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Las piezas encajan

Joaquín Arbiza, una promesa de la escultura uruguaya

Autodidacta, escultor, artesano, Joaquín Arbiza ha sabido abrirse camino en un mundo para muchos desconocido.

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Por Belén Riguetti

Fotos Dante Fernández

Galerías en Europa y millonarios mexicanos marcan la carrera del joven de 23 años que a los 16 pidió como regalo de cumpleaños una soldadora. Hoy, uno de sus deseos es instalar en el Museo Oceanográfico de Montevideo una ballena de ocho metros de alto.

Todo empezó un verano cuando Joaquín Arbiza, un fanático de los autos, decidió armar desde cero un “arenero” (buggy). El proyecto le llevó los tres meses de sus vacaciones. Construyó la estructura, colocó el motor, pero el auto tenía sus defectos, no doblaba y después de 50 metros dejó de funcionar. Frustrado, pasó encerrado una semana entera. Después del arrebato adolescente, decidió hacer una figura humana con la chatarra del malogrado vehículo. Un hombre sentado tomando mate fue su primera pieza. El interés por los trabajos manuales venía desde la infancia y en su cumpleaños número 16 pidió una soldadora de regalo. Ahora Arbiza tiene 23 y divide su tiempo entre Europa y Uruguay.

Los acontecimientos en la vida de Arbiza se fueron acomodando como las piezas de su obra, con trabajo, ojo para las oportunidades y un poco de suerte.

Un día alguien me dijo: ‘tendrías que avivarte y empezar a cobrar’”.

Empezó con artesanías para regalar a amigos y familiares. Autos y motos hechos con rulemanes, tornillos y clavos; más figuras humanas y piezas de mueblería, mesas y sillas.

“Un día alguien me dijo: ‘tendrías que avivarte y empezar a cobrar’”, comentó Arbiza. Publicó en Mercado Libre; después de un año logró contactarse con alguien de Punta del Este. Ese “alguien” resultó ser Roque de la Fuente, el millonario mexicano dueño de El Torreón. A la primera reunión llegó con las piezas en una bolsa de plástico. El empresario se las compró todas. “Después me fue pidiendo más. A mí me servía porque eran unos pesos. Un día me preguntó si no me animaba a hacer un caballo de tamaño natural y dije que sí”. Sin plazos de entrega, Arbiza demoró seis meses en terminarlo.

Su interés por el trabajo en metal nació a los diez años cuando visitaba la casa de su abuelo, joyero de profesión. En ese entonces aún vivía en Montevideo. Ahora se mudó a Salinas donde instaló un taller hecho por él mismo.

Hoy está trabajado en un caballo de 60 centímetros de alto y 75 de largo, que piensa terminarlo en una semana. “Estoy muy obsesionado con este trabajo. Es para una marca de relojes que tiene una galería de Suiza, otra en Dubái y una tercera en Taipéi”. La idea es mandar animales que simbolicen cada sitio: un camello para Emiratos Árabes, un dragón y un tigre para China y el caballo árabe para Suiza.

“Con cada escultura voy aprendiendo. Ya tengo un proceso armado. El día que empiezo ya sé cómo va a quedar y hago una planilla con el trabajo de cada día”, comentó sobre su proceso de creación. En general trabaja entre 8 y 10 horas diarias. “Prefiero estar en el taller a mirar tele o jugar con la computadora”.

Arbiza paga sus gastos con lo que obtiene por sus ventas, pero se dio un plazo de dos años para manejarse con total libertad con el dinero.

Consultado sobre qué pesa más, si los encargos o sus inquietudes, dijo que prioriza lo que le da de comer. Es que en todo el mundo están comprando sus piezas, muchas de ellas cotizadas en más de 10.000 dólares.

El proceso de inserción en el mercado le significó mandar más de 400 correos electrónicos a instituciones de todo el mundo, como zoológicos y galerías. “Con que salga uno ya vale la pena”.

Por razones de costos decidió trabajar con chatarra. En promedio el kilo de ese material sale ocho pesos. Se trata de sobrantes de la construcción y material que a veces él mismo recoge de la calle. Arbiza hace animales que pueden llegar a la tonelada, a eso hay que sumar el costo de los electrodos y el gasto de electricidad.

Aunque corrientes académicas puedan catalogarlo como artesano, él se define como escultor. Sus obras toman elementos técnicos de la disciplina para componer esculturas con una impronta realista. Uno de sus referentes es el francés Bruno Catalano, que explora la forma humana, en bronce, a la que le faltan partes centrales.

El trabajo con chatarra llevó a este joven uruguayo a trabajar en Europa. Pasó por Alemania e Inglaterra, donde se cotiza más. Los precios los marcan las galerías. Por ejemplo, a una pieza que él vendió a mil libras (unos 1.500 dólares) la galería le sacó 5.000 (más de 7.000 dólares). Ese no parece ser un problema por ahora, prefiere vender más a vender más caro. Darse a conocer tampoco parece ser un obstáculo para este veinteañero. Una de las piezas más impresionantes, El Atlas, de 185 centímetros de alto y 250 kilos de peso, ubicada en Recoleta (Buenos Aires), fue una donación.

En cada una de sus obras trata de poner algo del sitio en la que va a estar instalada. En El Atlas hay una llave inglesa “Made in Argentina”.

“Era algo que tenía ganas de hacer y sabía que a la larga me iba a servir”, dijo.

El costo de los materiales, el traslado y la instalación fue financiado por el gobierno de la ciudad y un restaurante muy conocido de la zona.

En cada una de sus obras trata de poner algo del sitio en la que va a estar instalada. En El Atlas hay una llave inglesa “Made in Argentina”. Uruguay también está presente en cientos de monedas de 50 centésimos.

“Me gustaría hacer lo mismo en Montevideo. Mi sueño es hacer una escultura de ocho metros de alto. Una ballena saltando del suelo en el Museo Oceanográfico”. Por ahora es sólo una idea ya que aún no ha conseguido quien financie la compra de lo materiales.

Además de hacer figuras de animales autóctonos, también ha incursionado en el arte pop. Hizo un Hombre Araña, un Batman, la lengua de los Rolling Stones, un Terminator.

Además de exponer en El Torreón, tiene animales autóctonos en la galería Alium, ubicada en Pueblo Garzón.

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