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Entrevistas barrio |

ALEJANDRO LAGAZETA | DIRECTOR ESCARAMUZA

"Debemos revisar qué futuro estamos construyendo"

Escaramuza celebró su noveno aniversario y, sin detenerse un instante, su director y el equipo de trabajo ya comenzaron a desarrollar el plan estratégico de la próxima década, que incluye acciones para fortalecer vínculos con la ciudad y posicionar su propuesta literaria en todo el país.

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Sagaz, intuitivo, estudioso, fue un pibe de barrio enamorado de aquella Villa Española de fábricas y mamelucos, cuando las calles sabían de fútbol, pique cordón y manchado, y no se imaginaban que en algún momento existirían las balas de los narcos. “En un barrio pobre, fuimos muy libres”.

Trabajó en una fábrica de levadura, aprendió matemáticas con su abuela y supo de fortalezas y audacia de su mamá, Sylvia, la primera foguista del Uruguay, una mujer que se abrió paso en territorio patriarcal y machista con sus dos hijos a cargo y hoy disfruta la libertad del mar en Las Flores y Playa Verde, con su traje de neopreno, entre olas y atardeceres. Alejandro tiene una hermana —Magela— a la que quiere como se suelen querer los hermanos, sin explicaciones; militó en la FEUU, vendió libros en la feria y hoy es el director de un proyecto político editorial que se posicionó como un precioso lugar de encuentro para promover la escucha y especialmente, la conversación pública cultural.

Tímidamente verborrágico, sutilmente pasional, Alejandro sabe cuidar los silencios justos, precisos, para reordenar sus ideas sobre el tiempo presente. Le desvelan los cuerpos y almas en las calles, tirados como residuos del sistema, de esos que se amontonan en las veredas de la ciudad.

Cree que el Uruguay no se puede permitir dejar miles de compatriotas abandonados y a la deriva de todo futuro. Está convencido de que Escaramuza debe salir de su casa para habitar los barrios de la ciudad y, por ello, rumbo a la primera década de vida, se preparan para jugar, crear, contar y pintar historias en plazas, escuelas y en todos los rincones posibles.

¿En qué barrio nació?

-Nací en La Teja y me crié en Villa Española. En La Teja viví hasta los cinco años. Después, como mi madre se divorció, nos fuimos a vivir a Villa Española, un barrio con campos habitacionales, con grandes núcleos familiares y algunos edificios. Pero también había mucho verde, muchos espacios abiertos, mucho fútbol y remontar cometas. El barrio fue una buena escuela. Después, con los años, se complicó bastante. Yo me fui de Villa Española a los 18, pero toda mi infancia, desde los cinco hasta los 18, la viví a pleno en el barrio. Para mí, Villa Española entero era como mi país, mi región, todo sucedía ahí y dentro de ese pequeño mundo lo vivíamos todo. Después con el tiempo fue muy rico en actividades culturales, pasaron cosas, de allí salió mucha gente vinculada a la gestión y a la cultura, incluso algunos relacionados a la política. Había mucha apertura, discusión, creo que en medio de un barrio pobre, fuimos muy libres.

Después allí desembarcó el narco, como en tantos barrios.

-Sí, algo horrible y además se notó el retiro del Estado. Porque ningún barrio puede desarrollarse cuando la gente queda sola porque el Estado se retira.

Me fui de allí y viví muchos años en la Ciudad Vieja y ahora vivo en el Centro. Me gusta acá, me gusta habitar la zona, y por más que en algún tiempo posiblemente me vaya a la costa, donde ya tengo parte de mi familia, no le quiero escapar a la ciudad. En algún momento, hace muchos años, supimos construir una ciudad muy importante. Primero fue Ciudad Vieja, después el Centro, y luego vinieron otros desarrollos. Con el tiempo, la gente se fue retirando hacia otros barrios, lo cual es válido. Pero el Centro quedó construido, con infraestructura, y sin ninguna política para pensar la vida dentro suyo. Lo que creo que nos falta es un proyecto urbano claro para el centro de la ciudad. Yo creo que no deberíamos naturalizar que en cada esquina haya un supermercado o una farmacia. Y eso también dice algo de nosotros como sociedad. Porque eso refleja que tenemos una sociedad enferma, medicada y dominada por grandes cadenas comerciales. Una vez un amigo me dijo que quería una ciudad sin franquicias y eso me quedó grabado. Que cada lugar sea un lugar único. Pero hoy vas por 18 de Julio y encontrás lo mismo: supermercados, farmacias, mala iluminación, infraestructura envejecida, gente viviendo en la calle. El Centro se ha vuelto una foto de la gente en la calle. Y a pesar de todo, me gusta vivir acá. El Centro tiene todo. Y aunque hace más de 30 años que no hay políticas efectivas para revitalizarlo, el barrio subsiste, resiste. Eso me genera afecto.

