En mi ya lejana juventud, se decía que alguien “tenía poco resto” cuando estaba luchando por no fundirse. Ahora decimos que “tiene poca espalda” para significar lo mismo, la mayor o menor capacidad de aguantar un período de crisis más o menos prolongada.
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Pues bien, ¿cuánto resto, cuánta espalda tiene nuestra economía? La nuestra, personal, y la del propio país.
Podemos alardear y lo estamos haciendo.
“Vestidos con ropa ajena”, salimos al mercado de capitales en busca de inversores. Mostrando las cifras y fortalezas “macro” de nuestra economía hasta el año 2019.
Por cierto, muy positivas ¡hasta el año pasado! Pese a lo cual, como siempre, los que hacen el capital en el país lo sacan al exterior. Por eso, don Pepe Batlle luchó para que las empresas esenciales estuviesen en manos del Estado.
No voy a desperdiciar mucho espacio acusando al gobierno de doble discurso. En la interna se queja de la herencia funesta y magnifica cualquier detalle sospechoso y, para el exterior, alardea de una fortaleza económica que tuvimos hasta el año pasado.
Ya todo vocero del Frente Amplio (FA) que consigue un lugarcito en los medios agita el tema. Aun a costa de hacer expresa omisión de la pandemia y el costo agregado de la misma. Me parece bien que lo haga, pero si nos quedamos en ello, es un recurso de corto efecto.
Únicamente los muy jóvenes desconocen el manido recurso de atribuir todos los males “al pasado gobierno”.
En realidad, el FA, al asumir en 2005, no se ocupó demasiado en lamentar el pozo en el cual nos había dejado el irresponsable manejo de la economía del Dr. Batlle.
Con el amistoso “préstamo puente” que nos tiró Bush para salvarnos del default, el relevo que puso al Dr. Atchugarry en Economía y el respaldo político de todos, ya estábamos saliendo. Entre todos, no lo olvidemos, entre todos y con un sentido patriótico y desinteresado. Y un altísimo costo social.
Los trabajadores sufrieron tanto o más que cuando a la dictadura se le quebró la tablita.
Todos pusieron “patriotismo” y mesura para no agravar las cosas; los trabajadores, además, pusieron un sacrificio concreto. Se perdieron una enormidad de puestos de trabajo y se perdió salario real. ¡No hay crisis que no termine rebotando en el lomo de los trabajadores!
Ni soy economista ni tengo consultores, pero estoy seguro de que en tanto los de abajo sufríamos, los “de arriba” siguieron sacando sus dólares para el exterior.
Como dicen: agua pasada, pero no olvidada. Ahora, sin embargo, no me quiero detener en ello.
Me preocupa mucho más el presente, que nos está dando indicios de lo que se nos viene.
No las tiene en cuenta quien no quiere verlas, pero las señales son muy claras y la “nueva realidad” ya se ha instalado.
Una tienda de las tradicionales y elegantes deja afuera a más de un ciento de sus trabajadores; no volverán a sus puestos.
Cierra un coqueto colegio privado de Pocitos dejando a un centenar de docentes y más del doble de alumnos en la calle, a quienes se procurará “reinsertar”.
Venía, como dicen en el Sauce, “dando palos con la cola”, para significar que caminaba con lo justo. Con la pandemia, la supresión de las clases y la retracción de los padres en los pagos, la crisis se precipitó.
¡Albricias! Para festejar a lo tilingo, ¡albricias, los carniceros anuncian grandes rebajas en los precios de las carnes de mayor calidad!
Parece que en julio, porque el 14 es “El día del Carnicero”, ofrecerán importantes rebajas en la colita de cuadril y el bife angosto.
¡Albricias! ¡Albricias! ¡Y tres veces albricias! Hace tiempo que compro esos cortes tan sabrosos y antaño degustados.
¿Está pesada la venta? ¿Qué me contás?
Estimados y antes más frecuentados carniceros: no sé si se han dado cuenta, supongo que sí, pero se los recuerdo: si el trabajador no gana, el carnicero no vende. Así de sencillo, si mi salario real se achica, yo, a mi vez, tendré que achicar mis gastos.
¡Ya ni me acuerdo de cómo es un lomo! Tengo el recuerdo de la colita de cuadril; del cuadril, de las costillas y del asado…¡pero solo el recuerdo!
¡Como de vianda! Un señor que se fundió con el restaurante y se defiende ahora haciendo comida y repartiendo a domicilio. No le pregunté si dejó gente en la calle… ¡qué le voy a preguntar! Me sale más en cuenta que tirar una costilla arriba de la plancha.
