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Masacres en Egipto: trágica interna islámica

Por Rafael Bayce.

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Desde esta misma columna hemos comentado varias veces acciones terroristas y otras masacres más o menos actuales que han tenido como epicentro Estados Unidos y otros países ‘aliados’ occidentales. Esta jerarquización viene configurada, más allá de la importancia intrínseca de cada hecho, por los medios de comunicación globales, cuyos contenidos, énfasis, tono y jerarquía de las noticias se deben a una variable mezcla del interés comercial y la funcionalidad político ideológica de las mismas. Es indiscutible que ocho muertos en Estados Unidos venden más y son más útiles ideológicamente, para generar rechazo y horror, que 50 o más muertos en Medio Oriente o África, en definitiva conceptualizables a la ligera como ajustes de cuentas entre bárbaros. Los islámicos, yendo a las cifras objetivas, se matan más entre ellos que lo que matan a occidentales, aunque la jerarquía periodística de las noticias haga pensar lo contrario, como sucede con casi toda la información desinformativa y deformante que recibimos. Por todo eso es que, por ejemplo, muy poca tinta corrió estos días a propósito de un ataque a una mezquita sufí (variedad del islam) en la provincia egipcia del Sinaí Norte, sitio de radicación de beduinos abandonados por los gobiernos nacionales. Por ahora, van siendo contabilizados 305 muertos y 128 heridos. Es el mismo Egipto donde en octubre de 2017 fueron masacrados 59 oficiales y en 2015 fue derribado un avión ruso con 224 fallecidos. Es el mismo país donde comenzaron las muertes de oficiales responsables por las matanzas de Hermanos Musulmanes, militantes islámicos respetuosos de las vías democráticas que son masacrados, perseguidos, encarcelados, muy especialmente desde 1948, con sus líderes sistemáticamente muertos o presos, aunque hayan llegado a la presidencia democráticamente, como Mohammed Morsi en 2013. Casi olvidábamos la ejecución pública en 2016 de un líder sufí de 100 años de edad, así como de las periódicas y reiteradas matanzas de cristianos coptos en Egipto, donde residen central y ancestralmente.   Islámicos, africanos y demócratas Hermanos Musulmanes es una de las más antiguas comunidades islámicas africanas, con origen y desarrollo iniciales en Egipto, a partir de su fundación en 1928. Sus fines primordiales son la concreción del Corán en todo el cotidiano, a través de un califato, la crítica al colonialismo y la defensa de Palestina (el lector puede adivinar ya el futuro poco halagüeño que les esperaría con esta última reivindicación). Buscaron imponer esos objetivos de modo pacífico y por las vías democráticas, más o menos abiertas en Egipto desde que el panarabismo de Nasser liquidó la monarquía en 1951. Pese a sufrir precoces persecuciones, apoyaron a Nasser, como luego a Sadat y hasta cierto punto a Mubarak. Ese pacifismo y uso de las vías democráticas fueron mantenidos pese a que en 1948 matan a su líder fundador, en 1956 son prohibidos y en 1958 matan también al líder sucesor. Persecuciones, prisiones, deportaciones y difamaciones mediáticas no impiden su persistencia democrática, la habilidad de su trayecto de alianzas políticas y su obtención en el año 2005 de 88 de los 444 parlamentarios en medio de un gran fraude electoral en su contra. A partir de campañas sociales y de resistencia pasiva de impacto popular siguen creciendo, ahora con el crecimiento de una figura que en 2013 llegará a la presidencia de Egipto con 51,7% de los votos: Mohammed Mursi, muy popular cuando lideró el boicot a una historieta que vestía a Minnie Mouse -pareja de Mickey- con un velo islámico. Mursi llega a la presidencia en 2013, pero dura poco, separado del cargo por un juicio sin ninguna garantía, sin defensa ni presentación de pruebas. El ‘poder real’ egipcio, que no es religioso, sino muy económico político, reprime, juzga sin pruebas ni defensa, difama y hace lo mismo que desde la década del 40, sin importarle siquiera su victoria electoral. Los Hermanos Musulmanes de las nuevas generaciones discuten en el exilio sobre la mantención de un pacifismo democrático que nunca les han reconocido y del que no respetan ni la presidencia electa ni mayorías parlamentarias. Los más jóvenes, que no vivieron una represión más moderada y con objetivos más moderados, sienten que la vía democrática no les va a permitir lograr sus objetivos. Algunas represalias contra represores extremos, como por ejemplo contra dos policías multiasesinos, tienen como respuesta detención, prisión, muerte o deportación de unos 1.200 militantes. Se declara ‘terrorista’ a cualquiera que obstruye la ley o atenta contra el orden público. Es entonces que, ante esa inutilidad de la vía democrática, recrudecida represión y mal gobierno, no sólo se radicalizan los nuevos militantes de la hermandad, sino que el Ejército Islámico propone su vía no tan democrática y tiene apoyos debido al mal gobierno del presidente Sisi, sustituto por la fuerza del electo Mursi, derribado, detenido y condenado a cadena perpetua sin juicio. El movimiento Ansar Beit al-Maqquis, filial de ISIS, comandará en adelante las acciones más arriba nombradas, las matanzas de personal de seguridad del gobierno, las de cristianos coptos y las de islámicos sufíes, tales como la del líder centenario y los cientos de la mezquita del Sinaí Norte.   