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Editorial Coalición Republicana | estado de negación | blancos

Derrota anunciada

¿Por qué perdió la Ferrari con ruedas nuevas?

Es sintomático el estado de negación con el que los líderes de la coalición comparecieron a la jornada electoral.

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Las primeras reflexiones que surgen desde las tiendas de la Coalición Republicana —concediendo generosamente que esa seña de identidad existe— dan cuenta del estado de confusión que impera sobre esa parte de la diversidad. Cada dirigente con exposición pública, a lo largo y ancho del país, parece hacer un análisis distinto, frecuentemente extravagante, de las causas de la derrota, mientras los más cautos directamente confiesan que no entienden qué ocurrió, por qué perdieron.

Es sintomático el estado de negación con el que los líderes de la coalición comparecieron a la jornada electoral.

Tal vez habían acordado tácitamente creer en una realidad fabricada a fuerza de repetición insistente de escenarios hiperreales, basado en contadas encuestas de opinión pública que les pintaban una épica de remontada heroica sin antecedentes, sostenida en un clima que nunca atravesó las pantallas para situarse en la avenida, único escenario de gloria registrado en la bitácora nacional.

De no ser así, los blancos habrían llegado a la elección serenamente resignados o, si se quiere, dando la batalla con todas las fuerzas que la democracia merece y celebra, pero asumiendo que era más probable que Peñarol alcanzara la final de la Libertadores después del 5 a 0 de Botafogo en Río a que Delgado remontara 23 o 34 puntos para alcanzar el 50 % de los votos en noviembre, cuando apenas estaban en disputa 30, que eran los 30 puntos que no habían votado ni al Frente Amplio ni al Partido Nacional en la primera vuelta.

Ciertamente, algunas encuestadoras los ayudaron.

En particular, la encuestadora Cifra, que produjo un sondeo completamente insólito en el que el piso electoral de Yamandú Orsi en noviembre, e incluso su intención de voto proyectando indecisos, estaba por debajo de los votos que ya había obtenido en octubre, como si verdaderamente hubiese alguna posibilidad de que alguien que ya había votado a Orsi lo des-votara menos de un mes después, cual si el voto fuera un evento aleatorio, una moneda girando en el aire y no una decisión sólida y reflexiva de los seres humanos. Tal vez la directora de Cifra, Mariana Pomiés, se olvidó de que una elección nacional obligatoria, aunque incluya grandes números de votantes, no sigue la distribución de un proceso estocástico o, dicho de otro modo, tal vez se haya olvidado de que en una elección todos los dados están cargados. Nadie vota random way.

Con un poco de ecuanimidad, blancos, colorados y cabildantes estaban advertidos del trazo grueso del desenlace desde hace un año, más o menos.

Por cierto, creo que fue hace tres años que le preguntamos en Legítima Defensa a Yamandú Orsi si iba a ser candidato a presidente y ya quedaba claro para cualquier entendedor. Los coaligados podían saber quiénes iban a competir en la interna de la izquierda, quién era el probable ganador y cómo se integraría la fórmula. No había ni hubo ninguna sorpresa. Fue la crónica de una elección —y una victoria— anunciada.

En mi opinión, empezaron a perder la elección en la primera semana de gobierno de Lacalle Pou, antes de la pandemia.

¿Por qué? Porque fue lo que tardó Lacalle Pou en empobrecer a la gente, aumentando los impuestos y permitiendo una devaluación abrupta que comió 10 % del poder adquisitivo de los uruguayos, además de emitir aquel decreto de ajuste espantoso, el famoso decreto 90/2020. Con esas medias, un hombre que había ganado apenas por un punto y medio comenzaba a desprenderse de decenas de miles de votantes sin ganar ninguno. Por lo tanto, comenzaba a perder, porque básicamente iban dejando claro que en este quinquenio la gente iba a perder plata y, en Uruguay, la gente vota como le va en la feria, más allá de cualquier campaña de marketing y blindaje mediático.

Hubo un imponderable que trastocó todo: la pandemia.

La pandemia le dio al Gobierno un año flojo de totalidad en los medios, siempre muy disciplinados. Pero, aún así, la gestión propagandeada de la pandemia hizo agua por todos lados y llegamos a tener el récord mundial de muertes por día durante varias semanas. El Gobierno fue más exitoso en la tele que en la realidad, y como toda la gestión de la crisis la hicieron solos, con soberbia, con las perillas a cargo de una persona con una psique dominada por la megalomanía, sin permitirse dialogar con nadie y dejando que los que no tenían espalda cayeran en la pobreza, lejos de merecerles monumentos y placas, como ellos creían, les hizo perder pie en muchos tramos de la sociedad, especialmente en los sectores más débiles, de ahí donde durante un año la comida se servía en ollas populares. ¿O acaso no se enteraron que comer un año en una olla popular y tomar seis meses agua salada termina costando votos?

Es impactante cómo los editoriales del diario El País, los senadores más votados del Partido Nacional y una miríada de perfiles de redes sociales ligados a la invocada coalición esperan ahora que la derrota se haya producido porque fueron demasiado tibios y no supieron dar la batalla cultural.

Da la impresión de que no entienden por qué tiene costo electoral tener una asociación ilícita en la Torre Ejecutiva o pasar tres años en la discusión pública por Astesiano, por Marset, por los acomodos en Salto Grande, por los Caram, por cientos de kilos de pescado congelado enviados en valija diplomática al presidente vía Alejandro Astesiano.

Es impresionante cómo Guido Manini Ríos no entiende por qué su sector pasó de 3 senadores y 11 diputados a 2 diputados apenas.

Piensa que no tuvo nada que ver que su esposa, Irene Moreira, repartiera casas a allegados; que no tuvo nada que ver Domenech dando discursos del siglo XVI en el Parlamento; que no tuvo nada que ver que arrancara el mandato incumpliendo su renuncia a los fueros y le eche la culpa de la derrota a la escuela pública.

Es conmovedor cómo Andrés Ojeda no entiende por qué no puede orientar el voto en un balotaje si sus votos originales los buscó mostrando músculos, diciendo que estaba pensando en adoptar una mascota y confesando que es de capricornio, pero no sólo de capricornio, sino “muy de capricornio”, como si el signo fuera una propiedad cuantificable y entonces existieran gradientes de capricorniedad, lo que indica que buscaba un voto místico, frívolo, capaz de votar a alguien por aspecto físico y por un alineamiento esotérico de los astros. Después no podés asegurar que ese votante (o esa) que te votó, andá a saber por qué motivo más irracional, vaya a votar a Delgado–Ripoll por una razón de familias ideológicas. Espalda con espalda. Sólo Pomiés se comió ese amague.

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