¿Estamos naturalizando ver gente viviendo y durmiendo en la calle?

-Absolutamente. En los últimos años, aproximadamente se triplicó la cantidad de personas en situación de calle. El otro día me pasó algo muy raro. Salí caminando por la calle Yaguarón y sin darme cuenta pasé por arriba de los pies de una persona que dormía en la vereda. Seguí de largo, caminé como cuarenta metros hasta que me di cuenta de lo que había hecho. Te juro, no me di cuenta en el momento. Y me cuestioné cómo era posible que yo estuviera tan metido en mi mundo que no me di cuenta de que había una persona ahí durmiendo. Me cuestioné a qué grado de indiferencia habremos llegado. Porque no puede darnos lo mismo como individuos, como sociedad, como gobiernos locales y nacionales. Tenemos que reaccionar y hacer algo.

El proceso de degradación fue extremadamente rápido.

-Rapidísimo. Volviendo a lo que sucedió con Villa Española, ahí existían herramientas culturales para resistir. Pero pasó lo que pasó. Lo mismo sucedió en otros barrios que no pudieron resistir fue devastador. La pasta base, entre los años 2000 y 2008, nos llevó a esta situación. Con el agravante de que ahora lo naturalizamos.

¿Por qué le parece importante que hablemos de estos temas?

-Mi origen es de clase baja. Pero, vengas de donde vengas, no te puede dar lo mismo. No nos puede dar lo mismo que tantos compatriotas estén viviendo en la calle sin futuro alguno. Yo creo que debemos calibrar la perspectiva, revisar las expectativas, preguntarnos cómo somos como país y qué futuro estamos construyendo. Hay que asumir que esto es prioritario. Y somos muy pocos. En términos de la mayor exclusión, de quienes viven en la calle hablamos de cinco o seis mil personas. Tiene que haber una solución, no puede ser tan complejo.

Para mí, el camino es apostar a las nuevas generaciones, a gente nueva. No seguir reciclando viejas recetas, ni volver a llamar a quienes estuvieron en un ministerio hace diez años, solo porque ya estuvieron. Hay que probar cosas distintas. Me consta que el Estado hace esfuerzos económicos. Pero si esos esfuerzos no llegan a donde tienen que llegar, entonces hay que revisar. Y lo digo desde un lugar positivo, porque creo que todavía hay una oportunidad. Este gobierno arrancó, tiene una estrategia —que uno puede entender o no, porque no siempre se comunica bien—, pero hay que darle un sentido claro. Hay que definir tres o cuatro temas que realmente sean importantes. Y acá hablamos de democracia porque me cuesta entender una democracia que deja tirados en la calle a miles de los suyos y no busca la forma de recuperarlos. Y yo creo que sí se puede hacer algo. Y si no se puede hacer algo, entonces hay que hacer más juntadas, más reuniones, más intentos. Este es un país muy chico. Un país que hace 15 años impulsó el Plan Ceibal para reducir la brecha digital entre ricos y pobres, entre Montevideo y el interior, no puede trabajar sobre cinco o seis mil personas que hoy están sufriendo mucho más que nosotros. Los que están tirados no están sufriendo solamente un tema concreto de la pobreza, sino algo peor, el abandono de la sociedad.

Este mundo es muy distinto al que teníamos unos pocos años atrás.

-Sí, muchísimo. En distintos planos y según nos detengamos a analizar. Nuestro país cambió y en parte fue a impulso de procesos globales. Por ejemplo, el tema de las franquicias y la forma en la que las grandes cadenas abren veinte o treinta locales todos iguales. El mundo está cambiando muy rápido. El capitalismo de plataformas está transformando todo. Hay libros que hablan de eso.

