Dicen que destruir es más fácil que construir y en este caso parece ser cierto. Las ruinas lo siguen llenando todo. La tragedia haitiana ya no encabeza los tabloides, los noticieros ni las mentes de muchos habitantes del planeta, pero a diez años de aquel episodio, los estertores de aquel temblor han dejado años de réplicas al pueblo haitiano, no ya tectónicas, sino económicas, sociales, en definitiva, humanas. El primer país que se atrevió a levantarse contra el orden establecido, aquel país donde los negros esclavos quisieron mandar, aquel que fue el primero en abolir la esclavitud (1867), se encuentra hundido en la tragedia hasta hoy. Parecería que la historia posee ironías extrañas o quizás aquellos hombres no han terminado de escarmentar por haberse levantado contra el poder. Desde aquel 1791 de Toussant y de Dessalines, poco queda de la independiente Haití. Tras los temblores y la devastación, se presentaron los peores momentos, los de encarar aquella catástrofe humanitaria sin precedentes. Tras unos segundos de temblor, años de reconstrucción, dicen los especialistas y todavía nos preguntamos cuántos. Se calculó en 25 años aquella reconstrucción de Puerto Príncipe, ladrillos y concreto, aunque es incalculable el tiempo para levantar aquella sociedad olvidada por Occidente. Nada menos que 60.000 haitianos siguen viviendo en campamentos improvisados, ya convertidos en hogar para niños que han nacido después del sismo. Los haitianos expulsados de Dominicana y de Estados Unidos se multiplican día a día, dado que el estatus especial que consiguieron tras el sismo caducó. Cólera, desnutrición y otros flagelos son los enemigos diarios del pueblo una década después de la tragedia. El gobierno de Haití de aquellos años calculaba en 3.000 millones de dólares la cifra de la reconstrucción, número que parece irrisorio comparado con lo que este país ha sufrido y ha perdido desde los tiempos de la colonia. Arquitectos e ingenieros han trabajado en el país en reconstruir edificios destruidos, aunque quizás nos debamos preguntar hasta qué punto debemos construir sobre las ruinas o destruir para luego comenzar a construir. Quizás debamos preguntarnos si lo que está destruido no son los edificios, sino la estructura social, política, económica, de aquel país. La historia esa, que nos enseña tanto y que tan poco revisamos, posee una historia bastante análoga a la haitiana, pero con resultado diferente. Enormes diferencias existen entre uno y otro caso, es cierto, pero Santiago de los Caballeros de Guatemala fue completamente destruida en 1773 por un tremendo movimiento de tierra y la reconstrucción fue desde el pie. En 1524, los españoles se encontraban en plena conquista del territorio americano todavía virgen a sus ojos. La búsqueda de metales preciosos los fue adentrando al continente, desde su base en las islas del Caribe. Poco tiempo había trascurrido desde la llegada de Cristóbal Colón a Guanahani, isla bautizada por este como La Española, destruida en su mitad más débil por el terremoto. Fue don Pedro de Alvarado, conquistador de aquellos tiempos, quien se enamoró de esta tierra denominada por los indígenas “Manantial de agua”. A partir de entonces comenzó la fundación en medio de un valle pacífico y acogedor de Santiago de Guatemala, cuentan las crónicas. Los indígenas esclavizados por los españoles hablaban de las desgracias que caerían sobre aquel valle. Y nadie los escuchó. Y las tragedias llegaron. Incendios seguidos por desprendimientos de tierra, en medio de lluvias torrenciales, que sepultaron parte de la ciudad. Posteriormente fue construida por Bautista Antonelli en 1543 y se convirtió en capital de la Capitanía General del Reino de Guatemala. Se encontraba enclavada en una zona inestable, es así que en 1689 un primer movimiento de tierra la destruyó parcialmente. El golpe de gracia lo dio un nuevo sismo el 29 de julio de 1773, que la destruyó totalmente. La Corona española, después de estos dos episodios y varias presiones de oficiales locales, decidió trasladar la ciudad. Literalmente trasladarla, cambiarla de sitio. De esta manera, la Capitanía cambió de capital, a pesar de que muchos habitantes no estaban de acuerdo con esta decisión. Quedó entonces, detrás de las ruinas, un puñado de pobladores que intentaron mantener aquellas ruinas del esplendor español. Por esta razón, el barroco colonial se encuentra hasta hoy día incambiado en esta ciudad. Pero lo cierto es que dos años después, comenzaron los movimientos de población y la reconstrucción a unos 80 kilómetros. La ciudad destruida pasó a llamarse, por esto, “La Antigua Guatemala” o simplemente “La Antigua”. En 1776, mientras la Corona creaba el Virreinato del Río de la Plata, terminó de concretarse el traslado de Guatemala. A pesar de las órdenes reales, muchos pobladores persistieron en su idea de preservar su vieja capital. Tras muchos años, la Antigua se convirtió en Ciudad Monumento de América, en 1965, y en Patrimonio de la Humanidad Cultural y Natural, por la Unesco, en 1979. Hoy es uno de los centros turísticos y culturales más importantes de Guatemala. Esta pequeña reseña de los avatares de la Antigua no pretende ser en lo absoluto un ejemplo, sino una prueba de que cuando el poder, cuando los intereses coadyuvan, siempre existe una solución. Aquel terremoto se llevó a más de 316.000 personas y dejó muchos más heridos, pero en realidad desnudó definitivamente un debe en nuestra América -por cierto el continente más desigual del mundo-: Haití. ¿O acaso este país caribeño no era el país más pobre antes del sismo? ¿Acaso no tenía y sigue teniendo 90% de su población trabajando en la informalidad? ¿Acaso no es una economía tan deficitaria que importa tres veces más que lo que exporta? ¿Acaso la ayuda internacional no ha disminuido más de 70% desde el sismo? También es cierto que algunos temas han mejorado tras el terremoto, pero obviamente el piso era muy bajo tras la tragedia. Hasta que los poderes no tengan la necesidad de generar bases sólidas para que Haití salga del fondo del pozo, o el pueblo las genere, difícilmente logren reconstruir las ruinas, la economía, la sociedad y, sobre todo, la esperanza del pueblo.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARME