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Mengele, el médico que inyectaba químicos en los ojos de los niños

Josef Mengele fue el monstruo de Auschwitz. La historia lo recuerda como el “ángel de la muerte”, el nazi más sádico y sanguinario de todos.

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Josef Mengele fue el monstruo de Auschwitz. La historia lo recuerda como el “ángel de la muerte”, el nazi más sádico y sanguinario de todos. Murió impune hace 43 años de un derrame cerebral.

Inyectó distintos químicos en los ojos de miles de chicos porque buscaba que cambiaran de color y tomaran el azul ario, el color de la perfección de la raza que iba a dominar al mundo. Usó a miles de seres humanos como cobayos, a los que descartaba enviándolos a las cámaras de gas de aquella fábrica industrial de la muerte que fue Auschwitz.

Amputó los miembros de centenares de prisioneros para intentar injertos que terminaron en gangrena y en la muerte. Sumergió a miles de cautivos judíos, gitanos, soviéticos, en aguas heladas para probar la resistencia humana al frío, y aportar así alguna terapia a los pilotos alemanes que eran derribados en las aguas del mar del Norte.

Hirió cuerpos sanos y cubrió las heridas con vidrios, trapos sucios, excrementos, tierra y aguas podridas para recrear las condiciones del frente y estudiar la evolución de esas heridas, con la idea de aliviar a los soldados alemanes heridos. Inyectó en las venas de sus conejos de indias fenoles, cloroformo, insecticidas, nafta sólo para saber qué pasaba.

Mengele era un fanático de la genética y tenía obsesión con los gemelos. Cuando los trenes de judíos deportados llegaban a Auschwitz, y en los amplios andenes del campo, llamados “El patio de los judíos” se seleccionaba a quienes iban a vivir y a quienes iban a ser gaseados de inmediato, por lo general las tres cuartas partes de los prisioneros formadas por mujeres, embarazadas ancianos y chicos, Mengele paseaba con un silbo en los labios, acaso una tonada de la lejana Alemania, y pedía: “Gemelos, gemelos…”.

Terminó con una epidemia de tifus en el campo de manera drástica: mandó a las cámaras de gas a mil seiscientos prisioneros de la etnia gitana, hombres mujeres y chicos, para desinfectar luego el barracón en que estaban alojados.

También llevó adelante experimentos masivos de esterilización y castración en hombres y mujeres. Su biógrafo, Gerald Astor, afirmó en Mengele, el último nazi, que el médico de Auschwitz arrojaba niños vivos al fuego de los crematorios vecinos de las cámaras de gas.

En el juicio que los tribunales aliados le hicieron en su ausencia, el médico judío prisionero en Auschwitz, Vexler Jancu describió: “Vi una mesa de madera. Sobre ella había muestras de ojos. Eran de color amarillo pálido, hasta el azul claro, verdes y violeta. Los ojos estaban pinchados somo si fuesen mariposas. Creí que yo había muerto y que ya estaba en el infierno”.

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