jornada va de la mano de seguir avanzando en derechos laborales y de la búsqueda de mejoras en la productividad que sea canalizada tanto hacia empresarios como a trabajadores.
A nivel de nuestra región (América Latina) y de nuestro país, los desafíos son importantes porque las dificultades en términos de incremento de la productividad son relevantes y existen niveles de desempleo y de informalidad que reducen el alcance. Pero no es nuevo tenemos una cantidad de antecedentes en otras realidades, en particular en muchas economías avanzadas, pero también en sectores concretos. Esto muestra que es posible, es necesario, pero requiere de un tratamiento abarcativo en términos de diálogo social. Avanzar en la reducción de las horas de trabajo en el empleo es objeto de política y ha quedado relegado en las regulaciones del mercado de trabajo no siempre siendo tema de las negociaciones colectivas. Se está planteado el tema para avanzar en este sentido.