El año pasado llegó Temu. Y yo entiendo, la libertad de consumo es válida, con tu plata hacés lo que quieras. Pero yo aprendí que mi plata es mejor ponerla en el barrio. Comprar en la tienda del barrio, al comerciante que conozco, al que conoce mi historia. Por supuesto que detrás de Temu vienen más, y nuestros comerciantes —pequeños, medianos, grandes— no están preparados. El cambio tecnológico que se necesita es enorme y tiene que ser profundamente democratizador.

Hablemos de nosotros, de Escaramuza que es una librería uruguaya que a nivel de su plataforma web compite con gigantes internacionales. Pero no tenemos forma de ganarles en igualdad de condiciones. Hacemos el esfuerzo, reducimos márgenes, mandamos envíos gratis a todo el país, tratamos de movernos, innovar. Pero ellos tienen una tecnología bestial. Temu, por ejemplo, está diseñado como un casino online, su interfaz está pensada para ser adictiva. Sabemos lo que es un casino, un sistema donde el usuario nunca gana. Entonces, ya no estás simplemente comprando. Estás atrapado en una lógica de juego, de compulsión. Y eso es solo una parte. Detrás hay una maquinaria global gigantesca. Y ningún comerciante local puede competir con eso.

Yo igual creo que al final vamos a ganar. Porque esto tiene una vida corta. Las sociedades se van a reorganizar. Pero es una lucha muy desigual y no tenemos un plan nacional.

Para competir, el comercio uruguayo necesita algo más. Y ya no estamos hablando de la industria del siglo pasado. Antes, si no tenías petróleo, combustible, energía, estabas en crisis. Hoy la crisis es del comercio. Y todo el comercio internacional te invade. Hay que generar políticas para eso.

¿Cómo? No tengo ni idea. Pero que hay que hacerlo, no tengo dudas.

Posiblemente la educación tiene mucho para aportar.

-Si, exacto. Educación, capacitación, conectividad, por ahí podemos pensar. Vivimos en un país donde un montón de gurises no terminan el liceo. No sé por qué pero siempre fuimos flojos en matemáticas. Y no es que no haya buenos profesores, por el contrario, sí que los hay. Buenos y malos, como en todo. Pero hay algo estructural que falla. Porque en Uruguay el 90 % de la población tiene dificultades en matemáticas básicas. Y deberíamos tener un plan nacional para mejorar eso. Pero ahora se le suma que también tenemos problemas de comprensión lectora. En cuarto, quinto y sexto de escuela ya se nota. Llegan al liceo y no entienden lo que leen. Y comprender lo que se lee es pensar.

También hay analfabetismo por desuso.

-Eso también es terrible. Entonces debemos ser críticos, valorar a quienes están trabajando, pero evidentemente algo no está funcionando.

¿Se puede pensar el futuro recortando horas de filosofía, música, arte o cultura en general?

-Si nos fijamos en los planes de gobierno de las últimas elecciones, la palabra “cultura” aparece muy poquito. Muy escasamente. Y la palabra “libro” directamente no aparece. Yo podría decir que eso no me desvela y que los libros se cuidan solos. Pero al mismo tiempo, los candidatos cierran los actos políticos llevando a gente de la cultura, entonces, uno puede llegar a la conclusión que en parte, los están usando. Porque los quieren en sus actos para que vaya más gente, pero después que se apagan las luces no les preocupa si ese artista tiene jubilación, si puede proyectar su futuro y si puede vivir con dignidad. La cultura no es solo lo que se muestra. Es trabajo, es proyección, es desarrollo. Tenemos gente creativa, profesional, técnica, la tenemos; falta que haya una apuesta real por ella, que no se la ignore ni subestime.

¿Cómo fue la apuesta por Escaramuza?

-Escaramuza siempre nos fue diciendo por dónde ir. Nos fue marcando el camino. Nos alentó, nos advirtió, nos empujó a avanzar. Siempre tuvimos esa sensación de que había que dar un paso más. Que podíamos hacerlo. Que podíamos probar. Porque una librería–café puede ser muchas cosas si se piensa como un espacio vivo. Desde el inicio, para mí fue fundamental que Escaramuza dialogara con Montevideo. Que pasaran cosas ahí, que tuviera pulso, que se notara. Yo tengo esa imagen de que cualquier problema que uno tenga se puede resolver un mediodía en el patio de Escaramuza. Es un lugar donde se cruza gente muy distinta. Ingenieros, carpinteros, investigadores, jóvenes, jubilados. Un espacio de encuentro donde el libro es la excusa.

