Al llegar a la fecha en que se cumplen 45 años del golpe de Estado que cambió para siempre la vida de todos los uruguayos, y obviamente la mía también, los que vivíamos entonces y los que están naciendo hoy tenemos que asumir que esta historia está muy lejos de terminar, como tampoco terminó aún la Guerra Civil en España y aún reconocemos coletazos trágicos de esa maravillosa epopeya que fue la República Española y la verdadera tragedia del franquismo. Antes de entrar en los temas centrales de este artículo, que son “la verdad histórica y sus detractores” y “no están todos los que fueron, y deberían estar”, no puedo evitar que un remolino de recuerdos, emociones, presencias y ausencias me arrebate el alma. Quiero recordar con mis lectores que hace 50 años asesinaron a Líber Arce, un muchacho con nombre de consigna que fue el primer mártir estudiantil. No quiero olvidar la noche que trajeron a Ofelia medio muerta de los lúgubres sótanos de los servicios de Inteligencia policial en la calle Maldonado; tampoco la cara de pánico de Guldenzoph sacándome la capucha y mostrándome que Ofelia aún estaba viva después de haber sido golpeada, de haber recibido choques eléctricos, después de haber sido ahogada en un tanque de agua y violada a manos de un grupo de energúmenos que él integraba. No quiero olvidar el secuestro de María Elena Quinteros frente a mis propios ojos ni a los compañeros que apagaron la llama de la refinería de Ancap, ni a los que ocuparon la Universidad, ni a las decenas de miles que se volcaron al centro de Montevideo el 9 de julio a las 5 de la tarde. No quiero olvidar el día que sacamos el primer número de Líber Arce, el periódico clandestino de la Juventud Comunista, tampoco las pintadas que hizo el “dulce Cambre” y las brigadas de propaganda en la frustrada torre del aerocarril de Malvín, o las volanteadas que hacíamos con la Bruja Pacella en la feria de Tristán Narvaja. No quiero olvidar la noche que me escapé del Cilindro, la mañana que nos asilamos en la Embajada de Venezuela y la emoción de reencontrarme con Juan cuando mi madre y doña Rosa lo llevaron a nuestro refugio diplomático. No me olvido de los saludos de los vecinos cuando nos asomábamos en las terrazas de la embajada, ni la solidaridad de los diplomáticos venezolanos y colombianos, ni cuando subimos al avión de Pan American despidiéndonos de nuestro país por diez años que fueron como una eternidad. Quiero recordar a los compañeros que eran torturados hasta la muerte en los cuarteles, a las madres a las que les robaron sus hijos, aún hoy desaparecidos. También los años interminables del exilio, el cariño y la solidaridad de los hermanos cubanos, los mexicanos, los ecuatorianos, los venezolanos, las luchas de los uruguayos en el exterior por la libertad de los 6.000 presos políticos, y en particular del general Seregni, por los derechos humanos de los rehenes tupamaros y la emoción que sentimos cuando nos abrazamos con María Elena Curbelo cuando llegó a La Habana, sin poder caminar después de haber sido destrozada por los torturadores en más de una década de tormentos y cautiverio atroz, y por la democracia y la libertad en Uruguay. Y la mañana en que atravesé con documentos falsos la frontera de Argentina en Foz de Iguazú, las reuniones clandestinas en Buenos Aires, el cruce del río Uruguay en una barcaza; en una noche de luna llena desembarcamos miles de kilos de propaganda, cargando al hombro bolsas pesadísimas en las arenas barrosas de la playa de la Agraciada. Pero los míos no son los únicos recuerdos imborrables; cada uno de nosotros tendrá los suyos acumulados en esta memoria colectiva que tendremos que atesorar para que la dictadura no vuelva nunca, nunca más. El 27 de junio se cumplieron 45 años del golpe de Estado perpetrado por mandos militares encabezados por el entonces presidente de la República Juan María Bordaberry, electo por el Partido Colorado en los comicios fraudulentos de noviembre de 1971. Bordaberry contó con el apoyo del herrero-aguerrondismo y sus principales figuras, como el general Mario Óscar Aguerrondo y el Dr. Martín Echegoyen, que presidió el Consejo de Estado. El arrasamiento de la Constitución de la República y