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La invención de la violencia

Por Rafael Bayce.

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Caras y Caretas Diario

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Cuando usted esté leyendo esta columna, se habrá jugado el primer partido de fútbol en Uruguay, y clásico, con cámaras de reconocimiento facial de las exigidas por la reglamentación de inspiración policial que rige para el fútbol local. ¿Qué habrá pasado? Es una pregunta imposible de responder al momento de escribir estas líneas, dos días antes de jugarse el partido en el estadio Centenario. ¿Se vivieron episodios de violencia de la que se quería evitar? ¿Qué significa y qué se debe interpretar si hubieran acontecido actos violentos?

En primer lugar, es muy probable que no haya habido violencia, y de que no la hubiera sin la instalación de cámaras sofisticadas. Porque, generalmente, no hay violencia en el fútbol, ni siquiera en los ásperos clásicos, ni tampoco en los últimos 30 años en que asistimos a un ‘pánico moral’ inyectado en la opinión pública y política de modos profusamente estudiados. En efecto, en estos supuestamente violentos últimos 30 años se han jugado unos 100 clásicos, con unos cinco millones de espectadores (en los 85 años de fútbol profesional, más de 200 partidos clásicos, con más de diez millones de asistentes). ¿Cuántos muertos, heridos y destrozos patrimoniales hubo en todos esos cientos de partidos, con millones de presentes acumulados? Menos de diez víctimas fatales, unas docenas de heridos, unas decenas de edificios y calles vandalizadas.

Estos datos son exclusivamente de partidos clásicos. No se ha contado al fútbol adulto del interior del país, ni los 40 años de Organización Nacional del Fútbol Infantil, con unos 100.000 partidos y más millones de adultos asistentes acumulados. Tampoco se han puesto cifras del enorme fútbol universitario, ni de las ligas comerciales, ni del fútbol en canchas cerradas y gimnasios. Siendo deseable que fueran menos las víctimas por episodios de violencia, la cifra resultante es de las más bajas, y las probabilidades de sufrir lesiones o daños es de las más bajas entre la mayoría de las actividades públicas que se puedan realizar.

Violencia comparada y excepcional

El fútbol no está entre las principales causas de muerte, lesiones y enfermedad que releva Salud Pública (las diez más importantes son cáncer, respiratorias, circulatorias, renales, diabetes, suicidios, tránsito, infecto-contagiosas, psíquicas, congénitas y perinatales). Tampoco aparece el fútbol si se comparan sus cifras de violencia con las de criminalidad contra personas o contra patrimonios que registran el Ministerio del Interior y el Poder Judicial; y ambas documentan las más comunes causas de muerte, lesiones, daños.

Son incomparables estas cifras con los accidentes laborales, o con los accidentes domésticos, o con la violencia doméstica (y no sólo contra mujeres, sino contra menores, ancianos, animales), ni con los ahogados en playas, ríos, arroyos y cachimbas, ni con los quemados en incendios. Lo extraño es que pocas de estas riesgosas instancias cotidianas merecen el escándalo, las vestiduras rasgadas y los ceños fruncidos sedientos de políticas públicas legitimadoras electorales que provoca el fútbol.

La violencia en el fútbol no llegó a niveles preocupantes, reales, cuando el fútbol comenzó, en todo el mundo, a ser unos de los lugares preferidos para la consolidación de neo tribus urbanas que se constituyeron por motivos extrafutbolísticos desde los años 80 en Europa y el Río de la Plata. Tampoco cuando las neo tribus barrabravas, en los tiempos más actuales, comenzaron a dar lugar a lumpen criminales y a profesionales que se disfrazan de hinchas pero en realidad sólo apuestan a la demanda masiva de productos ilegales que acompañan el ambiente del fútbol, en especial en los partidos atractivos.

Paradojas de la seguridad

Hacer deporte y presenciar deportes, lo dicen las cifras, son de las actividades menos peligrosas para la integridad física o patrimonial que existen en Uruguay y en el mundo. Muy probablemente no habrá ocurrido violencia en el clásico, pero porque casi nunca la hubo ni la hay, más allá de cámaras sofisticadas, cacheos, espirometrías innecesarias, ni el horrible proceso de identificación para comprar entradas y para entrar a los estadios.

