Por Manuel González Ayestarán
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El Grupo de Estudios de Familia publicó recientemente el informe Salud, nutrición y desarrollo en la primera infancia en Uruguay, en el que se presentan los primeros resultados de la Encuesta de Nutrición, Desarrollo Infantil y Salud (Endis). En el documento, un grupo interdisciplinario formado por psicólogos, nutricionistas, demógrafos y economistas, entre otros profesionales, ofrece una panorámica de la situación en la que viven y crecen en Uruguay los niños de entre cero y tres años y once meses de edad. El texto es resultado de un proceso de investigación iniciado en 2013, y tiene la pretensión de realizar el seguimiento de los niños estudiados con el fin de completar lo que hasta ahora es el primer capítulo de una obra que echará luz sobre la situación en la que crecen los niños en Uruguay.
Para el estudio fueron analizados los casos de 3.077 pequeños que vivían en 2.665 hogares repartidos por todo el país, atendiendo criterios representativos del conjunto de la sociedad. Los principales aspectos a evaluar fueron los relacionados con la salud, la nutrición, el desarrollo psicomotor, el perfil de los progenitores y demás variables del contexto en el que crecen los niños. A modo de diagnóstico general, el informe no revela ninguna situación crítica en comparación con el resto de los países de un territorio sistemáticamente maltratado y expoliado como es América Latina. En este sentido, los resultados que presenta Uruguay no desentonan con los de países de ingresos medios e incluso con países considerados como desarrollados.
casi la mitad de los padres no corresidentes (48 por ciento) no realizan aportes al hogar del niño, lo que tiene consecuencias negativas en el desarrollo posterior del pequeño.
En prácticamente todos los aspectos a evaluar, la clase social a la que pertenece el pequeño y el nivel de estudios de la madre influyen directamente en el resultado de los análisis, observándose generalmente peores resultados en los sectores socioeconómicos más bajos y con menor nivel educativo. Un aspecto preocupante revelado en el informe es que la incidencia de la pobreza es tres veces mayor en los hogares con hijos que la registrada en el conjunto de la población: 29,6 por ciento de los hogares con hijos son pobres. Los ingresos promedio per cápita con valor locativo (valor imputable por el uso de vivienda propia) alcanzaron el valor de 11.610 pesos mensuales en los casos de familias con hijos. Por otro lado, 2,22 por ciento de los niños estudiados se encontraban en situación de extrema pobreza. Según el estudio, 77,1 por ciento de los niños estudiados vive con sus dos progenitores y el 22,5 por ciento sólo con su madre. En el caso del segundo grupo, casi la mitad de los padres no corresidentes (48 por ciento) no realizan aportes al hogar del niño, lo que tiene consecuencias negativas en el desarrollo posterior del pequeño.
En este aspecto referente a la precariedad se encontró que uno de cada cuatro niños que integraron la muestra del estudio vivía en condiciones de hacinamiento (esto se da cuando el cociente entre el número de integrantes y las habitaciones disponibles en el hogar –excluyendo baño y cocina– vale más de 2). En el caso de los hogares considerados en situación de pobreza, el hacinamiento alcanza a casi la mitad (47,4 por ciento), descendiendo a 17,8 por ciento en el caso de hogares que superan ese umbral.
Desigualdad y desarrollo
Los efectos de la desigualdad social se hacen visibles en el caso de los indicadores referidos al desarrollo infantil, en los que se miden cuestiones como el desarrollo emocional de los pequeños, su capacidad de comunicación y de resolución de problemas o cuestiones relacionadas con la motricidad. En lo referente a este tema, el psiquiatra Peter Fitermann afirmó en diálogo con Caras y Caretas que su equipo observó, en los niños que crecen en hogares con menos ingresos económicos, «valores de preocupación a nivel de casi todos los indicadores». En este sentido, en la división de los hogares por quintiles según ingreso económico, el doctor afirma que «se observó una progresión clara» conforme al poder adquisitivo. «La capacidad de resolución de problemas es una de las variables más comprometidas asociadas al ingreso», lo que quiere decir que ya desde la más temprana edad la desigualdad social repercute en el desarrollo psicosocial de los pequeños.
