Ha sido una constante. Desde antes de ser electo presidente y durante todo su mandato, China ha sido para Trump el enemigo preferido y, sin solución de continuidad, preparó su artillería y sus generales para librar la madre de todas las batallas.
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Como lo hiciera Esparta hace más de 2.500 años para defender su hegemonía amenazada por el creciente poderío de Atenas, el inquilino de la Casa Blanca aprestó todos sus recursos para una nueva guerra del Peloponeso, no ya por el dominio del Mediterráneo, sino por la supremacía planetaria.
Para el magnate “prestado a la política”, la creciente influencia China en todos los planos, fue desde un comienzo, y sigue siendo ahora, el principal obstáculo para la realización de sus tan mentados “America First” y “Make America Great Again” que lo llevaron a la presidencia.
La cruzada anti-China comenzó en 2011 cuando -mucho antes de que anunciara formalmente su candidatura- Trump ya definía a la República Popular como “nuestro enemigo, ellos nos quieren destruir”.
Largada su carrera electoral, Beijing pasó a ser también el responsable «del robo (de empleos) más grande en la historia del mundo”, “destructor de la industria estadounidense” y «el más grande manipulador de divisas del planeta”, reo de devaluar a propósito el yuan para socavar los precios globales de las exportaciones. El Fondo Monetario Internacional se encargó de desmentirlo y recordó que China había gastado billones de dólares de sus reservas internacionales para sostener el valor del renminbi y evitar que se debilitara más abruptamente.
Una vez electo presidente, fue el turno de la guerra comercial que hoy -a pesar de la tregua alcanzada en enero con la llamada “fase 1”, que reduce algunos aranceles e impulsa las compras chinas de bienes y servicios estadounidenses- está cada vez más lejos de concluir.
«Vamos a tener que ver lo que pasa con la compra de productos por lo que ha pasado (con el coronavirus). Se aprovecharon de nuestro país. Ahora tienen que comprar, y si no lo hacen, acabaremos con el acuerdo. Así de simple», ha manifestado Trump en referencia a los acuerdos comerciales con China, según informaciones del diario South China Morning Post.
Por si no alcanzara con las tensiones acumuladas entre las dos grandes potencias, Trump comenzó a hacer sonar los tambores de un nuevo conflicto, una guerra tecnológica de cuyo resultado dependerá seguramente el poder geopolítico del siglo XXI.
Fue entonces en mayo de 2019 que, acusándola de “espiar para su gobierno” y de ser una amenaza para la seguridad de los Estados, Washington lanzó una ofensiva contra Huawei -líder mundial las redes de telecomunicaciones de quinta generación (5G) y buque insignia de la revolución tecnológica china- y la incluyó en una ‘lista negra’ y conminó a las empresas y ciudadanos estadounidenses (y a sus aliados) a reemplazarla por otros proveedores.
Primero fue la guerra de divisas, luego la guerra comercial, la siguió guerra tecnológica y dulcis in fundo, la semana pasada comenzó la guerra viral.
Desatada la pandemia , Trump encontró en China el chivo perfecto para expiar sus pecados en la gestión de la crisis sanitaria.
Estados Unidos y el mundo no se olvidan que cuando había 15 casos de coronavirus, el presidente dijo que «bajarían a cero» y hoy los infectados son más de 1.200.000; y que, habiendo asegurado tener la epidemia «totalmente bajo control”, ya son más de 70.000 estadounidenses muertos y otros 30 millones los que perdieron su trabajo, cifra récord de desempleados en la historia.
El presidente estadounidenses, que estigmatizó el Covid-19 como “virus chino” desde el inicio, y le endilgó al gigante asiático haber ocultado información sobre su existencia, acaba de doblar la apuesta y declaró tener un informe que demuestra que el virus fue creado en el Instituto de Virología de Wuhan, a pocos kilómetros del mercado de animales, cuna del patógeno.
«Hay pruebas enormes de que es allí donde comenzó” y “el Partido Comunista chino sigue bloqueando el acceso al mundo occidental, a los mejores científicos del mundo, para descifrar qué pasó exactamente”, lo secundó Mike Pompeo, su secretario de Estado.
«China tiene un historial de infectar al mundo y de manejar laboratorios por debajo de los estándares. Esta no es la primera vez que el mundo está expuesto a un virus como resultado de fallas en un laboratorio chino», afirmó el jefe de la diplomacia de EEUU y exdirector de la CIA.
La primera respuesta china fue un editorial del Global Times, perteneciente al Diario del Pueblo del Partido Comunista chino, señalando que las acusaciones son una “estrategia” para desviar la atención de la “incompetencia” del presidente,Trump, para gestionar la pandemia del coronavirus en Estados Unidos y ganar la reelección en las elecciones presidenciales de noviembre.
Por su parte, el vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores recordó que al adoptar medidas radicales de cuarentena a expensas de asestar un terrible golpe a su economía, “dio tiempo al mundo a prepararse” para enfrentar la crisis sanitaria.
Sin embargo, el desmentido más contundente a las afirmaciones de Trump y Pompeo, fue de Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Enfermedades Infecciosas y principal epidemiólogo del gobierno de Estados Unidos, quien descartó que el coronavirus que dio origen a la Covid-19 fuera creado en un laboratorio.
«Si se mira la evolución del virus en murciélagos, lo que hay ahora (la evidencia científica) tiende muy, muy fuertemente hacia que (el virus) no pudo ser artificialmente o deliberadamente manipulado», opinó Fauci en una entrevista con National Geographic .
Alineando su posición con la de la Organización Mundial de la Salud y la mismísima CIA, el experto agregó que «todo en la evolución gradual en el tiempo indica fuertemente que (el coronavirus) evolucionó en la naturaleza y luego saltó entre especies”.
Como lo fuera en la carrera electoral de hace 4 años, China vuelve a ser el enemigo perfecto para repetir la campaña antiglobalización y las promesas de proteccionismo que lo llevaron a la presidencia.
El Trump candidato sabe que atacando a su archirrival aumenta su credibilidad ante la opinión pública porque hace años que lo lleva haciendo.
El Trump presidente agita el fantasma del enemigo chino para justificar la mayor crisis sanitaria y económica de la historia reciente de Estados Unidos, que ha puesto una pesada hipoteca a sus posibilidades de ser reelecto.
Es inocultable que el coronavirus arrasó con el crecimiento económico, el pleno empleo y las subas récord de Wall Street que, hasta hace menos de dos meses, hacían del republicano el favorito para las elecciones de noviembre y hoy lo dan 5 puntos por debajo de su rival.
“China hará todo lo que pueda para que yo pierda la elección (en favor de su rival demócrata Joe Biden)”, declaró esta semana Trump a Reuters.
Para los estrategas republicanos de su campaña, el gigante asiático pasa a ser el verdugo de un EEUU que había logrado un crecimiento económico excepcional con Trump y que fue abortado por una peste que irresponsablemente la República Popular habría diseminado por el mundo.
Mientras tanto, China sigue adelante con el envío de material y personal médico a los países más afectados por la pandemia y acumula el agradecimiento de los gobiernos que los reciben
El mundo pospandemia dependerá de la interacción de las dos superpotencias para resolver la extraordinaria crisis económica que asfixia al mundo. De no entenderse, las consecuencias serán más graves que las de la Gran Depresión del 29.