Carolina, Rosmari, Stefhani, Dania, Karina, Leticia, María, Mirtha, Claudia, Elizabeth, Soraya, Eliana, Valeria, Paola, Yamira, Lilian, Marcela, Sofía, María Eugenia, Verónica, Elvira, Natalia, Lucía, Iris, fueron asesinadas por violencia machista durante el año que corre.
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Los últimos tres casos acontecieron en el plazo de una semana. Natalia López, de 34 años, fue asesinada el 14 de setiembre, hallaron su cuerpo tendido en una plaza de la localidad de Pando, con marcas en el cuello. El principal sospechoso es su expareja, Gustavo Fleitas, que está detenido. A Lucía Hernández la asesinó su pareja el 18 de setiembre en el departamento de Maldonado. La golpeó en la cabeza con un adoquín, dejó su cuerpo tirado y se fue. Ese mismo día, en Paysandú, asesinaron a Iris Baldi, de 84 años. Su nieto le propició golpes y cortes con arma blanca porque ella se negó a darle dinero.
De los femicidas siempre se sabe poco: Junior, Gil, Adhemar, Sergio, Gustavo, HMD, JLMT son algunos de los nombres e iniciales que trascendieron en los medios. En la mayoría de los casos, al menos en 16, se trata de varones que mantenían un vínculo de pareja o expareja con las víctimas. Muchos de los feminicidas (8 casos) se suicidaron o intentaron hacerlo luego de cometer el crimen.
Un total de 24 mujeres asesinadas, cifra que ya supera los 20 femicidios ocurridos en 2020, según el registro publicado en el portal Feminicidio Uruguay. En este contexto se desarrolló el pasado miércoles una nueva alerta feminista con el objetivo de trasladar el duelo al espacio público para visibilizar que el machismo sigue matando mujeres y para reclamar justicia y acción estatal. «Seguimos en alerta porque juntes somos fuertes, y nos es necesario recordarnos que nunca más queremos el confinamiento mandatado a nuestros hogares donde con emergencia sanitaria o no: nos matan, nos violan, nos excluyen y discriminan desde el solapado cotidiano, nos desaparecen, nos someten, nos explotan física y emocionalmente», expresó la Coordinadora de Feminismos mediante la proclama.
Estado responsable
Caras y Caretas dialogó con Clyde Lacasa, una de las coordinadoras de la Red Uruguaya contra la Violencia Doméstica y Sexual (Rucdvs), conformada por más de 30 organizaciones de la sociedad civil que, desde hace más de 20 años, trabajan en torno a la problemática de la violencia doméstica y sexual. “Consideramos que es un poco frío ponerle números a los asesinatos de mujeres o niñas porque se trata de vidas. Esto se tiene que frenar de alguna manera”. Según la activista, la Red viene trabajando desde hace muchos años en erradicar las violencias, de forma conjunta con el Estado, e independientemente de los gobiernos de turno, pero confiesa que queda mucho por avanzar.
“Hay logros: la primera ley de Violencia Doméstica (17.514) promulgada en el año 2002. Luego, a fines del 2017, se aprobó la Ley 19.580, que si bien está vigente, sabemos que no se cumple en su totalidad”. En tal sentido, cuestionó que la legislación reconoce los diferentes tipos de violencias —psicológica, sexual, patrimonial, entre otras— pero que, actualmente, “no hay juzgados especializados para darles tratamiento”.
Sobre los desafíos para contribuir a erradicar la violencia basada en género (VBG), Lacasa expresó: “Hay que tratar estas situaciones desde una perspectiva cultural. No se asesina a una mujer porque sí, existe un trasfondo cultural que hemos venido recibiendo las mujeres desde la socialización. Trabajar en ese aspecto es fundamental, sobre todo desde los primeros años de contacto con la educación, en los centros CAIF, jardines, escuelas, liceos, bachilleratos y después en la universidad. Es necesario erradicar ese concepto que nos inculcan de que las mujeres somos responsables de toda la acción familiar, de los cuidados, o la idea de que la violencia siempre existió y que debe mantenerse dentro del hogar. Cuando esto se convierta en una política pública podremos avanzar”.
Enfatizó en que queda mucho por trabajar con las nuevas generaciones. “Estamos siendo testigos de las violencias que se ejercen en los noviazgos adolescentes. Si bien se están realizando campañas de noviazgos libres de violencia, hay que profundizar en ese aspecto y seguir trabajando en las respuestas a las políticas públicas”.
