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Lo que el mundo debe saber de Tabárez y la celeste

Por Enrique Ortega Salinas.

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Cuando nos toque ganar, hacerlo sin estridencias; cuando nos toque perder, hacerlo con dignidad”. Óscar Washington Tabárez   Esta será quizá mi peor nota. Quizá nadie la comparta ni obtenga un mísero like en la web. Pensaba titularla ‘Al maestro con cariño’, en alusión a la famosa película de Sidney Poitier; pero al consultar al gurú del siglo XXI (Google), me encontré con montañas de notas dedicadas a Óscar Washington Tabárez con ese título. Pensaba contar múltiples detalles de su labor docente como director técnico; detalles que certifican no tanto su sabiduría deportiva, sino su sabiduría existencial. Como ya escribió Leandro Grille: “Se puede alegar que Tabárez utiliza su experiencia como maestro de escuela para desempeñarse en la conducción de un equipo de fútbol, pero sería más apropiada la afirmación inversa: Tabárez usa el fútbol para introducir en el ámbito más inesperado el magisterio”. Pensaba contar como novedad, enviando la nota a varios países, que el maestro lleva a sus muchachos a ver obras de teatro, que los hace vestir con corbata para las conferencias de prensa y eventos similares, que en el desayuno, almuerzo y cena prohíbe los celulares para que conversen entre ellos y que ha modelado el carácter de Luis Suárez desde la famosa mordida. Este Luis no es aquel. Ya no es aquel niño del cual se burlaban los compañeros del colegio por el tamaño de sus dientes y él los corría para morderlos. Este Luis es el padre que enseña a sus hijos a valorar lo que tienen y les recuerda lo difícil que en su infancia era tener zapatos nuevos. Eran seis hermanos; así que de marcas ni hablar. Es el que se quiebra al hablar de un compañero que no fue seleccionado para acompañarlos a Rusia. Es el que visita y ayuda a los niños con cáncer. Pensaba contarles que, a diferencia de otros astros, a ningún integrante de la selección se le ha subido la gloria a la cabeza. A ninguno. Todos, todos ellos permanentemente colaboran con instituciones que necesitan una mano. En la celeste no hay un Floyd Mayweather haciendo ostentación de su riqueza porque el maestro lo sacaría a patadas de inmediato. Que Antoine Griezmann, autor de uno de los goles, no festejara su triunfo contra Uruguay no sólo habla muy bien de él, sino de lo que la celeste es hoy en el mundo. Pensaba decirles que Luis Suárez y Edinson Cavani no son nuestros ídolos y orgullo patrio por ser buenos deportistas, sino por ser buenas personas; que es mucho más importante. Pensaba decirles que salir quintos entre 211 equipos, dejando por el camino a selecciones imponentes como las de Brasil y Argentina, haber derrotado a Rusia en su casa por 3 a 0 y al temible Portugal por 2 a 1 no es poca cosa. Un solo partido, una sola derrota nos sacó del mundial. Pensaba decirles que no entiendo por qué Muslera tuvo que pedir disculpas ni por qué algunos periodistas hablan de “error” cuando pocos de nosotros hubiéramos podido poner las manos a ese misil sin quebrarnos los dedos. Qué fácil es criticar con todo el tiempo del mundo a quien sólo tuvo un segundo para decidir cómo proteger el arco. Pensaba dedicar un buen espacio al director del diario de la dictadura, Martín Aguirre, por un tuit (“Hubiera preferido que Josema le destruyera la rótula a Mbappé y que llorara menos, la verdad”), pero no vale la pena. Sólo le quiero decir, y creo que todo Uruguay se lo quiere decir: macho, no entendiste nada. Esas lágrimas son las de un hombre que dejó todo para dar a su pueblo lo que su pueblo soñaba; son las del niño de la tribuna, cuya imagen se hizo viral, y son las lágrimas que muchos derramamos por dentro, porque tras un largo camino quedamos cerca de la meta, mucho más de lo que hubiéramos pensado poco tiempo atrás, pero sin llegar a ella. Hubo tanta dignidad en esas lágrimas y tan poca dignidad en ese tuit… No hagamos lo de Argentina, que no merece tener a Messi, uno de los mejores jugadores del mundo. Hagámonos merecedores de un Suárez, de un Cavani, de un Muslera y de cada uno de ellos. Comprendamos que es un juego y nos tocó perder cerca del final; pero por algo están entre los mejores deportistas de la historia, que son nuestros y, por ser nuestros, Uruguay es mirado con respeto en el mundo. Dejaron las tripas en la cancha. Pensaba decirles que el maestro, a los 71 años, tiene por delante el peor desafío; la lucha contra el síndrome de Guillain-Barré. Sin embargo, pese a que el mismo le ha restado movilidad, no le ha mermado en lo más mínimo su fortaleza espiritual ni su liderazgo. Lo más fácil en horas amargas es criticar. Sobran los expertos que dicen: “Si se hubiera hecho esto, si se hubiera hecho lo otro…». Pues si el maestro hubiera hecho caso, se habrían necesitado más de tres millones de partidos para complacer a todos. Mucho más importante que ser quinto o primero, mucho más importante que ser crack en el fútbol, es ser crack en la vida. Eso es lo que Tabárez, sin ser perfecto, predica cada día a sus muchachos, y lo hace con el ejemplo. Sus palabras conmueven y llaman a la acción mucho más allá del fútbol: “De nada sirve ser campeones del mundo si los jóvenes no saben dónde queda Rusia, si no les transmitimos que valoramos lo que ellos hacen. Tenemos la responsabilidad y la obligación de decirles a todos los jóvenes y niños de Uruguay que creemos en ellos y que vale la pena apostar por su futuro; y si es necesario hacer más esfuerzos para darles lo que ellos merecen, lo vamos hacer. El momento es ahora”. Pensaba contar todo eso… pero resulta que ya todo el mundo lo sabe, que cientos de notas circulan por el planeta en estos días contando lo mismo, lo que convierte a esta en un fracaso. Qué bueno. Qué bueno que así sea.  

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