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Muestra de El carnaval y sus artes

Que el letrista no se olvide

La prisión como castigo, desde finales del siglo XVIII y hasta el día de hoy, es considerada por excelencia como el sistema de reeducación de las personas que hayan cometido algún crimen, que no hayan respetado una ley o que hayan desobedecido a las autoridades.

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Se cree firmemente que el encierro y las prácticas de domesticación transformarán a los delincuentes en individuos obedientes, cumplidores de las leyes de la sociedad, productivos con y en el sistema. Si bien es cierto que se hace cada vez más presente el cuestionamiento al sistema penitenciario y a los resultados “positivos” de sus prácticas, nadie sabe bien cuál sería la alternativa, o todos tienen claro que no hay voluntad política y social para abolir esta institución represora. ¿Por qué? Resulta que la “delincuencia” tiene cierta utilidad política y económica.

Parafraseando a Foucault en su libro Vigilar y castigar, cuantos más crímenes se comentan en la sociedad, y cuantos más delincuentes existan, más aceptables y deseables serán los sistemas de control y los mecanismos de inseguridad que implemente el Estado y, por tanto, más domesticada y menos libre serán los individuos de la sociedad. Sin embargo, no son sólo las de hierro las cadenas que hay que romper. Miércoles 24 de enero de 2018, 11.02 de la mañana. En los alrededores del Museo del Carnaval de la rambla de Montevideo se siente la presencia policial, pero el ambiente es muy tranquilo, “está todo bajo control”.

La Unidad número 5 del INR hoy está de estreno: está a punto de comenzar la muestra del programa El carnaval y sus artes, llevado adelante por el Instituto Nacional de Rehabilitación y el Museo del Carnaval, con financiación del Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional (Inefop). En la placa situada en la zona del material de muestra puede leerse el nombre del programa, pero haciendo más justicia a la realidad: “Con espíritu femenino: el carnaval y sus artes”.

La Unidad número 5 es la unidad de mujeres. Aún es temprano y no han llegado ni los asistentes, ni las autoridades ni la prensa. Hablamos con algunas personas que integran el equipo de talleristas que ha trabajado con las mujeres privadas de libertad durante todo el año. Ellos son Federico Gauthier, maquillador artístico; Iván Arroqui, vestuarista artístico; Maximiliano Galeano, escenógrafo; Mario Villagrán, coordinador pedagógico; Natalia Riefel, asistente de coordinación pedagógica; y Raúl García, encargado de materiales. Todos ellos, bajo la batuta de Alejandro Rubbo, director del programa, han hecho posible la realización de tres talleres: el de maquillaje artístico, el de vestuario artístico y el de escenografía.

Los talleres han sido impartidos dentro de la unidad de mujeres durante dos días a la semana, cinco horas al día, siendo parte de un proyecto anual que se renueva año a año y que este año celebra su segunda edición. Una de las características innovadoras de este proyecto de Inefop, nos cuentan, son las pasantías a las que han podido acceder siete mujeres, de las cuales una de ellas la ha realizado fuera del espacio físico penitenciario. El interés que han suscitado los talleres este año ha sido sorprendente, y los resultados han sido muy satisfactorios, pues aproximadamente 90 mujeres han asistido a alguno de ellos.

Los talleres fueron abiertos y pudo acudir cualquiera que estuviera interesada, cumpliendo un único requisito: respetar la consigna establecida por los talleristas. ¿Qué ocurre cuando a las personas privadas de libertad se les devuelve el derecho de acceder a la cultura y, además, de hacerla? ¿Qué ocurre cuando, en una época tan importante para el país como es el carnaval, las celdas se convierten por diez horas semanales en instancias de capacitación en diferentes disciplinas artísticas? ¿Y qué sucede cuando además esas actividades se realizan con la intención de abrir las puertas del mundo laboral? A través de los talleres carnavaleros se genera integración y, además, una posible salida laboral.

Las mujeres vienen del sector servicios y se imaginan volviendo a él cuando cumplan condena: “Sólo podré ser moza, limpiadora o cocinera”. Sin embargo, si alguien se parara a preguntar a las sin voz, a las que, aun siendo excluidas no son menos importantes, qué les gustaría hacer, las respuestas serían sorprendentes y las posibilidades realmente infinitas, aunque ellas no lo crean. Lo realmente revolucionario sería darles la posibilidad de ser eso otro que no se imaginan. Estos talleres y la gente que los imparte dotan de herramientas para trabajar en el sector artístico de una forma real, mediante una formación sólida. Sin embargo, no solamente capacitan, no les enseñan a hacer manualidades plásticas, no les infantilizan, pero tampoco les prometen un futuro cierto; lo que logran es ir más allá de lo simbólicamente conectado con lo delictivo para tratar a las mujeres privadas de libertad como lo que son: seres humanos con capacidades y aspiraciones.

La exclusión de ciertas personas a través del confinamiento y del encierro no acaba con los deseos y con las emociones, y los talleres han permitido el desarrollo de capacidades de crear que ninguna imaginó que tendría. “Yo nunca imaginé que pudiera pintar”. Además, las actividades les permiten pensar en otra cosa, desconectar de la realidad en la que viven diariamente y hablar e imaginar otras realidades posibles. Daniela González, una de las mujeres privadas de libertad de la unidad que ha colaborado en el proyecto con una pasantía, señaló en rueda de prensa que en las máscaras, en las maquetas y en los trajes que han hecho, hay una fuerte expresión de muchos sentimientos y emociones. Y es que se trata de eso también, de tener la libertad de expresarse a través del arte y de la cultura.

Estas instancias han permitido además construir un espacio en el que compartir se vuelve una dinámica habitual, en el que hay escucha y diálogo, una conversación ordenada y respetuosa. Ha generado la posibilidad de destensar lo cotidiano, de dejar la actitud defensiva a un lado para disfrutar de un espacio y de unas actividades en el que no tienen que defenderse de nada. Cuando la vida se lleva entre barrotes, bajo condiciones de coerción, lejos de familiares y amistades, hay que aprender también, como un acto constructivo, a manejar la energía y la intensidad, y a valorarse. Las mujeres logran valorarse personal y laboralmente, verse desde otro lugar y no definirse -como no las definen los que trabajan con ellas- por su situación, sino por su persona, por su capacidad de hacer y no por lo que hicieron.

El vínculo, las dinámicas de trabajo, los lugares para compartir y el arte son las herramientas de los talleristas, que, emocionados, esperan la llegada de todos. Y empieza a llenarse el museo, y comienzan las entrevistas, las luces, los micrófonos, el movimiento de sillas, las felicitaciones y los saludos. El carnaval es esta festividad, y para ellas esta oportunidad de hacerse un hueco en esa cultura de la que también se les alejó, de la que no se les permitió participar. Pero el carnaval es también hablar de oficio con derechos, con obligaciones y con seguridad. Esta muestra de trajes y luces tan particular habla por sí sola y refleja a cientos de mujeres con la voluntad de salir adelante a través del arte. Este programa demuestra a su vez la necesidad de una sociedad más cohesionada y con valores, la necesidad de una cultura que posibilite el cambio de significados y representaciones sociales y que acabe con la estigmatización. Estos trabajos materiales son el reflejo de la voluntad de salir adelante, son el reflejo de una labor manual y emocional que expone lo sensible en público para seguir creando una cultura que posibilite otros valores, otro imaginario, otros sentidos y otras representaciones que, esta vez, protagonizan mujeres que se demostraron poder hacer mucho más que lo que el castigo quiere que hagan.

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