Casi la mitad de mujeres entrevistadas no declaró haber buscado el embarazo, y 21,2 por ciento ni siquiera deseaba tener más hijos
En esta misma línea, y analizando el nivel educativo de las madres, Fitermann destaca que «los chicos de madres con menor nivel educativo tienen mayores dificultades en su desarrollo. Con esto no se trata de culpabilizar a las mamás que estudian poco, sino de ver cómo se trasmite la pobreza, cómo se trasmiten las dificultades y cómo se reproduce el riesgo psicosocial». No obstante, en el texto se indica que aproximadamente 83 por ciento de los niños uruguayos se ubica en el rango de normalidad en lo referente a este campo de estudio. En este sentido, el doctor quiso destacar que los niños que asisten a centros de educación inicial tienden a presentar mejores resultados en algunas áreas que los que no asisten.
Crianza y género
Casi la mitad de mujeres entrevistadas no declaró haber buscado el embarazo, y 21,2 por ciento ni siquiera deseaba tener más hijos. Sin embargo, según el estudio reseñado y tal como mostraban estudios previos, el nivel de conocimiento y uso de métodos anticonceptivos es alto en el país. Por otra parte, los autores resaltan que los casos de embarazo adolescente en Uruguay continúan siendo elevados, en contraste con regímenes de fecundidad de similares características.
Otra conclusión fundamental que se deriva de esta investigación es que la principal carga de la crianza continúa llevándola la mujer. El perfil de las madres encuestadas es el de mujeres menores de 40 años (10 por ciento aún adolescentes) con la enseñanza media no terminada. La mayoría de ellas había interrumpido sus estudios antes de tener a su primer hijo, pero entre las que continuaban asistiendo al sistema educativo la mayoría tuvo que dejar de estudiar y nunca retomó esta actividad.
Las mujeres encuestadas dedican, en promedio, 23 horas semanales al trabajo dentro de la casa. Contrariamente a lo que se podría esperar, cuando viven en pareja el promedio de horas tiende a crecer (23,8). Otras dos variables hacen que el promedio de horas de trabajo aumente, y son el haber aprobado menos de 10 años de educación formal (25,2) y la pertenencia a hogares pobres (25,8). Según las encuestas acerca del reparto de tareas en el hogar, las mujeres se encargan mayoritariamente de labores tales como la preparación de las comidas diarias, limpiar y ordenar la casa y bañar y asear a los niños, o llevarlos al médico. El único tipo de trabajos domésticos en los que destaca la participación de los hombres es el relativo a reparaciones en el hogar, tareas que estos tienden a asumir en 70 por ciento de los casos aproximadamente.
El informe reza que “la ausencia de la figura paterna en el hogar se asocia con la reducción de dos tipos de recursos relevantes para el bienestar de los hijos: dinero y tiempo de crianza y cuidado”. El segundo recurso se debe fundamentalmente a que “los arreglos predominantes implican una mayor permanencia de los niños con sus madres y un debilitamiento del contacto con el padre no corresidente”. En este sentido, según investigaciones previas, los nuevos hogares tienden a experimentar una caída de ingresos.
Por otro lado, el estudio constata que la mitad de niños que no correside con su padre mantiene un contacto al menos semanal con él, y aproximadamente uno de cada cinco lo ve todos los días (se entiende que verse con el niño menos de una vez por semana constituye una frecuencia de contacto baja). No obstante, 31,6 por ciento de los niños no tiene ningún contacto con su figura paterna. En este aspecto, de nuevo se hace presente la situación socioeconómica, ya que en los hogares más carenciados es donde tiende a haber contacto menos frecuente.
