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Philip Agee y el Escuadrón de la Muerte

La Guerra Fría tuvo muchos capítulos en Uruguay. “Hubo un momento en los 70, cuando los peores horrores imaginables se produjeron en Hispanoamérica -Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Paraguay, Guatemala, El Salvador-; había dictaduras militares con escuadrones de la muerte, todos con el apoyo en la sombra de la CIA y el gobierno estadounidense […] (Philip Agee).

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Por Víctor Carrato

Philip Burnett Franklin Agee fue un agente de la CIA, conocido por haber publicado en 1974, Dentro de la compañía: Diario de la CIA. Cumplió misiones en Ecuador, Uruguay y México, entre otros. En 1967, renunció a la agencia y se convirtió en uno de los más conocidos opositores a las prácticas de la CIA, por lo cual se intentó su asesinato. Murió en Cuba en enero de 2008 debido a una úlcera perforada.

Su nombre, junto al de África de las Heras, exagente de la KGB que operó en Uruguay durante los años 60, aparecen en el archivo Mitrokhin, parcialmente hecho público en Gran Bretaña.

África de las Heras, o María de la Sierra, o Patria, o Patricia, o Ivonne, o María Luisa de las Heras, o Znoi, o María Pavlovna, quien fue esposa del escritor uruguayo Felisberto Hernández, fue la única española que alcanzó el grado de coronel en la KGB, el Comité para la Seguridad del Estado que fue la principal agencia de seguridad de la Unión Soviética a partir de 1954 hasta su colapso en 1991 durante la Guerra Fría.

Según el archivo Mitrokhin, Agee, quien nombró públicamente una lista de agentes de Estados Unidos (EEUU), en un anexo de su libro, con 22 páginas de nombres de agentes infiltrados en todo el continente, muchos de ellos en Uruguay, utilizó el material que le ofreció la KGB. Los documentos de Mitrokhin apuntan al expresidente de la URSS, Yuri Andropov, que fue jefe de la KGB en los años 1960 y 1970, de promover una operación llamada Progreso apuntando a editores y líderes estudiantiles luego del aplastamiento de la Primavera de Praga en 1968.

Agee nació en Tacoma Park, Florida. Se graduó en la Universidad de Notre Dame en 1956. Dijo que su conciencia social de la Iglesia Católica había hecho cada vez más incómodo su trabajo por la década de 1960, llevando a su desilusión con la CIA y su apoyo a los gobiernos autoritarios en América Latina. Él y otros disidentes afirmaron su posición en el Comité Church (1975-1976), que arrojó una luz crítica sobre el papel de la CIA en asesinatos, espionaje doméstico y otras actividades ilegales.

Sobre el libro de Philip Agee, Dentro de la compañía: Diario de la CIA, Michel Sulick, director de operaciones clandestinas de la CIA, dijo en The New York Times que constituye la mejor descripción, la más realista y veraz, de lo que significa trabajar para la CIA en el extranjero.

 

Obra de la CIA

La Dirección Nacional de Información e Inteligencia (DNII), organismo que dependía del Ministerio del Interior, tuvo un destacado papel en el esquema represivo y de vigilancia creado por la dictadura y aun antes de ella. La DNII fue obra de la CIA, que en los 60 estaba instalada en el edificio de la Jefatura de Policía de Montevideo, según relatan dos agentes de la Agencia: Philip Agee en La CIA por dentro y Manuel Hevia (en realidad un doble agente cubano) en Pasaporte 11333. Curiosamente ambos coincidieron en Uruguay..

William Cantrell era el jefe de la estación local de la CIA y fue quien trajo a Dan Mitrione para instruir a los futuros miembros de la DNII en sofisticadas técnicas de tortura que hasta entonces no eran aplicadas. En 1971 la vieja dependencia de “Hurtos y rapiñas”, entonces ubicada en 18 de Julio y Juan Paullier, se trasladó al edificio de Maldonado y Paraguay, ampliado inmediatamente con las exinstalaciones de la vecina tintorería Biere.

