La ciudad amazónica de Belém será sede de la COP30, la gran cumbre climática de la ONU, y antes de comenzar, ya es noticia. ¿La razón? una crisis habitacional con toques de cine erótico. Con apenas 18.000 camas disponibles en 2023 y más de 50.000 visitantes esperados para noviembre, la ciudad se enfrenta a un desafío logístico.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
COP30 con espejos en el techo y barras de baile
Mientras se construyen hoteles y se reacondicionan escuelas, clubes y viviendas, los clásicos moteles del amor —espacios diseñados para encuentros íntimos— están siendo reciclados como alojamiento oficial para delegaciones diplomáticas, activistas y funcionarios climáticos. Habitaciones con pole dance, espejos en el techo y jacuzzis en forma de corazón están siendo reacondicionadas con sábanas blancas, jabones nuevos y un intento, no siempre exitoso, de eliminar los rastros más evidentes de pasión fugaz.


Estamos eliminando cualquier cosa demasiado erótica de las habitaciones, explicó Yorann Costa, gerente del Motel Secreto, uno de los más conocidos en las afueras de la ciudad. Y la ubicación es perfecta, agregó, entrevistado por el New York Times.
El gobierno defiende esta opción con pragmatismo: hay una cumbre que alojar, y Belém tiene más de 2.500 habitaciones moteleras listas para adaptarse. La posibilidad de un motel de amor como alojamiento no es fea ni está mal. Es parte de la solución, afirmó André Godinho, representante local en la planificación de la COP.
Un poco caro
Los precios también se convirtieron en un escándalo climático. Algunas habitaciones superan los 1.000 dólares por noche, y hay denuncias de tarifas de hasta 15.000. Las delegaciones de países en desarrollo, que suelen liderar los reclamos por justicia climática, advirtieron que el costo del hospedaje podría dejar afuera a quienes más sufren los efectos del cambio climático.
En respuesta, el gobierno brasileño cerró acuerdos con dos cruceros para ofrecer 6.000 camas a precios reducidos, priorizando a las delegaciones más vulnerables. También lanzó una plataforma de reservas centralizadas que intenta distribuir equitativamente las opciones disponibles.
Sin embargo la tensión sigue: a menos de cuatro meses de la cumbre, muchas obras aún no están terminadas y la infraestructura hotelera —a pesar de las reformas y anuncios— está lejos de satisfacer la demanda. Las imágenes de diplomáticos y activistas en camas redondas con espejos en el techo recorren el imaginario colectivo.
Belém, una decisión política
La elección de Belém fue presentada como una declaración política: llevar la discusión climática al corazón de la Amazonía. Sin embargo, la ejecución ha resultado, cuanto menos, contradictoria. La construcción de la autopista “Avenida Liberdade”, destinada a conectar la ciudad con nuevas zonas de hospedaje, implicó la tala de áreas protegidas de selva amazónica.
Aunque el gobierno de Pará asegura que se trata de un proyecto preexistente y ajeno a la organización de la COP30, el impacto ambiental es innegable. La paradoja no ha pasado desapercibida: se deforesta para organizar una cumbre que, en teoría, busca frenar la deforestación.
Los moteles, por su parte, tienen su propia historia simbólica. Surgieron durante la dictadura brasileña en los años 60 como espacios de privacidad frente a la vigilancia estatal. Hoy, reemergen como alojamiento transitorio para los responsables de discutir el futuro ambiental del planeta.