Al señor presidente
El pasado 13 de setiembre, la Red emitió un comunicado en el cual denunció el deterioro del servicio policial que se brinda a las víctimas sobrevivientes de VBG y, dirigiéndose directamente al presidente Luis Lacalle Pou, le solicitó que adopte medidas para revertir la situación. En la misiva advirtieron sobre prácticas policiales “que iban desde emitir comentarios que disuaden a las víctimas a presentar la denuncia, pasando por demoras en la comunicación a la justicia, por no registrar las denuncias, hasta negarse a dar trámite a denuncias y ampliaciones, con el pretexto que solo las Comisarias Especializadas en Violencia Doméstica y Género tienen competencia para intervenir y llevar adelante el procedimiento”.
Por otro lado, alertó que las comisarias existentes en el país “no son suficientes en cantidad ni en recursos humanos, para poder afrontar las decenas de miles de procedimientos policiales que anualmente se realizan ante la mera toma de conocimiento y/o denuncias de violencia”. Ante esta situación, le solicitaron a las autoridades del Ministerio del Interior que “con carácter urgente se emita una orden de servicio a todas las comisarias del país, observando a los funcionarios/as la arbitrariedad, ilegitimidad y omisión funcional en la que estaban incurriendo, reafirmando la obligación de cumplir rigurosamente con los estándares que exige el procedimiento policial desde su inicio hasta su finalización”.
Lacasa sostiene que cuando las mujeres acuden a la comisaría del barrio y no se les toma la denuncia, muchas veces, las víctimas tienen que trasladarse en ómnibus, a veces sin tener dinero, para hacer una denuncia que debería ser tomada en cualquier comisaria. Si pierdo la cédula o me roban voy a cualquier comisaria y hago la denuncia, con los casos de violencia es igual, es obligatorio que la tomen”.
Al evaluar las políticas públicas en materia de VBG implementadas por el actual gobierno, Lacasa fue contundente: “Negativa”. La entrevistada recordó que a fines del año 2019 hubo una declaración de Emergencia Nacional por las situaciones de violencia y que, sin embargo, no se tomó ningún recaudo, ni por parte del gobierno que la declaró ni por parte del que asumió en marzo del 2020. “Ante el asesinato de cada mujer el Estado es responsable porque no se hacen las cosas como se deben hacer”.
Repensar la masculinidad
Además de fortalecer las políticas públicas destinadas a combatir la VBG y avanzar hacia el cambio cultural profundo, subyace la necesidad de profundizar el trabajo con varones y repensar los conceptos de masculinidad. ¿Los hombres violentos cambian? De eso se trata la tesis que realizó el sociólogo y magíster en Psicología Social, Jhonny Reyes Peñalva. El profesional, que además fue facilitador en grupos de varones que deciden dejar de ejercer violencia, desarrolló una investigación académica mediante la cual entrevistó a exusuarios de un programa del Centro de Estudios sobre Masculinidades y Género, que funciona en convenio con la Intendencia de Montevideo y que busca erradicar la violencia que practican los hombres hacia sus parejas, exparejas o familias.
Reyes contó que la idea de la tesis surgió de una preocupación ante la falta de investigación, cifras y estadísticas sobre los procesos de cambio de varones que ejercen violencia. “Estaba haciendo la maestría y decidí investigar el tema de las vivencias de cambios en exusuarios participantes de estos grupos que habían culminado el proceso con una evaluación positiva en relación al trabajo de sus violencias. Para realizar este trabajo tuve que dejar el rol de facilitador que ocupé desde 2013 al 2018, y comencé a realizar entrevistas a los usuarios del programa y sus parejas. El objetivo principal fue observar la evidencia del cambio en el ejercicio de sus violencias, cómo lo vivenciaban ellos mismos y también cómo lo vivenciaban sus parejas. Las entrevistas se realizaron de forma personal y se expresaron con seudónimos para evitar la identificación”.
Violencia y resistencia
Sobre las conclusiones principales de la tesis, Reyes contó que los exusuarios entrevistados identificaron un cambio trascendental en relación al ejercicio de sus violencias —sobre todo la física y sexual—, observaron un aprendizaje y experimentaron una sensación de gratificación personal por el cambio conseguido.
