Por Víctor Carrato
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Un fractal es un objeto geométrico cuya estructura básica, fragmentada o aparentemente irregular, se repite a diferentes escalas.
El término fue propuesto por el matemático Benoît Mandelbrot en 1975 y deriva del latín fractus, que significa quebrado o fracturado. La fractura, la desconexión, se da entre la gente, entre sociedad y gobierno, entre gobierno y oposición, entre presidente y ministros, entre Ministerio del Interior y Poder Judicial, entre organismos estatales, entre prensa y políticos, entre gobierno y sindicatos, entre padres e hijos, entre alumnos y docentes, entre hinchadas, entre uno mismo con uno mismo, entre todo y todo.
Según Lafayette Ronald Hubbard, filósofo y fundador de la Cienciología, “el término desconexión se define como una decisión autodeterminada, tomada por un individuo, de que ya no va a estar conectado con otro”. “Si alguien tiene derecho a comunicarse, entonces también debe tener derecho a no recibir la comunicación de otro”. Vivimos en una sociedad de “exceso de información” y de “ruido constante”, por lo que es necesario realizar pequeñas paradas y “volver al interior” de cada uno, controlando cosas tan básicas como la respiración o la forma de caminar.
Desconexión también es un concepto, desarrollado por el economista egipcio Samir Amin, que se refiere a la necesidad que tienen los países en vías de desarrollo de cortar sus relaciones con el capitalismo internacional.
Cuando descuidamos nuestras emociones
Desconexión es elegir no sentir para no sufrir, es “enfriar” el corazón para proteger el alma de nuevos fracasos, de nuevas decepciones y heridas que no cicatrizan. Ahora bien, esta estrategia lo que va a conseguir en realidad es alejarnos de una participación saludable en la vida. En realidad, son ellas las que han permitido que el ser humano se adapte, aprenda y avance a lo largo de su evolución y su ciclo vital. El miedo o la angustia son mecanismos de supervivencia, son señales de alarma que debemos saber interpretar para poder traducirlas en respuestas adaptativas que garanticen nuestra integridad.
Su nivel de decepción es tan profundo que ha iniciado una nueva etapa en su vida, en la que reduce su grado de compromiso emocional a la mínima expresión. No quiere volver a sufrir ni experimentar más desilusiones, más desengaños. La persona ha desarrollado lo que se conoce como síndrome de desconexión interior para dejar a un lado los desencantos del pasado, procurando así que no vuelvan a repetirse.
Los efectos de la desconexión emocional
Si para alguien amar es sufrir, cerrar las puertas al amor supone a menudo trasladar ese mismo sufrimiento a todos los ámbitos de su vida. Porque la persona que lo experimenta deja de registrar internamente el cariño y el afecto como algo significativo. Vivir conectado a nuestras emociones es un salvavidas cotidiano. Elegir no sentir para no sufrir no tiene sentido.
El ser humano está diseñado para actuar, no para quedar aislado en sus islas de insatisfacción. Permitámonos “sentir” de nuevo para conectar primero con nosotros mismos y después atrevernos a establecer contacto con quienes nos rodean.
Desconexión emocional en los adolescentes
Todos estos cambios pueden convertir la transición hacia la adultez en algo difícil para muchos jóvenes y sus familias debido no sólo a estos cambios, sino también a las mayores exigencias sociales, académicas y comportamentales que encuentran a su alrededor y a las que, en algunos casos, no son capaces de adaptarse. Este marco puede convertirse en una fuente de desconexión emocional en los jóvenes, que cada vez se muestran más desconectados de las personas que se encuentran a su alrededor. En casos más extremos, cuando el joven ha vivido situaciones complicadas en la infancia puede hablarse del síndrome de la desconexión emocional como forma de defenderse previamente de una decepción sentimental. Un síndrome en el que la persona se aísla de los demás impidiendo mostrar ningún tipo de emoción o apego a otros.
Las relaciones de confianza y amor que sus hijos transmitían en la infancia se tornan en algo parecido a la frialdad y el desapego y los progenitores suelen sentirse confundidos y frustrados ante estos comportamientos. La reacción más normal es la preocupación excesiva de estos padres, que notan como sus intentos por adentrarse en el mundo interior del adolescente para seguir formando parte de su vida pueden ser fallidos, lo que genera una frustración aun mayor. El joven está creciendo y por ello necesita experimentar sus propias experiencias desvinculándose un poco de los adultos. Cuando crecemos, necesitamos sentirnos independientes, especiales y adultos, a pesar de que seguimos siendo, en parte, aún niños.
Esto puede desembocar en un comportamiento egocéntrico que no contempla los sentimientos y problemas de los demás y que hace común ver a los adolescentes completamente centrados en sus problemas sociales o personales sin prestar atención a otras cosas. Parece fácil, pero sentir que nuestros hijos nos miran como extraños tras haber sido niños empáticos y cariñosos puede ser incomprensible para muchos padres. Lo importante es saber que ellos deben vivir esta etapa por su cuenta sabiendo que sus tutores estarán siempre ahí para apoyarlos. No podemos cambiar el mundo en el que los jóvenes están creciendo.