Lo que informó Agee todavía es considerada la información más alarmante e importante sobre la política exterior de EEUU que cualquier denunciante del gobierno estadounidense haya revelado. Philip Agee trabajó 12 años (1957-1969) como oficial de la CIA (operativo en el servicio de inteligencia), la mayoría del tiempo en América Latina. Su primer libro, Dentro de la compañía: El diario de la CIA, publicado en 1974 -un trabajo pionero sobre los métodos de la agencia y sus devastadoras consecuencias-, se distribuyó en 30 idiomas alrededor del mundo y se convirtió en uno de los mas cotizados en muchos países.

Entre los oficiales de la CIA que operaron en Uruguay bajo ficticia cobertura diplomática, Agee identifica a los jefes de estación Tom Flores (hasta 1963), Ned Holman (1963-1965), John Horton (1965-1968), Richard Sampson (1968-1970) y Gardner Hathaway (cuya presencia registra en 1973); los subjefes Gerald O’Grady, John Cassidy, Comer Gilstrap y Fisher Ames; los oficiales de operaciones Michael Berger, Paul Burns (especializado en infiltración en el Partido Comunista), Fred Morehouse (jefe del equipo de vigilancia radiofónica, trasladado en 1966 a Venezuela), William Cantrell, Juan Noriega, Russell Phipps (encargado de las operaciones contra los soviéticos en 1964), William L. Smith y Alexander Zeffer (encargado de operaciones laborales).

Luego de cuatro años de experiencia en la estación de Quito, en marzo de 1964 Agee llegó a Montevideo con su mujer y dos hijos pequeños. Tenía 29 años. Había iniciado su carrera en la CIA en 1959, apenas se graduó en leyes en la universidad. Su principal tarea serían las “operaciones cubanas”. En esos momentos la estación tenía como principal objetivo lograr que Uruguay, uno de los pocos países americanos que aún las mantenían, interrumpiera las relaciones diplomáticas con Cuba.

 

La era Cantrell

En 1964 la estación de Montevideo mantenía excelentes relaciones operativas con la Policía y el servicio de inteligencia militar. Entre los agentes y colaboradores de enlace que identifica Agee se encontraban el jefe de la Guardia Republicana, teniente coronel Mario Barbé, el coronel Mario Aguerrondo, el subjefe de Investigaciones, Juan José Braga, el jefe de inteligencia militar, coronel Carvajal, el teniente coronel Zipitría, el policía de Investigaciones Guillermo Copello, el subcomisario Pablo Fontana, el comisario Arturo Jaureguiza, el subjefe de Policía coronel Carlos Martín, el jefe de Inteligencia y Enlace, comisario Alejandro Otero, el inspector Antonio Pírez Castagnet, los jefes de la Guardia Metropolitana coronel Roberto Ramírez y teniente coronel Amaury Prantl, los jefes de Policía de Montevideo Ventura Rodríguez y Rogelio Ubach.

La mayor operación conjunta de la CIA y la Policía uruguaya, en el período en que Agee estuvo trabajando en Montevideo, era la interceptación telefónica de la misiones soviética y cubana, de la sede central del PCU y de la vivienda de un revolucionario argentino vinculado a la embajada cubana. En 1965 se extendió el espionaje a la embajada checa y la agencia noticiosa Prensa Latina. Esta operación, de criptónimo Avengeful, siguió su curso durante los gobiernos de Óscar Gestido y Jorge Pacheco y fue accidentalmente descubierta en setiembre de 1969. Fue cuando se hizo público el hallazgo de la centralita telefónica clandestina que le fuera colocada tanto a la embajada soviética como a otras sedes diplomáticas del barrio Pocitos. La centralita fue colocada por técnicos de la propia Sección Política, en tanto los trabajos de aseguramiento fueron realizados por el personal del aparato operativo bajo las órdenes directas de Juan Noriega, otro agente de la CIA, que tuvo que partir de Uruguay con precipitación.

