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Solo un acto de piratería

La motosierra anuló la licitación en la televisión

Por Federico Fasano Mertens.

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Consumatum est. El crimen contra el derecho a la información y la pluralidad de voces se consumó sin piedad. La única vez en 70 años que las grandes alamedas de la televisión se abrían por mandato legal para que una nueva forma de ver y de pensar pudiera expresarse se vio frustrada cuando nuestro presidente decidió cerrarlas, poniéndoles candado por cinco años más.

La nueva realidad no fue otra cosa que la vieja costumbre de asociarse con el poder monopólico de una televisión que en manos de tres familias modelan los gustos y conciencias de la ciudadanía.
Se impuso la concepción patrimonialista, corporativa, clientelar y dinástica de una coalición conservadora a la que solo le interesa la ocupación de los espacios de poder.

El conocido retintín del discurso de la derecha vernácula se escuchó sin rubor alguno.
Bastó que el monopolio clánico dijera “no pasarán” para que el aparato corleónico se pusiera a trabajar impidiendo la presencia de “intrusos” en el sistema cleptocrático que durante siete décadas, sin competidor a la vista, decidiera el orden del día de nuestra cotidianeidad. Decidiera qué era noticia y qué no.

Se optó por la rapacidad. Fue pura y simplemente un acto de piratería. Las razones del crimen fueron una vergüenza jurídica, un dislate jurídico. La Ursec no tenía legitimación para convocar y ordenar el concurso, clamaron los iletrados que copiaron casi textualmente el pedido de nulidad dictado por el monopolio, agregando que la Ursec no es el Poder Ejecutivo, único legitimado para convocar el Llamado a Interesados. De nada sirvió que el propio Poder Ejecutivo ratificara in totum la actuación de la Ursec. El dictamen jurídico adornado con máscaras de seriedad adquiridas en la feria es vergonzoso para nuestro Estado de derecho. Nos “vale madre”, dirían los mexicanos; “a llorar al cuartito”, agregarían los que ganaron en la Liga lo que perdieron en la cancha; “para Fasano que lo mira por TV”, zahería sin vergüenza Ignacio Álvarez en su alborozado tuit, como si la pulla pudiera ocultar la ofensa a una golpeada democracia.

La coalición conservadora dejó de lado la ética de la responsabilidad y apeló a la estética del maltrato.
Yo sé que fracasó mi prognosis. Yo sé que pequé de ingenuo, que creí por un instante, porque lo vengo siguiendo desde hace años, que ese mamífero político en que se convirtió  Luis Lacalle Pou era un político por vocación, no por equivocación, y que su legítima vanidad lo llevaría a ser el primer dirigente de la derecha nacional que iba meter las manos en la urdimbre conceptual del país, una de cuyas miserias, casi única en el mundo, es el férreo monopolio del medio de comunicación gratuito más popular de todos. El que no admite que la izquierda, siendo la mitad del país, detente ni un solo canal privado.

Usted, señor presidente, ya perdió esa oportunidad histórica. Usted desaprovechó la oportunidad de democratizar un poquito la vida diaria de nuestro país. Con su decisión hirió a nuestra democracia. No hay democracia sin demócratas. Y usted no actuó como un demócrata. Y usted sabe que tengo razón. Pero no lo culpo totalmente de este acto contra la democracia republicana.

Hay que tener agallas para decirle que no al poder del que no pueden prescindir los aspirantes al trono. Usted es el jefe de la coalición conservadora, pero no es la coalición. Contó con la complicidad de Sanguinetti, primera espada del monopolio, y con el silencio inexplicable de Manini Ríos, que no se tutea con el poder telemático, y el vergonzoso lavado de manos de Mieres y César Vega, que traicionaron con su indiferencia los principios que enarbolaron durante los últimos años. Aún espero de ambos un acto de contrición. Excluyo al quinto miembro de la coalición, Edgardo Novick, quien parece estar alejado de este aquelarre.

Yo creo, señor presidente, que usted se equivocó feo. Y quizás en sus memorias, aunque tardíamente, lo reconozca. Al igual que me lo reconoció su padre cuando cedió en 1994 ante el chantaje del mismo monopolio. Aunque su padre fue menos abusivo, ya que tomó la decisión, pero no anuló ningún derecho previamente adquirido.

Usted podía ser admirado por ponerle un límite a la dictadura del monopolio en la televisión. Pero un hombre no puede ser admirado si no es creído. Y con su decisión, deja de ser creído.

Dónde quedaron sus palabras de hace un par de meses cuando en plena conferencia de prensa afirmó que sería garantía de transparencia, enfatizando que no devolvería favores a nadie, para culminar declarando, ante la admiración general, que con usted nunca habría un interés oculto detrás.

Para usted su concepción de nueva realidad es cuando dos lobos y una oveja votan sobre cuál será el almuerzo. Ese es el escenario que usted, la coalición multicolor y el monopolio montaron para violar la ley de medios, votada por el Parlamento nacional hace ya seis largos años.

Confié por un instante en usted. Y por eso le escribí una carta, que pensé ilusamente lo haría reflexionar.
La historia universal está plagada de excepciones que superan lo previsible.

No pretendía que usted resultara ser como uno de los más agudos y brillantes analistas políticos de todas las épocas, como Maquiavelo o Alexis de Tocqueville. Pero sí lo veía con la energía de buscar una salida menos previsible, más republicana, más digna de su futuro, más interesada en poner un pie en la historia y no en el olvido.

La acumulación más difícil de la vida no es la acumulación de la riqueza ni la acumulación del poder, sino la acumulación de la inteligencia ética. Usted olvidó esta lección aristotélica.

Ser grande es casarse con una gran querella. Usted pasó a su lado sin siquiera acariciarla.

Qué lástima, señor presidente. Pero bueno, no soy hombre de lamentos.

En mi vida fui herido muchas veces, llevo el récord mundial de diarios clausurados, pero con Nietzsche puedo afirmar que lo que me hiere y no me mata me hace más fuerte.

He aprendido que la lucha que se pierde es aquella que se deja. Me siento vencido pero no derrotado. Es como aquello de Leandro Alem, se dobla, pero no se rompe.

He decidido presentar batalla. No contra molinos de viento, sino contra los muros del pensamiento único, de la televisión única, de los medios de comunicación hegemónicos.

Es tarea dura y lenta esta, la de voltear los muros que nos ciegan la aurora, es tarea dura y lenta, pero es nuestra tarea.

Faltan menos de cinco años para que los 18.500 ciudadanos que le faltaron a la izquierda en el balotaje para lograr su cuarto mandato se convenzan de que la coalición conservadora significará un retroceso para la democracia real de nuestro país.

Durante estos años que faltan, aportaremos nuestras energías para convencerlos, para persuadirlos.

Ignoro aun cuál será la mejor herramienta para librar esta batalla, ahora que nos confiscaron la que ganamos en buena ley. Pero la buscaremos.

Hoy me convoca el clamor de la heroica reforma universitaria de la Córdoba del 18 que recorrió nuestra América, la pobre: “Los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan”.

Hoy falta otra libertad en nuestra República.

La encontraremos.

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