Las discrepancias sobre políticas sos comunes en el seno de todos los oficialismos, y como es harto conocido que los márgenes de acción de los partidos no son iguales a los márgenes de acción de los candidatos y, mucho menos, de los gobiernos constituidos, cabe esperar que cada tanto tomen estado público posiciones divergentes.
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En cuestiones internacionales esto puede obedecer, a su vez, a un motivo adicional: los gobiernos deben ser muy cuidadosos en sus pronunciamientos en este terreno, toda vez que una declaración inadecuada, extralimitada, puede suscitar problemas diplomáticos con consecuencias importantes para el relacionamiento con otras naciones.


Sin embargo, una cosa es ser muy medido cuando se opina de lo que sucede en otros países y ser, por lo tanto, respetuoso del derecho de autodeterminación de los pueblos y de las soberanías nacionales; y otra cosa es no expresarse claramente en la denuncia de un genocidio llevado adelante por un Estado contra la población civil de otro país. En un genocidio no hay espacio para expresiones ambiguas, neblinosas ni para bifurcaciones cómodas entre la fuerza política y el Gobierno.
Lamentablemente, la posición del presidente Yamandú Orsi sobre Gaza es sustantivamente distinta a la posición del Frente Amplio, como resulta claro luego de la declaración del secretariado ejecutivo llamando al genocidio de los palestinos por su nombre y convocando a la movilización popular. Cabe agregar, porque no va siempre de suyo, que la posición del presidente es, además, completamente distinta a la posición de los votantes del Frente Amplio. Esto último, que todavía puede ser puesto en discusión por fanáticos de la evidencia, no dejará con el tiempo a nadie otro camino que rendirse ante la realidad y admitir que a la inmensa mayoría de los frenteamplistas le repugna y le indigna la política de exterminio que lleva adelante el Gobierno de Netanyahu.
Esta profunda diferencia, este abismo, no va a ser subsanado con eufemismos y todavía lo será menos recurriendo a gestos que, incluso cuando bien intencionados, cargan con ingenuidad o con cierta improvisación, forzados quizás por la necesidad de dar respuesta a la demanda de la base social que los llevó al poder, pero sin alterar un ápice la decisión, que parece mucho más de fondo, de no confrontar con el Gobierno de Israel, haga lo que haga en Palestina.
Aunque es posible que muchos ya se hayan dado cuenta, este tema no es un tema menor y tiene el potencial de generar una desafección mucho más importante que otros temas de la política doméstica. Las diferencias en la órbita de la gestión pueden enojar, pueden provocar discusiones duras o molestias intensas, incluso entre personas que participan de la misma cosmovisión, pero quedan ahí, en eso, en diferencias que se manejan, que se negocian, que se olvidan. Pero hay temas que impactan en lugares entrañables, en rincones sensibles de la conciencia y hacen daño ahí donde no hay que tocar, donde se supone que está todo protegido, porque nos constituye, porque tiene que ver con lo que nos hace lo que somos y nos pone del lado donde estamos hoy, aquí, que es del mismo lado donde estuvimos antes y allá, y en todo tiempo y en todas partes.
Es impresionante que un Gobierno del Frente Amplio tenga esta dificultad para pronunciarse sobre un genocidio que está siendo transmitido en tiempo real. Es doloroso que no pueda poner en palabras y acciones una condena clara a una práctica de exterminio sobre la que abunda la evidencia y que se cierne sobre niños, niñas, mujeres y personas desarmadas. Es impactante que nuestro Gobierno dude sobre lo que hay que decir y hacer cuando un Estado armado hasta los dientes bloquea el acceso a alimentos, agua, medicina y asistencia a dos millones de personas indefensas, mientras los bombardea a mansalva, masacrando a un pueblo inerme, sometido al fuego, a la hambruna, a la sed, a la muerte y al destierro.
Este es el mayor crimen de nuestro tiempo. Y callar ante él es tremendo. Es doloroso. Es demarcatorio. Y si no cambia, es para siempre.