En la DNII, donde imperaba la voluntad de Cantrell, Otero fue primero relegado y luego excluido. “La Dirección de Información e Inteligencia -recuerda Otero- la creó Cantrell, porque me querían ir borrando. Al comienzo la dirigía Pírez Castagnet, que era mi superior. Luego tuvo varios directores, hasta que se llegó a Víctor Castiglioni”.

Hevia Cosculluela señala que la CIA convivía con Otero y le dejaba hacer mientras durara la selección y adiestramiento del personal de Información e Inteligencia. Los funcionarios de la CIA “saboteaban a Otero”, y por esta razón el comisario se acercó gradualmente al jefe del equipo del PSP, Adolph Sáenz. Con todo, a lo largo de 1967, Cantrell aún participaba personalmente en algunos de los procedimientos policiales antisubversivos de Inteligencia y Enlace. Otero seguía enviándole “copias del parte secreto que elaboraba su departamento”. Pero Cantrell comenzó a visitar con demasiada frecuencia el cuarto piso de Jefatura, donde trabajaban Otero y sus hombres. Se inmiscuía y revisaba los archivos. El comisario observa al respecto : “Lo que yo no admitía de ninguna forma era que los americanos, ninguno de ellos, viniera a mi departamento. Yo no los quería en mi departamento si previamente no se anunciaban y concertaban la entrevista. Ahí aparece en escena el señor William Cantrell, o al que yo conocí como Cantrell y a lo mejor lo tienen identificado con otro nombre, porque vaya a saber cómo se llamaba en realidad. Era un personaje muy particular, que había estudiado y actuado en Vietnam. Fue el que indicó, contra lo que eran mis ideas, que la Policía empezara a utilizar las escopetas de caño recortado que terminaron con la muerte de toda una serie de estudiantes y las heridas de otros tantos. Sáenz era una persona agradable y yo tenía buena relación con él. Llegaba a mi despacho anunciándose. En cambio, Cantrell era prepotente y arrogante con los funcionarios uruguayos de jerarquía […] Y repito que a través de mis subalternos le hacía llegar toda la información […] Pero lo que no le permitía era que hiciera lo que hacían en todos lados: entraban, se metían, revolvían, ordenaban, disponían […] Quizás, si me hubiera sometido a ellos, hubiera sido director de Inteligencia, hubiera ganado muchísimo dinero y no hubiera tenido que hacer de payaso soplando un pito en una cancha de fútbol para poder vivir decentemente […] Mis desencuentros con los americanos, fundamentalmente con Cantrell y todo su grupito, y con el jefe de Policía Zina Fernández, con quien yo tenía discrepancias insostenibles, fueron la causa de que me sacaran de Inteligencia y Enlace y me enviaran como director a la Escuela Nacional de Policía”.

Si durante la permanencia de Agee la CIA trabajaba diligentemente en tan complejas operaciones, no hay motivo para pensar que en el período crítico que se abrió en 1968 no las cumpliera con mayor empeño.

 

Mitrione

La historia de los tupamaros está ligada a un policía estadounidense integrante de la CIA y uno de los escasos agentes ajusticiados por guerrilleros.

El departamento de Estado estadounidense contrató en 1960 a un policía de Indiana para enseñar las técnicas de la tortura (“advanced ccounterinsurgency techniques”) en el Cono Sur.

Entre los años 1960 y 1967 Mitrione trabajó en Brasil.

Después regresó a EEUU y transmitió sus experiencias con la US Agency for International Development (Usaid).

En 1969 vino para Uruguay, como empleado del Office of Public Security (OPS) de la Usaid.

En nuestro país Mitrione enseñó y aplicó el uso de la tortura contra los guerrilleros tupamaros.

Aunque la tortura ya se utilizaba en Uruguay antes de la llegada de Mitrione, es claro que el uso de la misma aumentó y se perfeccionó a causa de la influencia del policía estadounidense. Durante la presencia de Mitrione en el país la tortura se utilizó tan frecuentemente, que el Senado de Uruguay denunció que el uso de esas técnicas contra los tupamaros llegó a ser “normal y habitual”: “Frequent and occurrence inflicted upon as well as others”.