Nutrición infantil
“Desde el punto de vista nutricional están coexistiendo dos problemas, por un lado el retraso de talla y por otro el sobrepeso y la obesidad”, indicó a Caras y Caretas la doctora Cecilia Severi. En lo referente al primero, la doctora explicó que “encontramos 5 por ciento de niños con retraso de talla al nacer. Esto quiere decir que crecen menos de lo que deberían de acuerdo a las referencias internacionales”. Pero, por otro lado, “tenemos un promedio de 10 por ciento de niños que registran más peso para su altura del que deberían tener”. Esto es importante, porque, según los estudios que han buscado las consecuencias de estas tendencias, “los niños que nacen por debajo de los 2,5 kg tienen mayor probabilidad de ser después más bajos durante la primera infancia. Y los niños que nacen por encima de la referencia tienen mayor probabilidad de tener sobrepeso u obesidad”, explicó la doctora.
La elevada tasa de obesidad se relaciona con malos hábitos alimenticios, basados en el escaso consumo de frutas, verduras y pescado, por un lado, y en el consumo muy alto de comidas procesadas como golosinas, snacks, o alfajores, por otro. “Ante la pregunta de qué se les da a los niños cuando tienen sed, 25 por ciento de encuestadas respondió que refrescos y jugos. Tanto unos como otros son bebidas muy cargadas de azúcar y pueden ser responsables de este sobrepeso y esta obesidad”, explicó Severi.
En este aspecto de la investigación, como en la mayoría de los aspectos evaluados, de nuevo el estrato social de pertenencia de los pequeños incidía de forma destacada en el resultado de los análisis. En el caso de lo que se conoce como “inseguridad alimentaria”, definida por Cecilia Severi como “el no acceso a alimentos en cantidad ni en calidad suficientes para tener una vida sana”, se encontró que 50 por ciento de las familias atravesaban algún tipo de inseguridad. La considerada como inseguridad grave se da fundamentalmente en los sectores socioeconómicos más bajos de la población. “En lo referente a inseguridad alimentaria, había una asociación con el nivel socioeconómico y con otros factores, como la escolaridad materna”, señaló Severi.
Con respecto al retraso de talla de los pequeños, el equipo de la profesional encontró una relación directa con cuestiones como la depresión materna y el consumo de alcohol y drogas. Por otro lado, la nutricionista destacó los buenos resultados que encontró en lo referente a lactancia materna en Uruguay, “en los menores de 6 meses, sobre todo”. El informe señala que el promedio de meses de amamantamiento en Uruguay es 16,6 (17,4 en hogares pobres y 15,9 en hogares no pobres).
A nivel de políticas públicas, la doctora Severi propone implementar «fuertes políticas en el embarazo» respecto al incremento de peso del feto y a la calidad de la alimentación durante la gestación. Los niños uruguayos crecen en parámetros bastante parecidos a los estándares internacionales en lo referido a la talla; sin embargo, la doctora destacó que en lo referido al peso se encontró que «todos crecen entre 100 y 150 gramos más por edad gestacional, es decir que en el embarazo ya existe el problema». Severi citó un estudio epidemiológico británico, muy aceptado a nivel internacional, en el que se demostró que la forma en la que nazca el niño marca un pronóstico de cara a la etapa adulta. Según esta corriente de estudio, «el embarazo y el desarrollo que tenga el niño durante la gestación, así como el peso que tenga al nacer, tienen asociación directa con las enfermedades crónicas del adulto, como la hipertensión, diabetes, todas las enfermedades coronarias, etcétera». Por esa razón, Severi defiende que las políticas públicas deberían centrarse, en mayor medida, en los procesos de gestación. Igualmente, la doctora aclara que «esto no quiere decir que todos los niños que nazcan con más peso serán gordos o presentarán este tipo de afecciones. Simplemente, tienen mayor riesgo».
Ambos expertos destacaron la diferencia que encontraron en lo referente al eje de género entre los niños. Según explicó la doctora Severi, los varones «nacen con menor peso y tienen mayor retraso de talla que las niñas. También registran un menor desarrollo de talla». Esta tendencia es compartida en los resultados de diversos estudios internacionales.
Un patrón similar es observable en las dimensiones de desarrollo socioemocional, comunicativo, etcétera. «En casi todos los indicadores de desarrollo, cuando los observamos por separado, vemos mejores resultados en las niñas que en los varones», señaló Fitermann.