¡Y no me quejo! Para decirlo a la usanza de ahora: “Aún tengo espalda”. Pero me cuido, “ficho con más cuidado”. La mano viene de “achique”. Y, sin embargo, no a todos nos va igual.
A ojo de buen cubero y sin mucho tecnicismo, me atrevo a distinguir dos clases de uruguayos: los que viven de la exportación y quienes viven del mercado interno.
Unos luchan por exportar todo lo que nos compren, como dijo el ministro Uriarte, y otros luchan por sobrevivir vendiendo dentro de casa.
A algunos les preocupa el mercado de exportación de terneros en pie y, en cambio, los trabajadores de la industria frigorífica reclaman que se permita importar y faenar ganado de nuestros vecinos para tener trabajo.
¡Una situación sin sentido! Importar ganado de Brasil o Paraguay, nacido y criado en campos de uruguayos que aprovecharon los precios y compraron campo afuera.
En los años 50 y 60 hacíamos la distinción entre “capitalistas nacionales” y “capitalistas extranjerizados”. Francamente, no sé si eso tuvo real vigencia.
De lo que sí estoy seguro es de que al complejo agroexportador, a los rosqueros, les importa muy poco lo que pase aquí.
Producen aquí, cuanto más primarizado el producto mejor porque donde hay “mano de obra”, terminará por haber sindicatos y todo eso.
Exportan y sacan la ganancia para fuera.
Aún me dura la sorpresa y la indignación que me produjo el enterarme, en los años 60, de que el capital de una pasteurizadora que se había inaugurado en Rivera era de estancieros de Artigas.
Me lo dijo el intendente de entonces, Goncalves, y agregó: “No, no, aquí por ahora no queremos industrias ni sindicatos”.
Yo me juré y se lo dije: “Algún día entraremos en La Aldea”, que era la barriada marginal en donde él conseguía votos donando desde la intendencia “cortes de rancho”.
Un pack de palenques, manojos de paja brava, alambre y clavos.
¡Yo qué sé si “entramos” o no en La Aldea! Supongo que, pese a todo, las barriadas marginadas habrán crecido como en todo el país.
El capitalismo es así. Por más que se agrande la torta, la porción del pobrerío será cada vez menor. Duele masticarlo, pero es así.
Y lo seguirá siendo en tanto no logremos convencernos de que los cambios, para ser tales, tienen que partir de la base de que alguien tiene que pagar el costo. Tendremos que hacerlo, y pronto, porque el mundo ya cambió. La nueva realidad es esto, rebaja general. Rebaja general del nivel de vida de los trabajadores, que son los mayores consumidores.
¿Está claro? Si yo no gano, no compro. Y si yo no compro, los que se funden primero son quienes me abastecen. Carniceros, panaderos, almaceneros, feriantes, zapateros remendones y todos los que viven de mi consumo.
La globalización en la cual vivíamos está muriendo. Como el Ave Fénix, está muriendo para renacer transformada y más vital.
Eso de vender todo lo que nos compren y abastecernos importando lo que necesitemos es una necedad que únicamente a un oligarca se le puede ocurrir.
Primero: esta crisis que el coronavirus disimula demostró cuan frágil es la dislocación de la economía guiada únicamente por el dios mercado.
Todo anda a la perfección hasta que algo perturba las comunicaciones. En tres meses hemos asistido a un despiadado manoteo entre potencias por tapabocas en tanto ciudades tan grandes como Chicago pasaban hambre por problemas de abastecimiento.
Ni que hablar de la decisión de no recibir “viejos” en los hospitales para que se pudiese atender a los que más posibilidades de vivir tenían.
La “soberanía alimentaria” pende sobre nuestros alegres exportadores que venden terneros sin pensar en el mañana.
Cuando hay depresión, los consumos bajan. Incluso los alimentarios. Sobre todo los de calidad.
Segundo, y último, por ahora: estamos en plena depresión. ¿Sabemos realmente lo que es una gran depresión? Grande, grande. ¡Mundial!
Es una gran desocupación. Es una caída general de precios. Es hambre, desesperación y viraje violento hacia posiciones extremas.
¡Siempre es bueno culpar al otro!
Sea a los bolcheviques, a los judíos, a los migrantes, a los negros, a las mujeres, a los homosexuales, a los ateos o a los drogadictos.
Hay de todo en este mundo y en momentos de crisis siempre se puede elegir a quién odiar y hacer responsable de ella.
Construir una alianza popular. Una alianza que abarque a todos quienes viven de un salario con quienes viven de abastecerlos no es simplemente un objetivo. Es el único camino posible para evitar que la depresión termine por engendrar fascismo. Y el fascismo fue y será la guerra. La desesperada destrucción de bienes y vidas. Tal vez la destrucción terminal.