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El viejo Clint: terco como una mula

Por Rafael Bayce.

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Llevo escritas cerca de 900 columnas en Caras y Caretas y solamente cinco de ellas estuvieron dedicadas a películas. Dos de ellas se centraron en La Pasión de Cristo, por la polémica mundial y local que desató. Las restantes en la película uruguaya Reus, en el documental también uruguayo Aparte, de Mario Handler, y en el debate sobre tecnología e ideología que despertó Avatar. ¿Qué me lleva a escribir una ‘rara’ columna cinéfila? La última gran producción de Clint Eastwood.

 

A los 90

Clint Eastwood, a través de toda su producción, se revela como un gran buceador en las profundidades de la comprensión pragmática del cotidiano. No calza los mismos puntos cuando moraliza más allá de él. Muy cerca de cumplir 90 años, actúa eficazmente personajes en esta veta y construye narraciones muy eficaces. En La mula, la última película con su firma de director y aparición protagónica, muestra todos esos mismos puntos altos, dentro de un nivel de excelencia cinematográfica que lo confirman en el estrato de ‘maestro de la narración y el discurso cinematográficos’, pese a algunas simplificaciones moralistas recurrentes.

La narración es fluida, elegante, amena, muchas veces con humor eficaz y estratégicamente ubicado en momentos de alta tensión dramática, en los cuales sublima y hace catarsis a la vez. En medio de un tenso juicio, interrumpe el discurso de su defensor, se declara culpable de ser ‘mula’ del narcotráfico, y cuando va a ser encerrado años en la misma prisión, su hija, siempre quejosa de su ausencia, dice: “Por lo menos ahora sabremos dónde estás” (broma tan inverosímil en la realidad como funcional en el filme). Otro gran momento sucede cuando entra a un evento masivo y encuentra a un grupo de damas, muy producidas. Las saluda, al pasar, y les dice: “Chicas, están en el piso equivocado, el concurso de belleza es en el tercero”.

Es milagroso cómo su personaje consigue crear atención, suspenso y agrado en 12 viajes por la misma rutinaria y anónima carretera, sin accidentes panorámicos ni sucesos remarcables durante los periplos, desde el mismo galpón donde recibe la carga hasta el mismo estacionamiento de motel donde la entrega. Cuenta a su favor, eso sí, con la expectativa que los espectadores comparten de la probabilidad de que fracase y sea detenido con sus cargas (sólo una vez y al final le están pisando los talones y su detención es inminente), pero la clave está en la música que escucha el personaje, mezcla sabia del jazzófilo que Clint es y de música de época que sirve para componer el personaje y diferenciar su perfil del de los otros que la escuchan.

Otra clave es la ligeramente diversa peripecia que envuelve cada viaje: viajando solo una vez, seguido y espiado otra, con impuntualidades en la ida que se duda se le perdonen o no, con algún episodio de ayuda a accidentados en ruta que es parte de la supervivencia de su pasado de transportista carretero. Esas pequeñas diferencias en los viajes no tendrían efectividad si no estuvieran respaldadas por la compartida expectativa de detención mencionada y por una sólida caracterización compleja del personaje principal, recortada a contraluz por caracterizaciones no tan ricas de otros interlocutores. Porque la riqueza del perfil y de las acciones-reacciones del anciano y aventurero personaje se construye en medio de sucesos fuertes y significativos y de personajes de la familia y del narcotráfico mucho más estereotipados y caricaturescos.

 

La construcción del personaje

Clint está en su salsa porque compone en La mula un personaje que lo representa, que encarna su momento vital actual y que drena su inquietud quizás madura -o senil- de aconsejar explícitamente a jóvenes y adultos sobre prioridades axiológicas o énfasis vitales sobre las cuales desea remarcar la importancia que tienen a la luz, más que nada, de una experiencia de vida que, al final del túnel, quiere evitar en otros la comisión de errores ya experimentados como tales por el consejero. Veamos algunas de las riquezas en la composición del personaje que hace Clint.

