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Editorial

El nacimiento de Belén bajo el artículo 38: Un cuento de navidad

Por Martín Generali.

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Caras y Caretas Diario

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Viernes 25 de diciembre, me despierto en un país encerrado. Afuera está la Navidad de ayer, y, un poco, también, la de hoy. Ya sin festejos, la calle es lo que dejan unas copas de más, varios abrazos de menos y las medidas que ha tomado un gobierno con reflejos tardíos. Este es un lugar pequeño, detenido, al que nadie podrá venir a salvar.

No hay que moverse, no hay que reunirse, no hay que, en lo posible, acerarse demasiado Cada tanto cae un mensaje: “Menos mal que se termina este año de mierda”. No es el año lo de mierda, pienso, pero sí, menos mal. Cruzamos los mejores deseos. Es cuestión de estilo. Otro protocolo.

¿Había necesidad? Presupuesto, sistema, advertencia, tiempo, medios afines a un presidente que felicitaban creando conciencia entre los ciudadanos o disciplinándola, oposición responsable, ejemplos cercanos en la región de uno y otro tipo, hasta el ciclo estacionario corriendo a favor de cualquier política diseñada sin arrogancia ni propósito publicitario; sanitaria, no turística, pensada para proteger al uruguayo y no para atraer al extranjero, todo un conjunto de ventajas estructurales y circunstanciales para que a las 0 horas del día 21 de diciembre el milagro uruguayo cierre las fronteras.

Caldera, agua, mate. La yerba espuma mientras abro los portales con noticias sobre cómo se comportó el país bajo los alcances del reglamentado -y discutido- artículo 38.

Buenas noches. Somos los del artículo 38. Venimos a fiscalizar esta reunión. Animales, fardos, personas que rodean un niño, todo muy precario. Una pareja joven. Tres señores que dicen ser magos.

-¿Magos?

-Sí. Magos, oficial -responde uno de ellos. Y además de magos, reyes, pensó en agregar el tipo vestido de mago, pero de poco hubiese servido, por estos días no hay más ley que la del artículo 38.

“Un niño, tres señores que dicen ser magos o algo así, una parejita, los animales…”. El oficial suma.

-Los animales no cuentan -lo asiste un subalterno.

-Seis -dice el oficial al mando del operativo- Pueden seguir celebrando. Recuerden que no pueden besarse, tampoco abrazarse. Será muy importante el nacimiento, pero las reglas son las reglas. Veo muy vestidos a los señores. No se les estará pasando por la cabeza salir a cantar por las esquinas. Ya saben que el arte propaga la covid.

-Es por la ocasión -responden los magos, despejando la alarma.

El oficial pregunta si no tienen algo de tomar, hace un calor que dan más ganas de tener covid que de andar patrullando fiestas. Agua es todo lo que tienen para ofrecerle. En los pesebres no hay gran cosa hasta que, algunos siglos después, se convierten en iglesia.

-Gracias -el oficial devuelve el vaso-. Límpienlo bien con agua y con jabón. Mejor no correr riesgos. Sobre todo después de las doce de la noche. Yo no entiendo mucho, pero parece que después de las doce el virus muta y no distingue entre personas y restaurantes.

Dos chupadas secas al mate y asomo en la puerta de calle. En la vereda de enfrente me saluda un vecino de los que dicen que el problema fueron las marchas, las feministas, esos irresponsables que salen a la calle a protestar, los que quieren que al país le vaya mal. Levantando el brazo, él también con su mate, los dos sabemos que las felicidades que me desea desde su acera no son las mismas que le deseo a él, desde la mía. Miro en lo profundo de la calle. Nadie. Nada.

Belén, 25 de diciembre. A los honorables integrantes del GACH y a las autoridades nacionales competentes, por la presente se informa que una reunión de unas seis personas (y otros tantos animales que no cuentan) ha sido fiscalizada sin irregularidades que lamentar. Se encontraban en el lugar un femenino, sin señas particulares que destacar, y un masculino, con una barba desaliñada que en otras circunstancias del país hubiese merecido el decidido accionar de nuestras Fuerzas Armadas. Belén. A los 25 días del mes de diciembre de 2020.

El vecino de la vereda de enfrente concluye, concienzudo, su informe. Ha tenido suerte, ojalá todas las familias fueran como esa. Cristianas, de bien.

En uno de los sillones del living enciendo la televisión. Los informativistas leen un diario del lunes escrito el día jueves, cuando los medios imprimieron lo que había dicho el presidente Lacalle Pou el miércoles.

Muchos ya han perdido la esperanza en el diario del martes. En la posibilidad de que se anuncien subsidios productivos, se amplíe la protección sobre actividades que agonizan, se otorguen beneficios reales, no testimoniales y se manifieste un cuidado de la gente no menor al que se declara por las cuentas públicas. Algo más concreto que solo expresar “solidaridad por los uruguayos que perdieron el trabajo”.

25 de diciembre, día de regalos. Los movileros informan desde parques semivacíos y dos informativistas sonríen ante las declaraciones del Hombre Araña, “cuánta inocencia la de los niños”, cierran en estudios centrales, felices porque la nota de color siempre es más cómoda para mandar una pausa.

25 de diciembre, unos juegan con bicicletas y otros juegan con aviones Hércules comprados a España, qué bueno es jugar con chatarra, dice el ministro de Defensa, y los dispone en el suelo del despacho, entre los carros de guerra y los soldaditos de plomo. Al ministro del Interior, Papá Noel le ha traído un equipo completo de superhéroe: espadas mágicas, pistolas de rayos láser, leyes de urgente consideración, artículos 38.

Cierro los portales, apago la televisión. Basta de noticias. Mejor una película de esas que nos hacen creer que la Navidad es una democracia occidental cubierta con nieve del primer mundo.

Una pareja joven. Un niño. Dejan el lugar donde han pasado la noche. Afuera no es la paz, solo la calma. Afuera no es el amor, solo la tregua en una guerra de laboratorios y vacunas. Miran en lo profundo. Nada. Nadie. Suena el teléfono. Es el vecino. Me advierte que se ha visto gente extraña caminando por allí.

Viernes 25 de diciembre. Acabo de cortar con el vecino de la vereda de enfrente, antes de hacerlo, agradecí, sin gratitud, sin pensarlo; otro protocolo navideño. La ventana me devuelve la imagen de un barrio desnudo. El futuro es esa calle incierta.

 

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