En los últimos 20 años el hecho de taparse el rostro era algo que nos remitía a protestas sociales, delincuencia y/o cualquier otro signo de violencia. En la Argentina el simbolismo más significativo del movimiento piquetero. Taparse la cara era una medida de defensa ante los posibles gases lacrimógenos y para evitar ser identificados.
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Si veíamos a alguien entrar a un comercio con la cara tapada era muy probable que fuera a cometer un robo. Lo mismo en la calle. Una persona con su rostro cubierto daba miedo.
Hoy COVID mediante taparse la boca y nariz, la mitad de la cara, se volvió un símbolo de respeto y cuidado. El cuidado del propio cuerpo y del cuerpo del otro. Respeto de la norma. Nos familiarizamos con carteles que indican “prohibido el ingreso sin tapa boca”.
Ya no asusta ver a alguien con su rostro cubierto. Es una imagen que se repite en distintas regiones, países, culturas. Nos familiarizamos con este tipo de “nuevos” rostros. Concentramos la mirada en los ojos. Que son ahora los que se ríen. Siempre lo hicieron en realidad, pero poco ponían su atención en ellos. Ahora sí. La boca ya no se ve y son los ojos los que nos reciben al entrar a un lugar, los que nos preguntan y los que nos despiden.
Cubriese el rostro se volvió una forma de poder volver a la vida cotidiana. En muchos lugares del mundo, la posibilidad de volver a abrir los negocios, caminar por las calles, saludar al vecino, ver a nuestros amigos. Volver a la “normalidad”. O lo más parecido a ella.
*Las fotos fueron tomadas en una pequeña localidad costera de la provincia de Buenos Aires, Argentina; en el mes de julio de 2020, aislamiento social obligatorio en fase 5.
Fotos: Paula Ruiz (Argentina) –Texto: Paula Ruiz (Argentina) y Vanessa Salazar (Costa Rica)