Con el tiempo entendimos que los libros y la gastronomía reúnen a las personas. Diseñamos estrategias de menú para atraer públicos diversos: jóvenes, adultos, mayores. Queríamos provocar algo en la ciudad, ser parte de su transformación, de su conversación. Nos fuimos adaptando a distintas oleadas, el auge del café de especialidad, el interés por el té en hebras, las búsquedas por una alimentación más sana. En los libros, también, el crecimiento de la literatura de género, las discusiones sobre inclusión, la literatura latinoamericana. Nos fuimos aggiornando, porque el contexto lo pedía. Hoy estamos frente a otros mapas. Con los desafíos geopolíticos y sociales que existen, sentimos que es momento de convocar, de pensar colectivamente. Escaramuza siempre fue un lugar para eso, para pensar, para avanzar, para construir juntos.

Y también fuimos construyendo equipo. Por ejemplo, Andrea, que empezó con 21 años, hoy tiene 28 y es jefa de sala. Analía está al frente de la administración. Nuestra jefa de sala de la noche tiene 20 años. La jefa de ecommerce empezó como camarera. Nuestro jefe de librería llegó en medio del caos de la apertura, cuando parecía que sabíamos lo que hacíamos, pero en realidad estábamos aprendiendo sobre la marcha. Él venía de Ecuador y enseguida se volvió parte del corazón de Escaramuza.

Queremos que este lugar —Pablo de María 1185— sea un faro. Que no solo nos visiten, sino que también lleguemos a sus casas. Por eso apostamos al ecommerce, a la entrega de libros a domicilio. Porque creemos que una casa con libros es una casa mejor. Tal vez vos no les das importancia, pero tus hijos pueden agarrar uno y cambiar su mundo. Una biblioteca en casa es una ventana abierta. Y lo mismo pasa con la cocina. Cocinar en casa también es una forma de defensa frente a tanta incertidumbre. Entonces ahora estamos desarrollando una nueva idea, una cocina de prueba; queremos trabajar con fermentos, con productos accesibles, con una alacena que podamos entregar a domicilio para que la gente cocine en su casa, a buenos precios y con ganas. Nuestra propuesta es ayudarte a construir la biblioteca y la cocina. Ambas cosas hacen a una casa más habitable, más humana.

¿Hay cierto ensañamiento con la idea de que los libros pasaron de moda?

-Siempre se anuncia el fin del libro. Hace quinientos años, con la propiedad de la Iglesia, ya se decía que el libro iba a desaparecer. Y en esa época solo unos pocos sabían leer. Después se democratizó, vinieron revoluciones y contrarrevoluciones en torno al libro. Pero siempre se anuncia su fin. Es cierto que la digitalización cambió cosas, pero también hay un punto de saturación. Y hay algo que para mí es una revolución silenciosa: la infantil. Todo el mundo está leyendo libros infantiles. En plataformas y en papel. Lo importante es no repetir recetas viejas. No todo lo viejo funciona. El año pasado desarrollamos un proyecto vinculado a la autorregulación del aprendizaje. Creamos un laboratorio de lectura y trabajamos con ocho escuelas. Hicimos una convocatoria, se postularon treinta y seleccionamos ocho. En total, participaron veintiún maestras que trabajaron en equipo. El proyecto culminó con la construcción de una biblioteca.

Cada institución definió su propio espacio, se armaron las bibliotecas físicas, se mejoró el ambiente físico y se donaron 400 libros por escuela: 200 elegidos por las maestras y 200 por el equipo de investigación y Escaramuza. Varias escuelas incluso redirigieron algunos recursos para mejorar el espacio físico, arreglar la iluminación, revocar paredes, sacar la humedad. Muchas no tenían biblioteca. Y eso lo vamos a seguir haciendo durante los próximos tres años.

