Por Ricardo Pose
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Naturalizado, acostumbrado, casi conservador de una tradición, el paisito ha resuelto, en la zona de confort de la convivencia democrática, el 1º de Mayo, la disputa electoral y la tensa calma entre el capital y el trabajo.
Los candidatos presidenciables ofrecen, desde sus anchas sonrisas, su entrega a maquilladoras y profesionales de vender humo, la mejor imagen que pueden; sólo algunos pocos exponen el contenido dentro de sus envases.
El 1º de mayo habrá jineteadas, asados y otras actividades de esparcimiento indiferentes a la fecha; algunos harán su petit pero combativo y aislado del grueso de los trabajadores acto de clase, otros, los de la enorme mayoría del movimiento obrero y trabajador, marcharán e irán a compartir unos mates y comer tortas fritas en la plaza, mientras digieren los discursos de los dirigentes sindicales.
Es una buena ocasión para acentuar; es el día del trabajador y no del trabajo, es el trabajador el que debe decidir la importancia de su labor en un feriado y no su patrón; es una convención de trabajadores y no una central; es unidad de acción y no de pensamiento; no todos los partidos políticos en pugna representan los intereses de los trabajadores; no se puede estar de los dos lados del mostrador.
Las burras
Desde las lejanas épocas de la “Tierra purpúrea”, las Burras o cajas fuertes de los empresarios agrocomerciales y sus fuertes lazos con la Iglesia y las Fuerzas Armadas representaron la hegemonía económica y social, al decir de Carlos Real de Azúa.
Comerciantes citadinos y portuarios alzaron banderas contra patricios y estancieros; las ideas políticas que enfrentaban a unitarios contra federales eran, en el fondo, la expresión de la rivalidad entre pichones de burgueses de una incipiente industria contra los ganaderos proxenetas de la fotosíntesis.
La nación se construía al influjo de un continente balcanizado por los intereses comerciales e imperiales y de la existencia de patacones que llenaban las burras que permitirían las obras de infraestructura del nuevo Estado o la expansión del latifundio ganadero.
Todo cebado, claro está, con heroicas guerras civiles, hemoglobina derramada de un lado por peones de estancia que vivían ignorando su condición de trabajador rural y, del otro, la de un ejército que reclutaba para sus filas hombres que desconocían que podían tener un futuro como trabajadores.
Aún hoy, hay trabajadores y trabajadoras que siguen creyendo que encuentran en las banderas coloradas o nacionalistas un destino acorde a su condición de clase.
Callos
Las incipientes industrias nacionales y extranjeras, los servicios y las labores de una sociedad en desarrollo, ya habían generado su masa de trabajadores, que, a partir del desembarco de las ideas liberales y revolucionarias que venían desde Europa, moldean sus primeras formas organizativas.
Importa recalcar que las mismas fueron inspiradas por las corrientes anarquistas, socialistas y liberales, e importa porque justamente no fueron las pujantes síntesis políticas blancas y coloradas las que dieron respuesta y cobijo a la clase trabajadora.
Mientras en Estados Unidos se producían las huelgas obreras que terminarían en los trágicos sucesos del 4 de mayo, en Uruguay el proceso de agremiación obrera, iniciada por los tipógrafos en 1870, inaugura sus huelgas con los conflictos de los trabajadores del Hospital de Caridad en 1873, los mineros de Cuñapirú en 1880 y los fideeros en 1884.
Albañiles, alpargateras, costureras para el ejército, aserradores, peones de barracas, carboneros, obreros cerveceros, curtidores, desolladores, ebanistas, obreras del dulce, tapiceros, sastres, mecánicos y carpinteros, artesanos de varias ramas, hombres y mujeres de manos callosas, sólo podían encontrar en las Sociedades de Resistencia, en la FORU, la defensa y canalización de sus reivindicaciones, mientras el país, para algunos la tierra prometida, se iba hundiendo en sus guerras civiles. Peones de estancia convertidos en soldados por causa de alguna leva y de alguna devoción, carnada al servicio de intereses que no eran los suyos. Manos callosas que empuñaban herramientas y libros, que fueron conformando hasta nuestros días la organización de clase que no se detenía en el escalón de lo reivindicativo.