Estas vivencias, señaló el sociólogo, son coincidentes, en su gran mayoría, con los testimonios de las mujeres entrevistadas. “Las valoraciones de sus parejas fueron positivas, en el sentido de que reconocieron que los hombres dejaron de usar la violencia física y sexual. Sin embargo, algunas de ellas expresaron que se continuaron produciendo violencias emocionales (psicológica). Este hallazgo me llevó a problematizar sobre la inconveniencia de que este tipo de vínculos continúen, más allá que los cambios logrados”. “Si la violencia psicológica sigue presente significa que continua existiendo una posición de poder de alguien que intenta controlar y dominar mediante la violencia”.
Citando al psicólogo mejicano Antonio Ramírez Hernández, explicó la relevancia de observar la violencia emocional, que es “la más sutil, la más difícil de detectar y la que continua en el tiempo”. “Cuando la violencia emocional deja de ser suficiente, se llega a las violencias más notorias, como la física y sexual”. En tal sentido, entiendo que continuar un vínculo de ese tipo seria problemático si se busca el bienestar de las personas. Algunos de los varones participaban del grupo lo hacían para salvar la relación de pareja cuando el objetivo es otro: dejar de ejercer violencia”.
Otra de las preocupaciones que dejó la tesis, contó su autor, es la rapidez con la que los varones asumieron la nueva imagen de personas no violentas, enfocándose en esa no identidad y no en la continuidad de otras violencias que siguieron presentes”.
La violencia como decisión
Reyes explicó que en el trabajo con masculinidades violentas, se enfatiza en conceptualizar la violencia y sus diferentes formas, con el objetivo que aprendan a reconocerlas. También indagan el recorrido previo al ejercicio de la violencia: se busca conectar con el cuerpo y con las sensaciones de ese momento para identificar situaciones de tensiones y pensamientos anteriores al acto violento. “Es importante trabajar a nivel corporal, identificar cuáles son las señales del cuerpo para que puedan detectar por si mismos cuando están a punto de cometer una agresión y hacer un ‘tiempo fuera’, que es una técnica cognitivo-conductual que se usa para salir de la situación por una hora”.
“También se trata la etapa posterior a la violencia: actitudes irresponsables como negar, minimizar, culpar a otras personas, buscar alianzas que consientan los hechos. La problemática se aborda desde la responsabilización individual y no desde la culpa. Es importante comprender que la violencia es una decisión, no se ejerce a causa del alcohol, por estrés o porque la otra persona me gritó”.
Para Reyes los desafíos en el trabajo con masculinidades como forma de contribuir a erradicar las violencias tienen que ver con “poner el foco en el tema del poder masculino social y no solo en los condicionamientos para ‘ser varón’”. “La heterosexualidad como régimen político, más allá del formato en que las personas deciden vincularse, tiene que estar presente en abordajes sobre masculinidades, en clave de problematizar los vínculos y las formas de estar de muchos varones heterosexuales y cisgénero en la sociedad”.
Otro aspecto que se debe abordar al trabajar con las masculinidades, según Reyes , es en evitar que utilicen el proceso de cambio de forma contraproducente. En sus palabras: «la utilización de esa nueva posición de privilegio para de alguna manera posicionarse dentro de cierta superioridad ética, tanto con su pareja (con culpabilizaciones y manipulaciones), como con otros varones que no se trabajan (superioridad implícita), en la mayoría de los casos, pudiendo esto ser un obstáculo para una mayor transformación».
¿Por qué matan?
Stefanía Molina, psicóloga y magister en Género y Políticas de Igualdad, cuenta con una amplia formación y trayectoria en el trabajo con mujeres que padecen situaciones de violencia, así como con varones que la ejercen. A su entender, el ámbito del género “no debe ser restringido al estudio de las mujeres”. “Siempre me preocupó que la VBG se abordara exclusivamente con las mujeres, con el lema que ‘debemos aprender a poner límites para que no nos violenten’, responsabilizándonos así del cambio social (e inconscientemente del ejercicio de violencia masculina). Es cierto que hay que trabajar mucho más y mejor con las mujeres, prevenir y reparar, pero eso no es suficiente, ya que para quien transgrede, muchas veces, no hay frontera que limite la violencia”.