Los islámicos sufíes Es un poco difícil explicar los ataques intraislámicos a los sufíes, una variedad tradicional y popular del islam. Toda la historia del islam -ver para ello especialmente lo escrito por Ernest Gellner- ha sido la de una lucha de los islámicos doctos, partidarios de una cerrada interpretación literal de la revelación coránica, y el islam más popular, tendiente a una religiosidad menos literal y textual, basado en guías espirituales y en la veneración de mártires, con un ritual más festivo y más mágico, lucha que sucede casi en todas las religiones universales. Pues bien, los sufíes son parte de esa religiosidad popular, mística y mágica, constantemente atacada por los fundamentalismos ortodoxos literalistas, que crecientemente van restaurando la revelación sagrada y erosionando la fe popular. La restauración wahabita-salafita, a la que responden Al Qaeda e ISIS, es parte de esa restauración literalista docta, que se vuelve bastión de autoestima islámica y árabe contra la occidentalización, pero también contra el populismo religioso; la autoestima islámica no vendrá del occidentalismo ni de la retracción nacionalista, sino del regreso a una tradición sagrada, imperfectamente seguida; restaurar e imponer con yihad intraislámica, entre otros castigos, a los infieles. Por eso el máximo rival de la ortodoxia sunita y del restauracionismo docto es la revolución chiita, más populista, ritualista y amante de guías y mártires. Por eso es Irán, enclave chiita en el mundo y en el islam, el máximo rival. Por eso Hezbollah y Hamás son demonizados: porque son chiitas. Los israelíes, por ejemplo, y para complicar las cosas, están mucho más prontos a aliarse con los sunitas que con los chiitas, y están contra todos los islámicos que no estén con los sunitas. Los ataques a los sufíes son ataques a infieles dentro de la restauración docta, el único camino de autoestima viable para el islam y los árabes en el mundo actual; son parte de la yihad intraislámica, parte de la global ordenada por fatwas radicales desde Bin Laden.   Los cristianos coptos Está claro que son infieles, destinados a sufrir el castigo que se merecen todos los monoteísmos posabrahámicos que no sean el sunismo restaurador. Pero los coptos son una variedad muy antigua del cristianismo, especialmente odiosa al restauracionismo docto de los literalistas suníes. Porque todavía mantienen rituales de los comienzos mágicos de un cristianismo que fue luego secundarizando lo místico mágico y subrayando lo ascético moral. Los coptos aún mantienen el ritual tradicional de la comunión, con muy largos ayunos y abstinencias, luego de los cuales se ingería pan entero y se tomaba vino, con un resultado psicodélico bastante probable. El ritual católico acortó y eliminó ayunos y abstinencia, sustituyó el pan entero por una transparente hostia insípida e insustancial y trasladó la ingestión de vino, muy disminuida y con aceite, al sacerdote. El sacramento se modificó en el sentido de la ascética y contra la magia y la mística en el fiel. La resistencia a los rituales mágico místicos coptos y sufíes son parte de esa reacción conservadora de énfasis ascético, dogmático, literalista y docto; hay más resistencia a lo popular, místico, extático, mágico, venerador de humanos mediadores que a otros doctos infieles. Hay infieles peores que otros. Como ve, lector, esta secundarizada noticia, no sólo es más grave en cuanto a víctimas que las más cubiertas, eventualmente hasta más sensacional que las priorizadas, pero no es político-ideológicamente útil porque pueden destapar mucho estiércol en gobiernos vergonzosamente ayudados por Occidente y no atacados por los cipayos medios. Los terroristas han sido abortados en todos sus intentos democráticos, vergonzosamente reprimidos y casi condenados a la actual reacción luego de 70 años de intentos constantes que no pudieron aprovechar ni ganando elecciones y mayorías. Las democracias son respetadas si no perjudican al poder real; si lo perjudican, cambio y fuera. Se publica lo que los terrorismos antioficialistas hacen, pero no todo el terrorismo de Estado que llevó a pacifistas a abrirles camino, como reacción desesperada, a terrorismos novedosos.

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