Uruguay es un país pequeño, de poco más de tres millones de habitantes, con un bajo porcentaje de niños, adolescentes y jóvenes, con una riqueza por debajo de la media y muy baja inversión estatal en el deporte en general. Sigue siendo sorprendente lo alto que llega con sus equipos y con sus jugadores en torneos internacionales. En Rusia 2018 se ubicó entre los ocho mejores del mundo. Esto significa que el fútbol uruguayo está actualmente entre los mejores en el deporte más importante por las audiencias que concita, por el dinero que mueve y por la cantidad de países que lo practican. Es cierto que fue un país con mucha influencia británica y que tempranamente la práctica del fútbol proliferó en todas las capas sociales y en ámbitos urbanos y rurales, pero sigue llamando la atención que siga figurando muy bien regional y mundialmente y que siga aportando jugadores a buenos y excelentes equipos de esos niveles. El desempeño de la celeste en el Mundial estuvo favorecido por salir sorteado en el grupo más flojo. Pero Uruguay lo ganó limpiamente, incluso goleando al local Rusia (luego cuartofinalista), y sin recibir goles en contra en ninguno de los tres partidos disputados. Como siempre, el equipo luchó con la carga psíquica de jugar mal contra los débiles para mejorar contra mejores y en circunstancias desfavorables, resultados comunes para constituciones psicosociales ancladas en la búsqueda de prestigio vía hazañas y en el temor al ridículo, especialmente cuando el control social es ejercido por grupos de pertenencia primarios (familia, barrio). Se jugó muy bien y se obtuvo una gran victoria frente a Portugal. Luego, en la instancia de juego contra Francia, en cuartos de final, Uruguay pudo tener mejor suerte pese a que fue muy estudiadamente controlado por Francia. Se sintió la ausencia de Edinson Cavani. Pero, y sobre todo, su falta sirvió para tranquilizar y amortiguar la derrota en la hinchada celeste, haciendo pensar que “con Cavani clasificábamos” y que esa voltereta del destino fue la que nos dejó afuera, no nuestra incapacidad ni nuestra inferioridad respecto del rival. Otro recurso que sirvió para manejar la frustración de la derrota fue la afirmación “salimos quintos”. En realidad se llegó tan quintos como sextos, séptimos u octavos, si no se ponderan resultados que puedan servir para diferenciar entre sí a los eliminados de entre los cuatro primeros. La nueva escuela uruguaya El rendimiento defensivo de Uruguay fue en general tan eficiente como lo han sido en general los de los equipos uruguayos de toda la historia y en particular este. Sólo fue notorio el error grueso de Muslera y el brillante anticipo a Stuani en el gol francés de cabeza, no necesariamente error. Pero el rendimiento de todos los integrantes de la línea de cuatro fue muy bueno (con excepción de Varela). El mediocampo cambió radicalmente respecto de mediocampos uruguayos recientes y sobre todo al interior del proceso Tabárez. En efecto, siempre fueron zonas de marca y fuerza con poco toque de salida y poca participación en el armado del ataque y en las transiciones. Pero desde la incorporación sucesiva de Vecino, Valverde y Bentancur en las eliminatorias, y las más recientes de Torreira y De Arrascaeta, el mediocampo uruguayo, sin perder capacidad destructiva, adquirió mucha más habilidad constructiva, sin duda teniendo un equilibrio mejor que antes y produciendo un nuevo tipo de fútbol, mucho más moderno, con mejores virtualidades para el fútbol-espectáculo y como buen ejemplo-espejo para los niños y adolescentes que podrían ser los jugadores del futuro. Hubo y hay notorios problemas en las transiciones de la defensa al ataque, tantas veces confiadas a la labor de un ‘10’ de enlace, a pelotazos de excesiva verticalidad o al rendimiento en córners o pelotas quietas de ejecución directa o indirecta. La verticalidad tentativa del fútbol uruguayo ha sido elogiada por Tabárez y ha sido la principal arma uruguaya en contraposición a la moda en el siglo XXI de los ataques masivos con tenencia grupal de la pelota sin verticalidad inicial. La buena complementación de Cavani y Suárez siguió rindiendo sus frutos (sobre todo con Portugal), pero aún debemos encontrar algún equilibrio entre la verticalidad excesiva de los últimos años y la transición con más toque que aparece con la afirmación de los nuevos mediocampistas nombrados. El consenso público La opinión de los uruguayos ha sido sondeada y en general ha manifestado satisfacción, aunque sin entusiasmo desmedido, por la actuación de la selección, mostrando una buena madurez de juicio. Parece superada la etapa en que sólo ser campeón era considerado satisfactorio, huella perversa de las glorias deportivas cosechadas desde mediados de la década del 10 hasta finales de los 50. Se mantiene, otra muestra de madurez colectiva, el reconocimiento de que para un país como Uruguay estar entre los primeros del mundo en el deporte número uno no está mal y que pueden ser medianamente celebrados buenos desempeños, con cierta chance de triunfo, aunque este no se concrete. La eterna ponderación del maestro Tabárez en la evaluación de las actuaciones ha sido y puede ser aún muy influyente en la consolidación de este equilibrio popular, que ha venido contagiando a la prensa especializada; a diferencia de lo que sucede en Argentina, donde un gran desequilibrio popular insuflado por una perversa prensa deportiva enciende llamas que no deberían producirse, cuando malos resultados apresuran juicios radicales en aspectos en que la crítica debió haber percibido mucho antes insuficiencias notorias en el ‘proceso Sampaoli’. El pos-Tabárez Es notorio que la actuación de Tabárez como entrenador directo se está viendo poco posible, por su edad y por la rara enfermedad que lo aqueja desde hace unos pocos años. La sucesión del maestro debería ser organizada con su aquiescencia para maximizar las probabilidades de que ese proceso tan fructífero tenga continuidad, más allá de los laberintos administrativos y los enormes intereses que concite la vacancia del cargo de entrenador. Habrá muchos nenes para ese trompo, con antecedentes y padrinos diversos. Quizás la creación para Tabárez de un cargo como superintendente, con participación en designaciones y planes de trabajo, así como con la coordinación del seguimiento de los muchos jugadores en nuestro medio y en el exterior y el relevamiento de las actuaciones de las selecciones de importancia en el mundo y en la región son materias pendientes que cuentan con toda la experiencia del propio maestro en la obtención, sistematización y utilización de información sobre todos esos tópicos; y es una tarea que debe ser perfeccionada en la medida en que los medios de obtención de información y su almacenamiento y explotación mejoran en el mundo. Las tareas de superintendencia de las selecciones y de acopio de información siguen siendo asuntos en los que Tabárez debería seguir ‘reinando’ para que el proceso del fútbol celeste, que funcionó tan bien bajo su dirección, pueda seguir orientado por él y a salvo de la multitud de intereses que acechan ante la inminencia de puestos vacantes muy atractivos. Es fundamental que el Poder Ejecutivo se asegure de que en el organigrama del deporte nacional haya una estructura relativamente blindada frente a multitud de pequeños intereses que pueden afectar el futuro de un proceso de selecciones que funcionó tan fructíferamente bajo Tabárez. Y hablar seriamente con la AUF al respecto. La atomización de intereses a nivel de clubes y sus bloques eventuales puede perjudicar la continuidad y eventual progreso de la organización de personas e información que amasó Tabárez, que debe ser protegida como interés nacional manifiesto.
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