Muchísimos años de acumulación, de sumar derrotas y fugaces victorias permitieron llegar al Congreso del Pueblo y al nacimiento de la Convención Nacional de Trabajadores.
Este movimiento sindical, con sus tensiones internas entre centrales y convenciones, uniones y federaciones, es producto legítimo de militantes que aportaron ideas desde organizaciones políticas obreras.
La legislación laboral de José Batlle no transformó al Partido Colorado en un partido obrero, al igual que ni Chicotazo en su momento ni su Secretaría de Asuntos Sociales, más acá en el tiempo, dotaron al Partido Nacional de un perfil de clase de asalariados, urbanos y rurales.
La independencia de clase, del Estado y de los partidos políticos, su autonómica capacidad de definir sus programas, objetivos, métodos y formas organizativas, por supuesto que tendrán un cruce de caminos con aquellas fuerzas políticas que en la tensión capital-trabajo toman partido por el trabajo y pregonan un futuro sin explotados ni explotadores; no hay un solo candidato en todo el arco de la oposición que pueda ofrecer lo mismo.
Amortiguadores
Una lectura hemipléjica de la historia puede arribar a la conclusión, transformada en latiguillo por dirigentes del Partido Colorado de todos los tiempos, que la legislación laboral de José Batlle fue obra exclusiva de una musa inspiradora.
El ciclo batllista, si tomamos el período de las dos presidencias de José Batlle y la de Williman, estuvo cargado de conflictos obreros en los que la represión fue el tono general y no siempre la respuesta a sectores populares de acción directa.
Cuando, a instancias de Batlle, se termina aprobando en 1915 la ley de ocho horas, Uruguay ya había atravesado por la huelga de 1911, que tuvo como protagonistas a los trabajadores de los tranvías y contó con el apoyo incondicional de un reorganizado movimiento obrero.
Cierto es que el Partido Colorado tenía en su interna la lucha de varias fracciones, desde las más reaccionarias del riverismo hasta las liberales que participaban en ateneos y otros círculos, las que editorializaban a favor de los conflictos obreros de 1880 en el diario El Día, los que tuvieron una extraña luna de miel con dirigentes del anarquismo, como Ángel Falco o Adrián Troitiño, por nombrar a algunos de los destacados anarcosindicalistas.
También reconocemos, en estos sectores liberales, la implementación de un programa que impulsaba la agricultura para detener el avance del latifundio y las comisiones de fomento rural contra la Asociación Rural y las gremiales de terratenientes y patricios.
Lo cierto es que podríamos sintetizar esas medidas y reformas en una política de “amortiguadores”, que tanto ha cultivado la clase política uruguaya; una política que intentó amortiguar el impacto de las confrontaciones y que el primer gobierno del Partido Nacional, por los 50, fue enterrando de a poco.
La lucha de los gremios solidarios, en la mitad del siglo XX, fue la antesala, desde las clases dominantes, de lo que vendría después: medidas prontas de seguridad, despliegue de las Fuerzas Armadas en el territorio, militarización de instituciones públicas y sus trabajadores, torturas a diestra y siniestra, represión y terrorismo de Estado.
Consejos
Ni el Partido Colorado ni el Nacional aplicaron un “amortiguador” tan efectivo como los Consejos de Salarios, ni el salario mínimo para los rurales y las trabajadoras domésticas. En los 100.000 empleos de Sartori no sé si está planteado el fuero sindical y una mesa de negociaciones; Novick es un negado de la amortiguación y Mieres es un buen cenicero de moto. Julio María es del riñón de familias empresariales y Talvi, su mejor asesor; escuchar mucho y estudiar la trazabilidad de los candidatos es un buen consejo.
Aunque no lo parezca, este 30 de junio, la elección también es entre capital y trabajo.