«Con tu imagen segura/ con tu pinta muchacha/ pudiste ser modelo/ actriz Miss Paraguay/ carátula almanaque/ quién sabe cuántas cosas/ pero el abuelo Rafael/ el viejo anarco/ te tironeaba fuertemente la sangre/ y vos sentías callada esos tirones…». Con estas palabras certeramente poéticas definía Mario Benedetti a Soledad Barret, la joven asesinada por la dictadura brasileña hace ya 44 años. Viglieti por su parte definió a Soledad y las circunstancias de muerte en su canción homónima, “Caliente enero/, recife, silencio ciego/Las cuerdas hasta olvidaron el guaraní/El que siempre pronunciabas en tus caminos/De muchacha andante, sembrando justicia…”. Soledad nació en Paraguay un 6 de enero de 1945 y falleció el 8 de enero de 1973 en Brasil, dos días después de cumplir tan sólo 28 años. Nieta del escritor anarquista español Rafael Barret, quien emigró al Paraguay en 1904. Su abuelo se caracterizó por su lucha y sus denuncias de las injusticias sociales sufridas por los trabajadores paraguayos. Sus primeros años fueron bastante complicados, su familia emigró a la Argentina por persecuciones políticas, así que una parte de su niñez la vivió allí. Volvieron a Paraguay donde Soledad pasó su adolescencia. En aquellos tiempos inició su militancia política vinculada al Frente Juvenil-Estudiantil de Asunción. Debieron emigrar nuevamente, pero esta vez a nuestro país en el que Soledad destacó por su potencial artístico, tanto como por su compromiso político. Allí conoció a Benedetti y a Viglietti entre otros referentes artísticos y sociales, quienes le dedicaron sendos poemas. Aquí en Uruguay fue secuestrada con tan solo 17 años por un comando nazi, que pretendió obligarla a recitar consignas fascistas. Al negarse Soledad fue marcada salvajemente con esvásticas en los muslos a filo de navaja. Su periplo continuaría en la URSS, tanto como en Cuba, donde recibió entrenamiento guerrillero y conoció a quien sería su compañero y padre de su hija, el brasileño José María Ferreira de Araujo. Para 1970 Ferreira volvió a Brasil para unirse a la lucha armada, pero fue capturado y asesinado por los militares. En la búsqueda de su esposo Soledad viajó a Brasil y se unió a la lucha armada. Ya alineada con la Vanguardia Popular Revolucionaria (VPR) se instala en Recife a la espera de instrucciones. Allí comienza a trabajar en la boutique Chica Boa. Entre la militancia revolucionaria y la vida social, conoció a José Anselmo dos Santos, «el cabo Anselmo», quien resultó ser un doble agente reclutado por los militares para “marcar” a los revolucionarios. Soledad se enamoró y comenzó una relación amorosa con Anselmo, viejo compañero de Ferreira, que la llevó a quedar nuevamente embarazada. Cursaba el cuarto mes de embarazo cuando por la puerta principal de la boutique ingresaron cinco hombres de civil, violentos y a punta de pistola se la llevaron. Fue la última vez que la vieron con vida. Eran agentes del DOPS (Delegacía de Ordem Política e Social), la Policía dictatorial. 24 años después, la dueña de la boutique que la vio desaparecer para siempre reconoció la foto de Anselmo, el traidor, quien asesinó a su compañera y a su hijo, era un infiltrado en el VPR, el movimiento revolucionario del capitán Lamarca. Ese día fueron secuestrados otros compañeros de Soledad, Pauline Reichstul, Eudaldo Gómez da Silva, Jarbas Pereira Márquez, José Manoel da Silva y Evaldo Luiz Ferreira. Finalmente su cadáver fue encontrado en el fondo de un barril, repleto de sangre, castigado y a su lado, el feto de su hijo. A pesar de esta certeza, su cuerpo nunca fue entregado y volvió a desaparecer. Una escuela con su nombre y una calle en Brasil, ni hasta un pedido de disculpas por parte del estado brasileño (11 de diciembre 2015), no llenan el vacío de una vida truncada, de una memoria viva. Su hija Ñasaindy Barret recibió formalmente las disculpas, aunque solo sea una formalidad.
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