del Parlamento trajo una dictadura que implicó 11 años de violaciones de los derechos humanos, miseria y terror para la mayoría de los uruguayos y concluyó con el fracaso de su proyecto económico neoliberal en la gran crisis de 1982, que provocó un formidable retroceso de nuestra economía y nuestra sociedad. Tras 11 años de lucha popular, dentro y fuera del país, en que estuvieron juntos desde el primer día el Frente Amplio y el wilsonismo, se llegó a las elecciones de noviembre de 1984, con dirigentes políticos y partidos políticos proscriptos y miles de presos políticos y exiliados, y se produjo una restauración democrática que prometió una sociedad concertada próspera y moderna, proyecto que se frustró en 20 años de gobiernos blancos y colorados que terminaron otra vez en una gran crisis, la del año 2002, que devastó al país. Hace ya algunos años que vienen apareciendo libros que dan versiones distorsionadas de la referida “historia reciente”, versiones interesadas que tratan de explicar el golpe de Estado del 27 de junio de 1973 por causas y en circunstancias que no son las verdaderas. Es que el golpe y la dictadura, sus autores, inspiradores, agentes colaterales y encubridores señalan y delatan a los responsables de nuestras desdichas; muchísimos no fueron juzgados, ni siquiera señalados con el dedo. Y algunos siguen siendo reverenciados hoy en algunos ámbitos que tienen más intereses que memoria. La semilla del mal sigue viva hoy y quiere volver al gobierno con diferentes caras, pero con los mismos propósitos y contra eso debemos prepararnos. La dictadura y la economía neoliberal, con sus planes de achicamiento del Estado, reducción de salarios, reforma previsional y dictados del Fondo Monetario Internacional se proyecta hasta hoy y sobre nuestro horizonte. Las raíces del mal Tanto en política como en economía “nada es azar”, y por lo tanto todo tiene causas y responsabilidades. El proceso que llevó a la última dictadura tuvo un inicio visible en la presidencia autoritaria de Jorge Pacheco Areco (1967-1972) y reconoce algunas grandes causalidades.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
- El objetivo de sectores privilegiados de instaurar un gobierno oligárquico que impusiera su proyecto económico neoliberal sin ninguna cortapisa.
- El marco internacional proporcionado por la Guerra Fría entre Estados Unidos (EEUU) y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) -entre 1945 y 1989-, que trasladaron su conflicto a diversos países utilizando ejércitos vicarios.
- En el citado marco, la “marea negra” golpista, que empujaba a los ejércitos al poder, lo que había ocurrido en Brasil (1964), Bolivia (1971, derrocamiento de Juan José Torres) y que, después de Uruguay, tomarían el poder en Chile (setiembre de 1973), Perú (1975) y Argentina (1976).
- El avance a comienzos de los 70 de fuerzas políticas progresistas en Uruguay y varios países vecinos y sus programas contrarios a los grandes intereses oligárquicos. Entre ellas deben distinguirse cronológicamente dos:
-el avance de la “izquierda tradicional” hacia la creación de un “frente único de izquierdas”, materializado en el nacimiento del Frente Amplio en 1971, en el que participaron, en una experiencia inédita a nivel mundial, el Partido Comunista, el Partido Socialista, el Partido Demócrata Cristiano, sectores desprendidos de los partidos Colorado y Nacional y fuerzas políticas independientes; logró alcanzar el gobierno en 2004 y se mantiene en él a la fecha; -el “wilsonismo”, nucleado en torno al líder nacionalista Wilson Ferreira Aldunate (1919-1988), que desde su militancia en la Agrupación Demócrata Social del Dr. Carlos Quijano y su participación en la CIDE en 1963, desarrolló un proyecto propio cuyo acceso al poder fue frustrado por el fraude electoral de 1971, perpetrado en “las elecciones más sucias de la historia del Uruguay”, según el historiador Dr. Óscar Bruschera en su libro Las décadas infames, en noviembre de 1984. Al respecto también es interesante releer Cómo hacer presidente a un candidato sin votos. Las elecciones protestadas de 1971 y la operación reeleccionista, (2009) de Daniel J. Corbo. Ambas fuerzas políticas, el Frente