En su afán de proponer una idea ingeniosa, Luis Lacalle Pou sugirió gastar 300 millones de dólares de nuestras reservas para hacer carreteras, vías de ferrocarril, puentes o instalaciones portuarias.
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La idea es simple y muy similar –aunque mucho más modesta– a la que habían propuesto hace unos meses Sendic, Mujica, el Partido Comunista, algunos dirigentes socialistas, muchos economistas de izquierda y casi todas las organizaciones sociales, incluyendo al Pit-Cnt.
En verdad, la idea no es original ni es de autoría de Lacalle Pou. Es una versión naif del pensamiento keynesiano, un garabato a vuelapluma de ideas poco discutibles que han sido sostenidas por economistas, sociólogos y premios Nobel que por formularlas no han perdido el “grado inversor”, ni merecido el calificativo de “inconsistentes”.
En realidad, Pompita propone, ni más ni menos, lo que sugiere el sentido común. Si tenemos ahorros en la alcancía y queremos hacer obras para reactivar la economía y dar trabajo a gente que no lo tiene, es lógico que invirtamos parte de ellos en hacer lo que es necesario.
Estoy seguro de que el ministro Víctor Rossi aprobaría con los ojos cerrados esta idea.
Es evidente que detrás de la idea de Lacalle hay un propósito y una travesura política, pero la propuesta es buena y el argumento de que invertir el 2% de nuestras reservas en obras de infraestructura nos hará perder el grado inversor, es una reverenda tontería.
Por supuesto que también agravia a nuestra inteligencia afirmar que semejante sugerencia revela ignorancia, impericia, inconsistencia y poco menos que inhabilita a Lacalle para cursar cuarto año de escuela.
Es más, nos abre algunas interrogantes. ¿Qué es lo que se puede hacer sin perder el grado inversor? ¿Se puede hacer algo audaz? Poner nuevos impuestos, modificar los ya existentes, acotar los beneficios de que disfruta el capital, transferir riquezas de los más ricos a los más humildes, ampliar derechos, buscar cadáveres de desaparecidos, disminuir los beneficios tributarios de las multinacionales que se radican en el país, democratizar los medios de comunicación, ¿pone en peligro el grado inversor?
¿Quién define lo que hay que pensar y se puede hacer? El Fondo Monetario, el Banco Mundial, los organismos internacionales y las calificadoras de crédito, ¿nos controlan, nos inspeccionan, nos auditan, tienen sus oficinas en el Banco Central o, sencillamente, nos censuramos nosotros mismos, muertos de miedo?
¿Era tan bueno haber conseguido el grado inversor que ahora nos achuchamos por miedo a perderlo?
¿El grado inversor nos quitó tanta soberanía que no podemos ni siquiera ser tan audaces como Pompita?
¿Nos podemos gastar 600 millones de dólares para contener el dólar sin perder el grado inversor?
¿Por qué el déficit fiscal al borde de 4% del PBI, la inflación cerquita de las dos cifras y el dólar a 32 pesos son resultado de acciones inteligentes y otras opciones son burradas proclamadas por ineptos incapacitados para cualquier función pública?
¿Nadie puede tener una idea sin solicitar autorización a las empresas calificadoras de crédito?
¿Quién los votó a estos señores?
¿Quién hace los malabares con los platillos chinos?
Las calificadoras de crédito, ¿son más o menos de derecha que Lacalle Pou?