En un intento de explicar por qué los hombres matan a las mujeres, Molina expresó: «El femicidio simboliza el fracaso del varón ante la imposibilidad de poder dominar y controlar a la mujer. Esto sucede, por ejemplo, cuando ella quiere reencontrarse con su propia identidad, con esa que va perdiendo en el vínculo de violencia, o cuando toma la decisión de separarse y comienza a salir de esa especie de colonización mental y física. El hombre no tolera perder el control. En otros casos, el asesinato a una mujer es motivado por la vivencia subjetiva de ser traicionados, o imaginar que lo son. La traición representa la deshonra masculina, la pérdida de dignidad y, ante eso, necesitan retomar el control».
Violento no se nace
Con respecto a las posibilidades de que un hombre violento modifique su conducta, antes de responder, aclaró que la identidad de género se configura en un contexto vincular de asimetría de poder desde donde se transmiten un conjunto de prescripciones y prohibiciones referidas a los significados de ser varón o mujer, en una cultura heterocentrada y cisgenérica. «Los Estudios sobre varones, consecuentes con un enfoque de constructivismo social y cultural, van a insistir en la existencia de múltiples formas de ser varón, aunque, en ocasiones, como expresión de deseo. No hay nada parecido a una esencia que destine a los varones a la violencia”.
Y agregó: “La violencia física y sexual pueden llegar a disminuir e incluso desaparecer, pero eso no implica que su ‘espacio intelectual’ (concepto de Antonio Ramírez), es decir, lo que piensan sobre las mujeres, cambie significativamente. La presencia de la violencia simbólica y emocional es siempre alarmante y está sujeta a los códigos culturales imperantes. Aprenden nuevas formas de reaccionar ante las tensiones de la vida cotidiana, pero eso no implica que hayan superado la violencia. Una cosa es que nos dejen de pegar, otra es que dejen de pensar que somos tontas, insuficientes e incapaces. Ahí hay otro camino por recorrer”.
Para Molina suprimir la violencia física y sexual, es un gran avance, pero es necesario intervenir en diferentes niveles. “Lamentablemente la lógica masculina, en muchas ocasiones, es: ‘soy en la medida en la que vos no sos’. Cuanto más aplasto, más soy, creando su vida en base a la destrucción de otra persona y de sí mismos. A su vez, la virilidad también debe ser validada por otros hombres, que fiscalizan el buen cumplimiento del mandato dominante”.
Quebrar el poder
La experta sostiene que los hombres, actualmente, estallan de violencia, se suicidan o revisan su masculinidad. Explicó que no todos ejercen las mismas modalidades de violencia, ni todos los que usan la violencia comenten asesinatos reales, «pero matan de muchas formas». «Penosamente, la violencia desplegada por los varones es cotidiana, y tan obvia que termina siendo invisible y sostiene el statu quo”, agregó.
Desde su experiencia, asegura que los varones llegan a los grupos de trabajo “mandatados, por jueces, pareja, entre otros”. “Cuando la experiencia afectiva relacionada al poder se pone en jaque es cuando se genera un quiebre”.
La especialista sostiene que para trabajar con varones es necesario descentrarlos del lugar “me criaron así, soy así”. También se refirió a la importancia de apoyarles en su autonomía afectiva y, asimismo, desde el punto de vista logístico: realizar tareas del hogar, por ejemplo, y no esperar que la mujer “sirva”.
Deshabitar la crueldad
Uno de los grandes obstáculos en los espacios de trabajo con hombres, señaló la profesional, es que se victimizan mediante el “ella me hizo”, “ella me dijo”, “¿cómo esperaba que reaccionara después de lo que me hizo?”, “las leyes sólo ayudan a las mujeres”. A su entender, siempre hay algo que justifica sus violencias. “El proceso comienza cuando empiezan a salir de esa posición de queja que paraliza, esa que, en apariencia, desplegamos las mujeres”. Otro de los problemas es la deserción, ya que muchos de los hombres que «quieren cambiar» no culminan los programas.
Por otro lado, enfatizó en la importancia de saber desde qué enfoques se están pensando las masculinidades, ya que existe una tendencia social a victimizar a los varones y eso, lejos de ayudarlos, los ubica en un lugar de mayor poder e impunidad. Abordar sus fragilidades y debilidades no significa justificar las violencias que ejercen».
Para finalizar, en relación con las responsabilidades para erradicar la VBG, la magister fue rotunda: “La masculinidad está bajo observación y es un deber de los varones revisarse como forma de deshabitar la crueldad a la que exponen y se exponen. Por otro lado, es responsabilidad de Estado abordar la violencia que viven tantas mujeres, niñas, niños y adolescentes sin mirar para un costado.”, concluyó.