Tres días después de la ejecución de Dan Mitrione, en agosto de 1970, surgió el “Escuadrón de la Muerte” como emanación de la red de agentes de la CIA en los servicios de inteligencia policial y militar. Se constituyó como un racimo de grupos compartimentados entre sí, que efectuaban atentados con artefactos explosivos e incendiarios, amenazaban a personalidades de la izquierda y familiares de guerrilleros. En el otoño de 1971 algunas de estas personas constituyeron otro grupo, más selecto y secreto, que dio comienzo a las ejecuciones y desapariciones de tupamaros. La elección de las víctimas mantuvo una relación, directa o indirecta, con el caso Mitrione. También las operaciones efectuadas por la DNII el 14 de abril de 1972 en las fincas de Amazonas y Pérez Gomar estuvieron, muy probablemente, relacionadas con el caso y fueron conducidas por la CIA. Así lo sugiere, entre otros indicios, un informe enviado en febrero de 1973 por el jefe del equipo del Programa de Seguridad Pública (PSP) en Montevideo, Charles Guzmán, a sus responsables en Washington.

 

Otero y Bardesio

Uno de los miembros del escuadrón, el agente de la DNII Nelson Bardesio, pertenecía a la red de la CIA desde 1967. Sus declaraciones al MLN indican que, entre otras tareas, integraba uno de los grupos dedicados al seguimiento y vigilancia de personas, adiestrados y equipados por la estación.

El comisario Otero en una entrevista recordó vívidamente su figura: “Lo cierto es que este señor Cantrell utiliza a un agente, Bardesio, que después fue secuestrado por el MLN, a quien yo saqué a puntapiés de mi despacho. Eso determinó que Pírez Castagnet me mandara a buscar. Me preguntó si le había pegado. Le dije que sí, porque no lo quería ahí. Tampoco a Atilio Galán. ¿Por qué ? Porque no me gustaban como personas. Bardesio era el monje negro de todos los americanos. Cantrell creo que era devoto de Bardesio. No sé por qué características Bardesio lo había conquistado absolutamente y era el que manejaba todas las cosas”.

Refiriéndose a las confesiones de Bardesio a los tupamaros, en las que identificó a sus compañeros policías, militares y civiles del Escuadrón de la Muerte, Otero acotó: “Yo sabía que Bardesio no aguantaba nada, por eso no lo quería en mi departamento. De lo que él dijo y yo conozco, todo era cierto. Pero vaya a saber cuántas cosas más pudo haber dicho que yo no conozco y que a lo mejor no son ciertas”.

Con todo, si se leen atentamente las declaraciones de Bardesio al MLN, el agente de la CIA pretextó ignorancia cuando se lo interrogó y mencionó, del nuevo equipo de estadounidenses que había sucedido al de Mitrione, solamente al consejero de entrenamiento Richard Biava. Quizás porque sabía que Mitrione ya lo había señalado a Candán Grajales -según consigna un documento del Departamento de Estado- cuando este lo interrogó en la Cárcel del Pueblo. Nada dijo de los nuevos consejeros de seguridad pública Roy Driggers, José Hinojosa y Lee Echols; tampoco mencionó, naturalmente, su propia condición de agente de la CIA, ni la identidad de los funcionarios que lo atendían. Indicó al MLN los estadounidenses que ya habían partido de Uruguay: Sáenz, Cantrell, Noriega, Bernal y Richard Martínez. El MLN no se percató de ello, ni estaba en condiciones de hacerlo: su infiltración en los servicios de seguridad era absolutamente marginal, y así lo comprobaban los analistas de Estados Unidos que seguían muy de cerca la evolución de las guerrillas uruguayas.