Es un personaje con una historia pragmática, aventurera y desafiliada de marcos de pertenencia. Se dedica al cultivo de flores fugaces, de vida corta florecida, pero que para su calidad y excelencia necesitan de cuidados prolongados y dedicados. No es el único aventurero y guerrillero florista que apostrofa de anciano contra lo que hizo y a favor de lo que no hizo, como sabemos los uruguayos; a ese florista uruguayo le recomendamos encarecidamente el filme: encontrará muchos puntos de contacto con el personaje que compone y actúa Clint Eastwood. Uno de los ‘mensajes’ tan simples como retorizados por la conducta del personaje, a falta de una expresividad ya imposible por rigideces posturales y faciales: hay un fondo espiritual más allá de los avatares vitales; esa espiritualidad es lo valioso y lo que equilibra y da felicidad.

El filme se abre con el solitario, aventurero y pragmático personaje cultivando sus flores en su quinta; el filme se cierra con el mismo cultivándolas en un pequeño quintal en la prisión. Si bien ha sido siempre un aventurero pragmático y buscavidas, vividor del momento y perseguidor de éxitos fáciles, pese a que el origen de su vinculación al narcotransporte estuvo en un inminente remate de su casa y huerta por contribuciones impagas, regala sus flores caras cuando bien podría venderlas, e invierte gran parte de su lucro como ‘mula’ para reflotar una asociación de veteranos en peligro de existencia. Además, paga ‘vueltas’ de tragos en el casamiento de una nieta y gasta en mujeres en el mismo motel al que lleva su carga.

El personaje rompe las reglas cuando puede y es por eso que cosecha tantas simpatías desde todos los transgresores -como los narcotraficantes- que se cruzan en su camino. Ese anciano decidido, inexpresivo, de pocas palabras y muchos hechos, que ocasionalmente salva a sus captores de una ruda intervención policial de rutina en una parada gasolinera, conquista hasta a los narcotraficantes, que deben tolerar sus demoras y desplantes, y que nunca llegan a quitarle la vida como lo habrían hecho ante transgresores semejantes a sus reglas de omertá. Sin embargo, Clint acepta las consecuencias de sus transgresiones, aunque no trate de sufrirlas. Acepta la amenaza y se rinde cuando demora una entrega por la muerte de su exmujer; tampoco acepta que su abogado defensor lo inocente o minimice su culpabilidad por el narcodelito. Ya entonces convencido de que lo importante es privilegiar a la familia, por sobre todo. Es lo que comparte con el agente de la DEA que lo captura, pero que lo aprecia mucho. Todos terminan amando al personaje, por su índole salvaje o por su conversión familiera: no lo matan los narcos pese a sus transgresiones, algunos de ellos terminan cantando sus canciones aunque rechacen sus consejos; unánimemente criticado por tres generaciones de familiares, termina privilegiándolos y reconquistando su aprecio; hasta su captor lo lamenta y le desea lo mejor dentro de la desventura judicial que lo aguardaba.

Hay, en definitiva, una ambigüedad que se evade del estereotipo y de la caricatura, como corresponde en general a una buena caracterización que sabe que los anónimos cotidianos no lo son tanto y que los destacados tampoco; que advierte pliegues sutiles y ocultos de la cotidianidad anónima que le hacen debida justicia a esos masivamente anónimos, y que sugieren que la suprema popularidad de una Kylie Jenner no refleja adecuadamente una riqueza interna conmensurable.

Clint recupera la profundidad ignorada de los anónimos masivos cotidianos; reivindica la vigencia y valor de los ancianos como él; esculpe con fuerza las duras reglas del cotidiano, a veces trascendidas por espiritualidades inesperadas para quien vive, como casi todos, de estereotipos y caricaturas; discursea sobre la prevalencia de la atención a la familia como valor supremo; su transgresividad termina rindiéndose a las reglas de los poderosos, sean ellos los narcotraficantes, o la DEA y el poder judicial.

Es un estadounidense republicano y conservador, pero inteligente y sensible para la comprensión del cotidiano, dotado estéticamente para la narración cinematográfica y actoralmente para la retórica de un fuerte discurso por la vigencia de la tercera edad, axiológica por experiencia, sobre todo. No hay por qué coincidir totalmente con el cineasta para disfrutar y aprender de él. La película vale y mucho. Y sirve para discutir.

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