Amplio, liderado por el general Liber Seregni, y el Partido Nacional, hegemonizado por Wilson Ferreira, representaban la mayoría del electorado en Uruguay en 1971: 18,28% + 40,19% = 48,47%, contra 40,96% del Partido Colorado. De haber sido reconocido el triunfo del segundo en las elecciones de dicho año, hubieran llevado adelante un proceso de transformaciones profundas, ya que ambos programas contemplaban la realización de la reforma agraria, la nacionalización de la banca y el contralor del comercio exterior. Muy otra hubiera sido la historia de Uruguay si el acuerdo de ambos movimientos hubiera alcanzado el poder en 1971, lo cual fue evitado por el escandaloso fraude electoral perpetrado en dicha instancia y documentado en varios libros, además de los mencionados. Precisamente, para evitar esas transformaciones, se dio el golpe de Estado en Uruguay, empujado por civiles que no han sido juzgados. A partir de entonces, se sucede la resistencia popular a la dictadura (que empezó el mismo 27 de junio, con un compromiso firmado por el Frente Amplio y el wilsonismo; y continuó con una lucha sin tregua dentro y fuera del país, en la cual hay mojones de gloria, como la huelga general de 15 días declarada por la CNT, que asombró al mundo), que ahora pretende ser ocultada u omitida por algunos seudoescritores funcionales al sanguinettismo, que ha liderado ideológicamente la derecha política, como acaba de quedar en evidencia con la célebre foto del “encuentro de los tres”: Julio María Sanguinetti, Luis Alberto Lacalle Pou y Jorge Larrañaga. El movimiento creado por Wilson Ferreira Aldunate iba a ser derrotado nuevamente, tras el paréntesis de la dictadura, en las elecciones tuteladas de noviembre de 1984, en las que fue el único candidato que permaneció preso, proscripto y silenciado, siendo liberado cinco días después de los comicios. Fue electo presidente el Dr. Julio María Sanguinetti, quien había sido ministro de Industria y Comercio de Jorge Pacheco Areco y de Educación y Cultura de Juan María Bordaberry, hasta octubre de 1972, cuando ya habían ocurrido centenares de casos de violaciones de derechos humanos y, por ejemplo, los fusilamientos de la Seccional 20 del Partido Comunista. Sanguinetti fue ungido en esas elecciones condicionadas y asumió en marzo de 1985. Wilson, como popularmente se lo llamó siempre, falleció poco después, el 15 de marzo de 1988, y el Partido Nacional fue vaciado de todo progresismo por el herrero-aguerrondo-lacallismo, que lo hegemonizó con su ideología neoliberal. El Frente Amplio, comandado por su líder histórico, el general Liber Seregni, tuvo un imparable crecimiento en el campo popular, alcanzó la presidencia de la República con el Dr. Tabaré Vázquez en noviembre de 2004 y reiteró su triunfo con José Pepe Mujica en noviembre de 2009, y otra vez con Tabaré en noviembre de 2014. El intento de falsificar la “historia reciente” A partir del momento mismo de la finalización formal de la dictadura, el 1º de marzo de 1985, se comenzó a escribir sobre ella. Esto ha traído trabajos serios, pero también intentos de reescribir la historia falazmente, ocultando conductas y hechos. Así, hay libros como Un mundo sin Marx (1993, Editorial Fundación del Banco de Boston), La agonía de una democracia (2008, Ed. Taurus) y La reconquista. Proceso de la restauración democrática en Uruguay (1980-1990) (2012, Ed. Taurus), de Julio María Sanguinetti, que han tenido gran publicidad y que niegan realidades como el escuadrón de la muerte, menosprecian la importancia de la histórica huelga general iniciada el mismo 27 de junio de 1973 (heroico episodio que asombró al mundo) o la inolvidable jornada del 9 de julio de 1973; y llegan a decir que de la dictadura se salió “dialogando”, ignorando la constante lucha y sufrimientos del pueblo uruguayo dentro y fuera del país, los crímenes contra los luchadores de la libertad, los asesinatos, las torturas, las golpizas a mujeres y las violaciones, las desapariciones forzadas, las prisiones de miles, el control social de toda la población y la categorización uno a uno de todos los uruguayos para sistematizar la persecución de todos los demócratas. Se oculta también a los muchos privilegiados