Algunos escasos documentos dan cuenta, indirectamente, de la actividad de la estación hasta el golpe de Estado. Entre ellos, un estudio del MLN realizado en julio de 1971 por la OPS en Washington, que tomaba como fuentes y citaba ampliamente documentos elaborados por la CIA de Montevideo. Días antes de la llegada de Mitrione, en julio de 1969, la CIA preparó un estudio preliminar sobre el MLN. Este documento, oportunamente modificado, fue enviado el 30 de julio de 1969 a Lauren J Goin, como proveniente de la rama América Latina de la OPS. En junio de 1970 la estación elaboró un informe secreto de inteligencia sobre la estrategia del MLN. El 19 de agosto de 1970, en Washington se actualizaba la información sobre el entrenamiento recibido en Cuba hasta ese momento por los tupamaros. El 12 de marzo de 1971 la CIA enviaba una “Estimación de la integración y fuerza del MLN”.

 

Las 22 fichas biográficas

La inteligencia del Pentágono no se quedaba atrás: en 1968 elaboraba un estudio secreto de la capacidad contrainsurgente de las fuerzas represivas uruguayas. El 4 de marzo de 1971 enviaba una cronología de las actividades de la guerrilla durante 1970. El 23 de marzo informaba sobre las operaciones de inteligencia del MLN. El 7 de abril de 1971, en un informe de 66 páginas, enviaba a Washington documentos de los tupamaros. El 14 de mayo de 1971 elaboraba un informe confidencial de inteligencia de 27 páginas sobre las actividades de la guerrilla.

En diciembre de 1970 la estación de la CIA envió a Washington sucintas biografías de “personalidades tupamaras”, con el propósito de documentar la naturaleza heterogénea del movimiento y sus ramificaciones en distintos sectores sociales. El informe secreto contenía las fichas de militantes conocidos y de otros que se daba por seguro lo eran. Ha sido desclasificada una versión de este documento, seguramente depurada, para uso interno de la OPS y el Departamento de Estado, que contiene 22 fichas biográficas.

El 14 de noviembre de 1971 Agee decidió volver pública su defección mediante una carta dirigida a Marcha. En junio de 1968 había comunicado a la CIA sus propósitos de renuncia. La dimisión se formalizó a comienzos de 1969. Tres años después se hallaba en París, escribiendo su libro de memorias. La carta buscaba demostrar que su decisión no admitía retrocesos y quizás, a la vez, trataba de interponer una valla a los proyectos de asesinarlo que pudiera estar considerando la agencia. Su propósito político era alertar a la opinión pública uruguaya sobre la posibilidad de que la CIA estuviera financiando e impulsando operaciones de acción política contra el Frente Amplio, para favorecer a los partidos tradicionales.

 

La CIA en Uruguay

Bajo el título “La CIA en Uruguay”, Marcha la publicó el 26 de noviembre de 1971 en la sección Cartas de los Lectores. A través de Carlos María Gutiérrez u otros corresponsales vinculados a Cuba, Quijano y Alfaro tenían la posibilidad de comprobar la identidad de Agee -quien por entonces había estrechado lazos con los cubanos y viajado a la isla en mayo y octubre de 1971- y comprender la significación de la misiva.

Pero la dirección del semanario la ignoró. Aunque tenía en su poder una prueba contundente de las denuncias que venía publicando desde al menos una década, no la acompañó con ningún comentario editorial. Incluso creyó legítimo censurar alguna de sus partes, “por incluir referencias de orden personal que nada agregan al texto”. En sus memorias Agee señala que, en efecto, la carta fue publicada incompleta. Luego de haber alterado la misiva con cortes a discreción, Marcha encontró que lo correcto, para “respetar al autor”, era “respetar su sintaxis y ortografía”. Por lo tanto no la editó, reproduciendo sus faltas de ortografía y otros errores idiomáticos.