No hemos hecho campaña con eso, te lo cuento acá, casi en charla informal. Ahora estamos con otros desafíos. Por ejemplo, este año vamos a elaborar un reglamento general para el equipo de Escaramuza, con la idea de ayudar a que todos los trabajadores de nuestra casa terminen el liceo. Somos setenta personas. A partir de esa experiencia, vamos a aprender cómo hacerlo y después lo llevaremos a la comunidad. Pero no se puede trabajar en la comunidad si antes no resolvés lo que pasa adentro. En ese mapa es que empezamos a salir de Escaramuza como lugar físico. Queremos ir a las casas, con la construcción de bibliotecas familiares, con visibilización de autores diversos, con talleres. Porque cuando se logra llevar talleres a una escuela, también se llevan autores, se mueven cosas, se cambian realidades. Y también en el camino a nuestro 10° aniversario vamos a presentar un programa de suscripción y gobernanza. Primero vamos a lanzar la suscripción y luego pensar en la gobernanza, que las prioridades no las marquemos solo desde acá, sino que las proponga la gente.

De hecho, estamos trabajando con una idea que aún está verde, pero que nos entusiasma mucho para recuperar el espacio público, sobre todo las plazas, bajo el lema de una ciudad que aprende. Empezar a hacer actividades fuera del local, volver al barrio. Por ejemplo, hay un proyecto inspirado en experiencias de otros países, donde se construyen ciudades de madera para niños, grandes cajones llenos de maderitas y piezas para armar, donde las familias se juntan una mañana en la plaza a construir castillos, casas, lo que quieran. La idea es promover esa forma lúdica, colectiva, de construir ciudad. Estamos tratando de afianzar los vínculos con Montevideo, pero al mismo tiempo proyectarnos como una marca nacional. Que Escaramuza no sea solo en Pablo de María, sino algo que pueda extenderse al país entero.

Pérez-Reverte dijo recientemente que las editoriales “tienen muy poca vergüenza” y que “son las principales culpables de semejante acumulación de basura”.

-Creo que, por suerte, Uruguay tiene una tradición construida desde muchas librerías independientes, más allá de los shoppings y de otros espacios comerciales, que ayudan a visibilizar otro tipo de literatura. Hay una frase de la época de la dictadura que decía: “Si ves los tanques en la plaza, los militares golpeando las puertas, las calles cortadas, no te preocupes, porque estando ellos, también estamos nosotros”. Como una especie de péndulo. Yo siento que estamos en un momento de explosión de ese tipo de literatura que busca impacto de ventas inmediatas, que usa el libro como envase, como algo descartable. Pero al mismo tiempo, hay muchísima gente escribiendo, formándose, trabajando desde otro lugar. El desafío es que la buena literatura se enfrenta hoy a un público agotado, con poco tiempo, que prefiere ver un par de series y acostarse a dormir. Y eso no es menor. Falta también una política pública clara. No sería tan difícil, por ejemplo, legislar para que el 10 % o 15 % del espacio de exhibición en librerías esté destinado a literatura nacional. Nosotros lo hacemos, aunque se venda un poco menos, porque creemos que esos ecosistemas hay que cultivarlos. No estamos en un auge de la literatura de calidad, como señala Pérez-Reverte. Estamos en el otro extremo. Pero también creo que existen nichos posibles. Producir lectores es difícil. Es complejo. Por ejemplo, nosotros tenemos un programa en mayo, con las escuelas. Los gurises entran a la librería, les contamos qué hace un librero, toman un jugo, comen algo, hacen un taller con ilustradores o escritores y se van. Lo hacemos todas las mañanas de mayo. Es como si fuéramos una industria. ¿Cuántos lectores reales saldrán de ahí? No lo sé. Pero también hay gurises que están leyendo fuerte, aunque entre tanto bombardeo mediático queden invisibilizados. El problema también es la prensa. ¿Cuánto espacio hay hoy para el periodismo cultural? ¿Quién escribe? Pero desde los años 90 vienen anunciando el fin del libro, y sin embargo acá estamos.

Durante toda nuestra entrevista ha sobrevolado la palabra “resistir”.

-Sí, creo que estamos en un momento de resistencia. Aunque también es cierto que hay una nueva generación que está surgiendo, y que probablemente venga mejor que la nuestra. Pero para eso tenemos que darles las herramientas.

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