que se aprovecharon de ese período negro de nuestra historia. Este artículo está dedicado a la memoria de quienes sufrieron despojo, exilio, prisión, tortura y muerte en la larga lucha contra la dictadura. Los restos de la dictadura, hoy y mañana Si el neoliberalismo fue la ideología económica de clase que impulsó y provocó la dictadura, tenemos que decir que esa semilla envenenada domina hoy totalmente el pensamiento de los dos partidos tradicionales, que son los que aspiran a ganar el gobierno en 2019. Los nombres de Ernesto Talvi, Javier de Haedo, Jorge Caumont e Ignacio Munyo, entre otros, todos partidarios de las ideas del Dr. Ramón Díaz y de la Universidad de Chicago, donde imperó la filosofía de Milton Friedman, asesor directo de los dictadores genocidas, generales Augusto Pinochet Ugarte y Jorge Rafael Videla. Ese pensamiento inspiró las dictaduras monetaristas de Argentina, Uruguay y Chile en la década del 70, que solamente trajeron primarización de la economía, desindustrialización, recesión y miseria, o sea, fracasaron rotundamente, siendo finalmente expulsadas por las luchas populares nacionales. Esa ideología gobernó también en la década del 90 en los gobiernos neoliberales de Carlos Salinas de Gortari (que terminó en la crisis de 1994), Alberto Fujimori, Fernando Collor de Mello, Carlos Menem y Luis Alberto Lacalle Herrera, cuyas políticas fueron continuadas por Julio María Sanguinetti y Jorge Batlle, dando lugar a la crisis del año 2002. Desde el inicio de los gobiernos del Frente Amplio, en 2005, Uruguay inició el ciclo de crecimiento con inclusión social más extenso de su historia. Es nuestro deber que no vuelvan al gobierno las fuerzas de la recesión y de la miseria. Pero hay otras dos tareas pendientes: no abandonar y ganar la batalla cultural por la “historia reciente” que libran desde la derecha il capo Julio María Sanguinetti y varios escritores aficionados que le son funcionales en toda su ideología, comenzando por el desprecio del glorioso Parlamento derrocado en 1973, que luchó hasta el final contra la emergencia cívico militar. Sanguinetti no lo integraba, sino que estaba en la vereda de enfrente, en el gabinete de Juan María Bordaberry y en los entresijos de las negociaciones con los militares, a los que elogió y defendió siempre. Ya tendremos ocasión de contar las historias de los “héroes de pies de barro” que levantan el sanguinettismo y sus seguidores, operadores políticos también dedicados a la difamación del Frente Amplio y sus principales figuras. Precisamente, la tercera tarea es que queden expuestos ante la historia y ante la Justicia de los hombres los civiles de cuello blanco que fueron los verdaderos responsables de la dictadura, ya que los militares fueron sus instrumentos. Ya no es posible juzgar al Dr. Ramón Díaz y a la mayoría de los civiles (políticos, banqueros, periodistas, escritores, operadores de todo tipo) que empujaron la dictadura, pero por ahí quedan figuras como Danilo Arbilla, exintendentes de la dictadura y el expresidente Sanguinetti, a quien ya hemos visto confesar en su libro El cronista y la historia su condición de encubridor y acaso cómplice de torturas y crímenes cometidos por los militares, expresamente “absueltos” en sus inflamados discursos seudopatrióticos. El 27 de junio nos enteramos con alegría de que la mano de la Justicia alcanza finalmente al traidor y torturador Jorge Guldenzoph y su compinche Ariel Ricci, así como al exinspector mayor José Lemos Pintos. Al fin y al cabo, Sanguinetti, capo di tutti capi, era el segundo de Jorge Batlle, de quien Búsqueda, nada menos, publicó un documento desclasificado del Departamento de Estado de Estados Unidos, según el cual el inefable “divertido” sugirió en 1970 que para derrotar a la guerrilla tupamara debía armarse un escuadrón paramilitar, un escuadrón de la muerte. ¿Hasta dónde llegaron con esa idea? Falta mucho por hacer para matar de nuevo al huevo de la serpiente que se incuba en toda América. Parte de ello es limpiar los restos del pasado reciente. A esa tarea estamos abocados, pero se necesita del verdadero compromiso y de la lucha de todos los orientales honestos. Como ocurrió el 27 de junio de 1973.