En cuanto a la ausencia de debate con la derecha y con la cultura dominante —con la deconstrucción del sentido común y la polémica profunda— es igual de peligrosa, pero además revela una estrategia errada de acumulación política.
Un camino peligroso
Lamentablemente, en sectores amplios del FA crece la idea de que cuanto menos ruido, mejor. De que no hay que agitar las aguas para que todo fluya mansamente por las verdes praderas orientales. Pero esta renuncia tacticista tiene implicancias estratégicas gigantescas. Parece cada vez más claro que son miles los compatriotas que no logran distinguir las diferencias entre lo que supone un gobierno de izquierda y uno de derecha. De ahí que se robustece la noción de que “todos los políticos son iguales”. Eso puede también explicar cierta apatía preocupante que rodea al gobierno del FA y a la figura de Orsi. El apoyo no crece considerablemente, pero tampoco su desaprobación. Según datos de Equipos, Orsi tiene, al mes de junio, la aprobación más baja de los últimos 20 años para un inicio de gobierno. Menor que la de Vázquez en su primer mandato (68%) y en el segundo (48%), y menor que la de Mujica (71%). Lacalle Pou, en junio de 2020, tenía un 63% de aprobación.
Y esto no ocurre solo a nivel general. Se cuentan por miles los frenteamplistas desencantados, y no precisamente porque estén reclamando una transformación radical del país, una reforma agraria o la nacionalización de la banca. El desencanto se profundiza cuando ven que dirigentes del gobierno —ya sea del Ejecutivo o del Parlamento— pretenden anular discusiones políticas antes siquiera de que puedan debatirse con seriedad entre los actores que las proponen. Un ejemplo es el impuesto al 1% más rico del Uruguay. Una iniciativa promovida por jóvenes académicos de la Universidad de la República e impulsada por el PIT-CNT. Se puede estar a favor o en contra, pero lo que no puede hacer nadie del FA ni del gobierno es bastardearla ni pretender explicarla, desde un pedestal parlamentario, utilizando un ábaco para contar votos a la interna del FA. olvidando que el Frente Amplio forma parte —al menos en la teoría— de un bloque político y social que va mucho más allá de la distribución de bancas entre sectores.
Que los ricos salgan a criticar la propuesta parece razonable: tienen intereses y los defienden. Pero que los defensores del 1% más rico surjan desde el propio FA es, por lo menos, llamativo, y ni qué hablar preocupante.
Cabe recordar que un fenómeno similar, aunque más exacerbado, ocurrió cuando se logró convocar un plebiscito para reformar la seguridad social, que proponía mejorar las pasividades mínimas, volver a la edad jubilatoria previa a la reforma de Lacalle Pou y eliminar las AFAP. Curiosamente, quienes se oponían desde la izquierda argumentaban que eso podía tensionar las cuentas públicas y desatender políticas contra la pobreza infantil, supuestamente una prioridad nacional. Como ya se explicó hasta el cansancio, esa contraposición era falsa. Ahora, cuando se pone el foco en un impuesto al 1% más rico justamente para volcarlo en la lucha contra la pobreza infantil—algo que no afectaría ni a doña María, ni a don José, ni a la gran mayoría de empresarios uruguayos—, se sostiene que se paralizarían las inversiones y la economía colapsaría. Cuando en realidad, la economía ya está prácticamente paralizada hace años, sin un horizonte de crecimiento prometedor.
Las renuncias del Frente Amplio
Otro ejemplo que muestra el error estratégico de acumulación que algunos pretenden imponer es el disciplinamiento al que fue sometido el ministro Alfredo Fratti cuando polemizó con Bordaberry y lo puso en su lugar. Se podrá decir que fue un tema menor, pero el fondo de la polémica no lo es. Fratti —equivocado o no— quiso limitar la exportación de ganado en pie, apostando a un rumbo productivo más industrial para el Uruguay, con trabajo nacional y una visión de largo plazo. Eso motivó un ataque desesperado de sectores agroexportadores, al punto de que el senador Bordaberry dejó entrever una posible intromisión de la industria cárnica en las decisiones del MGAP, cuestionando la ética del ministro. Fratti respondió recordándole su origen de clase y familiar. No cometió ningún pecado. Pero para la presidencia del FA fue un “error”, y se lo hizo saber públicamente, algo que bien se podría haber resuelto con una llamada telefónica. Pero ni los códigos más elementales se respetaron y la derecha que vio el desplante, arremete con una interpelación. Toda esta exposición y corrección política para “cuidar” a supuestos aliados o posibles.
Lo importante es lo que está de fondo, y conecta con lo señalado al principio: la estrategia de acumulación política. Hay quienes creen que, teniendo una actitud “bondadosa” con la derecha, se van a lograr avances importantes para el país. Es un profundo error. Porque esa estrategia está secuestrada por un tacticismo de mirada corta y riesgos estratégicos enormes. La noción de “unidad nacional” —que José Mujica defendió al asumir en 2010— es, en la práctica, impracticable. Que lo ideal es avanzar con los mayores acuerdos posibles, por supuesto. Pero negar la lucha entre intereses sociales contrapuestos es como negar que la Tierra es redonda.
Si toda la política del gobierno va a estar subordinada a conseguir adhesiones parlamentarias para aprobar un presupuesto o una ley menor, entonces es hora de asumir la renuncia al proceso de acumulación política. Y eso, en definitiva, es sellar el pasaporte a la alternancia: una nueva derrota electoral del FA y, con ella, un proceso de resquebrajamiento inevitable y de consecuencias inimaginables.
Claro, hay quienes dirán que el FA no tiene mayorías en la Cámara de Diputados. Es verdad. ¿Pero desde cuándo la acumulación política se da solamente en el Palacio Legislativo? ¿Es esa la única vía para llevar adelante las transformaciones que el país necesita? No. ¿Por qué no impulsar un proceso participativo de democracia directa, con el pueblo uruguayo como protagonista? ¿Por qué no elaborar un conjunto de propuestas constitucionales y legislativas que puedan someterse a consulta popular y que sea la “gente” la que decida?
Es preferible perder luchando por una perspectiva transformadora —en debate político, social y cultural— que sobrevivir bajo una condena de muerte cuya ejecución parece inevitable.