La información que consumen y los modelos que encuentran en los medios pueden seguir reforzando este comportamiento egocéntrico y falto de empatía que puede mermar las relaciones con los adultos. Pero sí podemos cambiar la forma en la que asumimos que los jóvenes están cambiando y actuar con paciencia y comprensión. En caso de que el comportamiento del adolescente sea extremadamente falto de empatía y emociones, y veamos que sus comportamientos se alejen de lo saludable, no hay que dudar en consultar a un profesional de la psicología.
Ser responsable en la adolescencia
Esta cualidad o valor, con la que no se nace, tiene que ser un objetivo fundamental a conseguir con los adolescentes y jóvenes, principalmente en el ámbito familiar y también en el escolar. Se trata, por consiguiente, de crear un ambiente en la casa y en la escuela que les enseñe a decidir de forma adecuada. Para ello han de aprender a tener en cuenta diferentes alternativas y a valorar con antelación las consecuencias de sus decisiones. Además, conseguir que sean atentos y cuidadosos en lo que hacen, evitando la distracción, el descuido y la fullería.
Por último, a sentirse responsables de lo que hacen, evitando echar la culpa a otros de los actos propios. El papel de los padres consistirá en establecer normas y obligaciones a los hijos e hijas, animándoles y ayudándoles a cumplirlas. No será aconsejable hacer las cosas por ellos porque no las hagan bien o porque tengan lástima de ellos. No vale exigir las obligaciones un día sí y otro no o recordarles muchas veces lo que tienen que hacer; esto los liará más o se acostumbrarán a no obedecer a la primera.
Es muy importante asumir que no existen responsabilidades diferentes para chicos o para chicas. Es recomendable poner por escrito las obligaciones de los diferentes miembros de la familia en un lugar bien visible para que sirva de recordatorio a todos. Hay que establecer también las consecuencias positivas y negativas que tendrá el cumplimiento o no de las responsabilidades. Finalmente, los padres tienen que darles a sus hijos e hijas la oportunidad de ser responsables, porque conforme vayan siéndolo, van a adquirir mayor confianza en sí mismos y esto les animará en su proceso de hacerse personas responsables y adultas.
El síndrome de desconexión emocional
Sentirnos desconectados de nuestras emociones momentáneamente puede servirnos como una pequeña ayuda para afrontar situaciones muy dificultosas en las que los sentimientos pueden empañar nuestro sentido de la racionalidad y llevarnos a estados extremos emocionales. Pero cuando esta desconexión es experimentada a largo plazo, nos encontramos ante un desorden que incide en nuestro día a día, inhabilitándonos a la hora de vivir una vida completa y saludable. Las emociones son necesarias para sobrevivir, nos dan pistas y nos indican qué necesitamos o qué debemos evitar, para posteriormente tomar decisiones. Esto se da a largo plazo y puede reflejar una manera de evitar sufrimiento y las desilusiones a través del total autocontrol de los sentimientos y que, a largo plazo, puede acarrear consecuencias muy negativas en las vidas de los individuos que lo sufren y de sus allegados.
Esto es algo que puede haberse aprendido a lo largo de una vida en la que han existido ciertas presiones o situaciones complicadas que han acarreado la experimentación de traumas o emociones negativas que las personas no desean volver a sentir. Una educación en la que se enseña a controlar excesivamente los sentimientos también puede desembocar en este trastorno, ya que el niño, de adulto, tenderá a autocensurar sus propias emociones siguiendo un patrón imitado o aprendido. Esto es debido a que todos, en diferentes momentos de nuestras vidas, podemos sentirnos en alguna medida desconectados con las emociones promovidas por ciertos sucesos, ya sea porque ese día nos encontremos un poco más apagados o por causas muy concretas, que pueden variar en cuestión de horas. Es, cuando empezamos a notar que somos incapaces de sentir emociones o empatía hacia los demás debido a nuestra necesidad de control, cuando podemos realmente estar sufriendo de esta problemática.
Es bastante común que las personas que sufren de desconexión emocional muestren cierta tendencia a infravalorar las emociones, tanto las suyas como las de los demás, considerándolas algo poco valioso y mostrando una clara aversión ante las muestras públicas de sentimientos o incluso admiración por las capacidades de otros para experimentar emociones intensas. Las personas que viven en este estado de desconexión pueden presentar cierta inclinación al arte o la ficción para tratar de sentir aquello que el vacío del día a día no les permite. También pueden hacer uso de sustancias nocivas para la salud, como drogas o alcohol, para poder dejar a un lado la presión a la que se someten. Cuando esta falta de empatía o la ausencia de emociones sucede a largo plazo y de forma continua, las personas tienden a vivir aisladas o a caer en el ostracismo social y sufren problemas tanto en su vida diaria con el entorno, como con su salud emocional.
Problemas familiares, laborales, amorosos, muchos son los inconvenientes que esta fatal desconexión conlleva y que inciden en la capacidad de las personas para vivir una vida plena, especialmente cuando este trastorno se da muy a largo plazo. Cuando este trastorno ocurre durante muchos años, el tratamiento será más costoso debido a que las formas de conducta están muy instauradas en el comportamiento normal de la persona.
La pregunta que surge es: ¿qué organismo estatal se ocupa de eso?