“Este país necesita vivir este momento histórico con la frente en alto. Somos soberanos, independientes y no necesitamos que nadie se entrometa aquí”, expresó el mandatario ante un público que lo ovacionó.
La frase resonó como una respuesta a Washington y, al mismo tiempo, como un llamado a la unidad nacional frente a las turbulencias políticas internas y externas.
Una defensa con valor simbólico
No fue casualidad que Lula pronunciara esas palabras en la capital amazónica. Allí lanzaba el Programa de Unión con Municipios para la Reducción de la Deforestación y los Incendios Forestales, una iniciativa que busca articular esfuerzos locales y nacionales contra uno de los problemas ambientales más urgentes del país.
En ese escenario, con el telón de fondo de la selva codiciada por su riqueza mineral, el presidente reafirmó que Brasil es dueño de su territorio. “Somos dueños de nuestra tierra”, enfatizó, recordando la importancia estratégica y geopolítica de la Amazonía.
La Amazonía: riqueza, presión y desafío
El discurso no evitó una cuestión incómoda: el uso de los recursos naturales. Lula advirtió que la selva no debe ser vista como un santuario intocable, pero tampoco como un botín a disposición del mercado.
“La Amazonía no es un santuario. Debe ser explotada correcta y responsablemente, tomando lo que se pueda tomar y reponiendo lo que se pueda, garantizando que siga siendo un recurso fundamental para la supervivencia del planeta”, señaló.
De esta forma, el mandatario buscó un equilibrio entre la preservación ambiental y el desarrollo económico, consciente de las presiones internacionales que reclaman mayores compromisos ecológicos y, al mismo tiempo, de las necesidades de millones de brasileños que dependen de esas tierras.
Un pulso que recién comienza
El cruce verbal con Trump abre un nuevo capítulo en la relación bilateral. Mientras en Washington se multiplican las advertencias, en Brasilia se refuerza la narrativa de soberanía e independencia.
Lula parece decidido a no ceder: defender la Amazonía como patrimonio brasileño, marcar distancia de las presiones externas y consolidar un discurso que combine orgullo nacional con un modelo propio de desarrollo sostenible.
El mensaje desde Manaus fue claro: Brasil no se arrodilla.