Por Leandro Grille
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El brote de dengue en 1981 en Cuba fue extraordinario desde el principio. Su dinámica no consistió en un caso cero en una localidad, seguido de una dispersión que se fuera alejando del foco, como sucede habitualmente en las epidemias de virus trasmitidos por vectores. No. Fueron tres casos simultáneos, en tres municipios distintos, situado uno en el este, otro en el centro y otro en el oeste del país. Uno de estos casos surgió nada menos que en la periferia de la ciudad de La Habana.
Cuatro años antes, en 1977, una epidemia de dengue en todo el Caribe (hubo casos registrados en Barbados, Cuba, Antillas Francesas, Granada, Puerto Rico, entre otras islas) tuvo su correlato en Cuba con más de 400.000 casos informados, la inmensa mayoría leves. Y, de hecho, probablemente los casos totales fueran muchos más de los reportados, porque mientras un estudio de vigilancia epidemiológica realizado en todo el país en 1975 había concluido que sólo 2,6% de la población de Cuba tenía anticuerpos contra arbovirus del grupo B –entre los que se encuentran las cuatro variantes del dengue–, el mismo estudio posterior a 1977 determinó que 50% de la población cubana era seropositiva para el dengue I.
En aquella época todavía no se sabía que la fiebre hemorrágica por dengue, forma muchas veces mortal de la enfermedad, sólo se producía en personas que, habiendo padecido con anterioridad el dengue por un tipo del virus, contraían de nuevo la enfermedad, pero por otro serotipo viral. Es así que cuatro años después de la epidemia del 77, entre mayo de 1981 y el 10 de octubre de ese año, cuando se reportó el último caso, una brutal epidemia atravesó Cuba, pero esta vez con la particularidad de que ocurrió sólo en Cuba, y en ninguna otra isla del Caribe. Más de 300.000 personas resultaron enfermas y más de 10.000 desarrollaron la variedad hemorrágica. Fallecieron 158 personas; la mayoría, niños.
Durante años, los científicos cubanos estuvieron convencidos de que la cepa de dengue que causó semejante estrago debía haber sido introducida deliberadamente. El tiempo inusualmente leve entre una epidemia y la otra, la proliferación de casos gravísimos y hasta mortales, y el inicio con tres focos geográficamente alejados habían despertado las sospechas, pero la tecnología de la época no había permitido demostrarlo. Algunos estudios sugerían que el virus del dengue que había provocado la epidemia era demasiado parecido a una variedad aislada en Nueva Guinea en 1944. Pero el hallazgo tenía mucho de absurdo: por la altísima tasa de mutación que tienen los virus con genoma compuesto por ARN, nadie podía explicar por qué había reaparecido una cepa prácticamente idéntica a una que había sido aislada cuarenta años atrás en el sudeste asiático. Si efectivamente era un virus descendiente de la cepa de dengue II de Nueva Guinea, en cuarenta años tenía que haber acumulado una enorme cantidad de mutaciones, y, por el contrario, los primeros estudios daban cuenta de la reemergencia de una variante que era un calco, como si hubiera estado congelada durante cuatro décadas. Por años, estos resultados primarios fueron descalificados y atribuidos a contaminación de muestra o errores experimentales. Los científicos cubanos nunca abandonaron sus sospechas, pero con las técnicas que existían en 1981 no podían probar lo que creían. Debían esperar a que la ciencia avanzara para poder confirmar su hipótesis. Y esperaron. Pacientemente. Congelaron las muestras extraídas a enfermos y fallecidos en la epidemia durante 35 años. Y el día llegó.
En una impresionante investigación liderada por la doctora Rosmari Rodríguez, del Instituto Pedro Kourí de La Habana, recientemente publicada en Archives of Virology (diciembre de 2014) –revista oficial de la división Virología de la Unión Internacional de Sociedades de Microbiológicas–, se logró secuenciar el genoma entero del virus que provocó la gravísima epidemia de dengue hemorrágico en Cuba en 1981, primera de su tipo en América Latina, y se confirmó, por estudios filogenéticos rigurosos, que se trataba de la misma cepa de dengue tipo II aislada en 1944 en Nueva Guinea, cuando por primera vez se aisló el virus en el mundo. El resultado de la investigación tiene un enorme impacto científico y político. Y ha sido premiada en Cuba con el Gran Premio en Ciencias de la Salud del año, por haber corroborado lo que había sido denunciado en el Congreso Mundial de Medicina Tropical en Canadá en 1983 por el virólogo cubano Gustavo Kourí, ya fallecido, histórico director del Instituto de Medicina Tropical de La Habana: el dengue hemorrágico que causó la epidemia de 1981 en Cuba fue introducido deliberadamente.
La investigación de Rosmari Rodríguez es contundente. Secuenció y analizó, con poderosas herramientas de bioinformática actuales, muestras de 81 pacientes conservadas, obtenidas durante diferentes momentos de la epidemia. Demostró que todas eran similares al dengue tipo II aislado en Nueva Guinea, pero conforme avanzaba la epidemia, presentaban las mutaciones esperadas para un virus de este tipo en el marco de su propagación. Con ello no sólo demostró que el virus había evolucionado hacia formas de mayor gravedad y más virulencia durante la epidemia, sino que dio por tierra con las teorías de que los estudios preliminares que se habían hecho casi treinta años atrás fueran artefactos, errores o contaminaciones de laboratorio.
Finalmente, casi cuarenta años después, la ciencia ha demostrado lo que los cubanos siempre supieron. La epidemia de dengue hemorrágico de 1981 fue provocada, obviamente, por los servicios secretos de Estados Unidos, que liberaron un virus apenas conservado en laboratorios, que había sido aislado en el sudeste asiático en 1944. Las consecuencias fueron terribles para Cuba. En aquella epidemia la enfermedad afectó a 344.000 personas y mató a más de 150. Cien niños, entre ellas. Muchos otros, aunque no fallecieron, no se recuperaron totalmente de las secuelas de la infección. A partir de esa epidemia, Cuba transformó su sistema de salud e implementó un modelo de control masivo, con sistema de vigilancia y redes de laboratorios de diagnóstico distribuidos, además de lanzar una lucha sin cuartel contra el vector. Su resultado fue espectacular, y durante años apenas se reportaron casos aislados de dengue, hasta que nuevamente hubo una epidemia en Santiago de Cuba en 1997. Más recientemente, otros brotes han afectado el país, en forma coincidente con las epidemias que se han registrado en el continente.
Pero las consecuencias de la introducción deliberada de un virus que se propaga con un vector que está distribuido en toda América Latina no han afectado sólo a Cuba. Año tras año se registran nuevos casos de dengue en el continente, y cada vez son más los casos de dengue hemorrágico, que es un forma muy grave de esta enfermedad. Ahora que en nuestro país el Ministerio de Salud Pública ha corroborado el primer caso de dengue autóctono en una joven de Pocitos, es de esperar que continúen apareciendo, incluso cuando no se desarrolle una epidemia a partir del brote. Las condiciones climáticas, la ubicación del primer caso y la presencia ubicua del vector favorecen la dispersión, más allá de las medidas preventivas que se pongan en marcha. No se conoce todavía cuál es el serotipo involucrado y, por cierto, de acuerdo a la biología de la enfermedad, en Uruguay no se espera que se produzcan casos de dengue hemorrágico, puesto que casi ningún uruguayo ha estado expuesto nunca a ningún serotipo del virus. Pero haríamos bien en tener en cuenta cómo se gestó la primera epidemia en el continente, quiénes fueron los responsables y quiénes fueron las víctimas. Porque hay culpas que no le caben al mosquito.