De todas partes ya no vienen
Su capacidad de convocatoria y movilización, como era esperable, sufrió un paulatino y constante proceso de deterioro.
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Su capacidad de convocatoria y movilización, como era esperable, sufrió un paulatino y constante proceso de deterioro.
La suma de distintos intereses que se aglutinaron el enero pasado permitía visualizar un conjunto de alianzas de sectores que estaban condenadas a ser más que temporales.
Una de las causas tiene que ver justamente con la diversidad de intereses de clase y económicos puntuales.
Aquellos sectores que reclamaban a gritos el alza del dólar atentaban contra sus aliados más inmediatos; en su desesperación por obtener mejores ganancias en las ventas, se enfrentaban a todos los integrantes de la cadena agrícola que necesitaban un dólar más bajo o sin subas para sostener costos y compras de insumo.
Los sectores asalariados, movilizados como en la época feudal por sus patrones, o como en la era de los caudillos a una guerra que no era suya, bien podían empezar a sospechar que la promesa patronal de mejorar el negocio para repartir el ingreso chocaba con la demanda de desregular las condiciones laborales.
Los torpes intentos de aprovechamiento político por parte de dirigentes del Partido Nacional tuvieron un efecto de implosión, públicamente de bastarda maniobra político-partidaria, con una suerte de erróneas señales desde el comienzo del movimiento.
Las firmas de la proclama de los autoconvocados permitía visualizar que, salvo la Asociación Rural y la Federación, ninguneados desde el vamos por los alzados, pertenecían a sectores que ocupan un lugar en la cadena agrícola que poco tenía que ver con los productores, algunos de ellos chicos y medianos, encandilados e indignados, manijeados, o respondiendo a sus lealtades partidarias.
Las mochilas de Eduardo Blasina no podían tener otro final que colaborar a que una parte de los autoconvocados se volcaran a la aventura de organizar ese engendro de Un Solo Uruguay.
Rematadores de ferias ganaderas, escritorios rurales, prestamistas, transportistas, vendedores de máquinas e insumos agrícolas, importadores, cámaras empresariales, escribanos, y toda una serie de gente que acompaña este movimiento pero que encuentra en otros espacios, organizados o no, lugar para sus lamentos, formaron parte de una multisectorial legión al servicio de unos pocos.
Los esfuerzos de Blasina desde su columna en el diario El País y otros dirigentes de mostrar a USU como una suerte de movimiento social no cuajan; en estos días además, varios productores y asociaciones de productores han salido a separar tantos.
Son una parte de los sectores dominantes, los que portando un discurso virulento saben que no pueden seguirles el tren a los sectores más radicales de la reacción.
Uruguay no es Brasil ni Argentina, y aún en este país hay gestos que políticamente no pagan; podrán exigir hasta el hartazgo que las medidas tomadas no alcanzan, pero las medidas que el Ejecutivo tomó como parte de dar respuestas a sus demandas operó como una bomba de fragmentación a la interna de ellos mismos.
El otro dato fundamental de este enero con respecto al pasado es que no tienen la raíz anaranjada frente a sus ojos que los impulse a caminar.
Lo que denominaron el tarifazo de fines de 2017, y que generó un peculiar estado de ánimo de descontento, fue vital para su aglutinamiento y movilización.
Cuando los tiros contra las medidas económicas del Poder Ejecutivo dejaron de surgir efecto, los problemas reales de rentabilidad del sector volvieron al tapete, y algunos de los grupos movilizados dramatizaron acerca de su crisis real.
Ni una sola mención a las altas rentas, a la colocación en los mercados internacionales y el cambio de precios, al retiro paulatino de algunos sectores de capitales extranjeros que habían dado cierto dinamismo a algunos sectores productivos y un ninguneo constante de las medidas adoptadas por el Ejecutivo, como la rebaja del gasoil productivo y la energía.
Sin embargo, subjetivamente, la capacidad de movilización de un sector con posibilidades de hacerlo puede dar lugar a confusiones.
Al igual que la concentración en Durazno el año pasado, las caravanas de camionetas 4×4 y vehículos de alta gama generan una sensación de movilización importante, sobre todo en una temporada que buena parte de la ciudadanía está dedicada a correr olas.
Pero, y acá estamos en problemas, comparado a una izquierda que ha perdido cierta capacidad de movilización y convocatoria.
Las fuerzas en pugna como desde siempre son desiguales y asimétricas; una Coordinadora del Frente Amplio debe hacer un esfuerzo económico y político para movilizar a sus simpatizantes y solo el impulso de contrarrestar y defender desde la indignación permitirá una concentración importante.
Los autoconvocados cuentan con el dinero suficiente a pesar de llorar crisis y, como se vio en Durazno el verano pasado, las empresas de transporte pueden a su costo trasladar el personal que tendrá franco ese día a cuenta de ir a la movilización.
En ese sentido, y viendo la experiencia del año pasado, sacar la cuenta nuevamente de cuánta gente llena el espacio convocado, aunque sea importante, no es lo vital.
Lo vital está en poder seguir visualizando qué sectores son los que siguen movilizados, ofician de motor, de locomotora y de vagón.
El Frente Amplio no debería cometer la ingenuidad -cartas vistas- de otras fuerzas políticas progresistas en la región.
El dejar de apostar a la movilización popular, a la necesidad de respuestas públicas contundentes, a dejar que el problema lo enfrente solo el Poder Ejecutivo o el Parlamento, se paga en la lucha con la derecha. En el estado actual de la lucha política en Uruguay, no hay entre los que quedan de los autoconvocados o de Un Solo Uruguay nadie que vaya a cambiar sus convicciones, su discurso, o volver a dar una carta de crédito a las fuerzas progresistas.
Porque lo decíamos en artículos el año pasado y lo sostienen otros compañeros de mejor pluma que esta: la derecha logró después de muchísimo tiempo un sector movilizado, afín al discurso y al programa político sostenido por los partidos tradicionales, en particular el Partido Nacional.
La falta de zanahoria que a ellos les impide juntar más fuerzas es apenas un argumento en el debate político a nuestro favor para demostrar que es un grupo que, en realidad, tras la máscara de defender la producción, el trabajo nacional y de ser los portavoces del campo, vienen a sustituir un gobierno que durante tres décadas distribuyó parte del Ingreso y la riqueza.