Muy probablemente no habrá ocurrido violencia porque nunca fue abundante ni probable, ni siquiera en clásicos de la ‘era hooligans’, en los años 80, ni desde la más cercana era lumpen criminal. La razón de la no ocurrencia de violencia lejos está de guardar relación con las medidas tomadas, propuestas como salvadoras de una violencia fabricada por la prensa como probable y peligrosa para las integridades física y patrimonial, aunque las cifras demuestren exactamente lo contrario.

Ahora, como ya pasó en Inglaterra y fue muy abundantemente estudiado, la violencia aumentará fuera de los estadios, y hay que prepararse para ello. Porque las profundas causas sociales que produjeron, primero al espectador, luego al ‘hincha’, más tarde a las barrabravas y a las neo tribus urbanas que constituyen su identidad en estadios y vecindades, y finalmente, a los lumpen criminales que devienen tales como perversión del hincha y del barrabrava, ninguna de esas causas dejó de existir ni nadie se ha ocupado de ellas, estúpidamente concentrados meramente en los efectos violentos y no en sus causas, baldeando inundaciones sin intentar siquiera cerrar las canillas que inundan los baldes.

La violencia, con estas medidas, será baja en los estadios, como siempre fue, pero la exterior al estadio probablemente aumentará, porque hinchas, barrabravas y lumpen criminales están ahí y necesitan dinero, poder y prestigio, identidad y grupos de pertenencia-referencia, adrenalina y autoestima, en parte perseguibles por actividades cuestionables o directamente riesgosas o criminógeno-criminales.

Las medidas o cómo expulsar gente de los estadios

El conjunto de las medidas tomadas puede contribuir a disminuir la violencia dentro de los estadios, pero la llevará y probablemente la incitará fuera de los estadios. Además, con el grave costo de disminuir la asistencia a los estadios, que es exactamente lo contrario de lo que supuestamente querrían aumentar con las medidas. Porque mucha gente no puede o quiere comprar con anticipación porque no tiene las decisiones hechas, ni puede recolectar cédulas para hacerlo, ni acordarse de llevarlas, ni aguantar cacheos, espirometrías y caruchas desafiantes de los encargados de hacerlo.

Desde hace muchos años la gente y la hipotética familia futbolera han sido expulsados, más que por la violencia, por la expulsora e intimidatoria exhibición de los bélicos operativos policiales los días antes de los partidos. ¿Quién puede resolver ir al estadio, y menos acompañado por mujeres, niños o ancianos, después de ver el operativo militar organizado como prevención?

Al aficionado al fútbol no le queda otra que pensar que, o bien los criminales y barrabravas son guerrillas urbanas militarizadas que merecen ese enfrentamiento, y que entonces es peligroso estar por ahí, o que pueden ligar algún palazo o prepotencia con la que los encargados de la seguridad encubren su puntual ausencia en el origen real de los incidentes. No quieren ser parte de ésos, pero llegado el caso son hábiles en detener a participantes de actos de violencia menor, o gente que no tiene nada que ver, que es llevada a los juzgados sin culpa ni prueba alguna, para llenar el ojo, para que la prensa diga que hay detenidos y que parezca que ‘ellos los detienen y el juez los suelta’, falsedad sublevante si las hay: el juez los suelta porque no hicieron nada, y en el caso de haber sido participantes de actos violentos, porque no se presenta evidencia que amerite el inicio del proceso. El Poder Judicial los suelta porque hacerlo es su deber constitucional, legal y profesional, al no haber sido detenidos en flagrante o con semiplena prueba, porque no perdieron la presunción de inocencia con que el Estado de derecho nos salva de arbitrariedades infundadas.

De modo que con la excusa de evitar la expulsión de la familia y los espectadores sanos, se los expulsa realmente dificultando de mil modos la decisión de ir o no, con éstos y no con los otros, complicando la compra, haciendo inamistoso y desagradable el acercamiento a los estadios y el ingreso a las canchas. Nada expulsa más a la gente y a la familia de los estadios que la exhibición mediática de los operativos policiales antes de los partidos, a lo que se agregan las medidas para la compra de entradas, las identificaciones y antelaciones necesarias, los cacheos, espirometrías e identificaciones con cámaras faciales.

Un último detalle: la sabia organización de la expulsiva seguridad ha hecho de los baños un oasis de criminalidad potencial. En efecto, en los baños no hay cámaras, porque serían porno y la gente no iría siquiera a los mingitorios o lavabos para que sus genitales no estén, a futuro, en las redes. Tierra de nadie, ideal para prostitución, drogas y ajustes de cuentas individuales y grupales, producto de la tan sesuda y alabada planificación. Suerte.

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