Agee se identificaba como exfuncionario de la CIA y describía a grandes rasgos su actividad clandestina durante los años de servicio en Ecuador, Uruguay y México. Revelaba que en 1964, a poco de su llegada a Montevideo, Brasil había puesto a punto un plan para invadir Uruguay y tomar la capital en ocho horas si el gobierno no prohibía la actividad conspirativa de Goulart, Brizola y demás exiliados brasileños.

Señalaba a continuación el grave peligro que se cernía sobre la democracia uruguaya: Estados Unidos, a través de la CIA, estaba interviniendo para torcer el rumbo de las elecciones. Nixon no podía permitir que Chile y Uruguay, los dos países que en América Latina constituían un ejemplo de prolongadas tradiciones de estabilidad política, se encaminaran hacia el socialismo por la vía electoral.

Para sustentar sus afirmaciones revelaba la intervención de la CIA en las campañas electorales de Brasil en 1963 y de Chile en 1964. “Uruguay actualmente está hecho a la medida para operaciones de acción política de la CIA. Pues hasta ahora no había existido ningún peligro para EEUU en Uruguay, ya que solamente los partidos tradicionales tenían fuerza electoral suficiente. Y siendo tradicionales, tradicionalmente han servido los intereses generales del gobierno de mi país. Pero ahora las cosas han cambiado, gracias, me imagino, a los éxitos del Movimiento de Liberación Nacional y la conciencia revolucionaria que ha creado”.

Exhortaba a advertir las huellas de la CIA en ciertos acontecimientos que parecían ser el fruto de procesos autóctonos. Los más transparentes eran, justamente, los determinados por las operaciones de acción política. Sugería que quizás participara en ellas, subordinadamente, la inteligencia británica, dada la tradicional colaboración entre ambos servicios en el Río de la Plata: “Las señales tienen que ser discernibles. El candidato que gasta más allá que sus posibilidades reales. Los periodistas que repiten las advertencias de una dictadura sangrienta comunista. Las organizaciones que siembran el rumor, el miedo y la incertidumbre acerca de las tradicionales libertades uruguayas. Los grupos de choque patrullando las calles en busca de activistas progresistas para agredirlos. Padres de familia prolibertad. Norteamericanos contribuyendo con fondos generosos como particulares a candidatos seleccionados. Advertencias en varias formas a las organizaciones de seguridad, militares y policías, de sus destinos lamentables bajo el régimen socialista. Declaraciones de preocupación en Buenos Aires y Río de Janeiro sobre la posibilidad de que triunfe el socialismo en Uruguay. Propaganda sutil que divide las fuerzas revolucionarias. Encuestas, ya discretas, ya abiertas. He seguido de cerca la marcha diaria de la campaña. Por todo lo que he podido leer, estoy convencido de que el gobierno de Nixon no ha tenido otra alternativa que intervenir en estas elecciones uruguayas. Pues, entre otras cosas, le sería un riesgo demasiado serio si ganan las fuerzas progresistas”.

La advertencia de Agee cayó en el vacío. Quizás, más que por omisión, por impotencia. Investigar y sancionar las acciones ilegales del poder político y económico era casi imposible en el Uruguay de la época. Poco después, la investigación promovida por Wilson Ferreira Aldunate y el Partido Nacional sobre las evidencias de fraude electoral encalló en un banco de brumas.

Entretanto, Agee enfrentaba nuevas dificultades con sus antiguos camaradas. La CIA envió a París uno de sus amigos de juventud, Keith Gardiner, también funcionario de la CIA, con una copia mecanografiada de la carta publicada en Marcha. Transmitió a Agee un mensaje que le enviaba el director de la CIA Richard Helms: “Quería saber qué es lo que yo pensaba que estaba haciendo”. Luego comentó el contenido de la carta y negó que la agencia estuviera embarcada en operaciones electorales en Uruguay. Admitió, con todo, que la campaña de Bordaberry “había recibido copiosas transfusiones de dinero brasileño”. A la luz de los procedimientos descritos por Agee y de la coordinación existente entre las estaciones de Montevideo y Río de Janeiro, ese dinero probablemente proviniera de la CIA.

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