Estimado Gustavo: No es mi intención iniciar una discusión contigo, sino intercambiar opiniones de oriental a oriental, con el debido respeto y por el bien del país.
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Muchas veces he coincidido contigo, desde que eras fiscal. Siempre estuve en contra de aquella filosofía de “pobrecito el delincuente”, la cual nos llevó a aprobar infinidad de leyes o medidas que beneficiaban a los criminales y desprotegían a las víctimas. También me opuse, radicalmente, y casi en solitario, a una corriente que justificaba el delito con la pobreza. Si bien es cierto que quien fue a un buen colegio y universidad y nunca conoció el hambre, el frío, el abandono o la falta de medicamentos tiene mayores posibilidades de dedicarse a una actividad lícita, tenemos de cuidarnos de no alentar a quienes carecen de bienes esenciales a adquirirlos dañando a otros. Tuve la suerte de nacer pobre, como muchos en mi barrio; sin embargo, no salimos a matar gente para alcanzar lo que deseábamos.
Por otra parte, ladrones, violadores y asesinos hay en todos los niveles socioeconómicos.
De hecho, los delincuentes que han caído en los últimos días por los crímenes más sonados no pertenecen a la clase baja. Un alcalde ha caído por abigeato; un juez y un diputado, por corrupción de menores; un conocido empresario rural, por narcotráfico; el hermano de un expresidente, por los negociados de Odebrecht, a la vez que hay otros, como Carlos Moreira, en Colonia, que han zafado de manera incomprensible. Claro, ninguno está preso; pero esa es otra historia. Podríamos seguir recordando casos como los de Pablo Caram, en Artigas, o Agustín Bascou, en Soriano; pero nos iríamos del tema. Como sea, una infancia no justifica que alguien entre a La Pasiva y asesine de entrada a otro ser humano desgarrando de dolor a una familia solo porque “si no entrás a los balazos, no te hacés respetar”. Que el asesino no se hubiera bañado con agua caliente hasta los 16 años no lo exime de su responsabilidad penal ni del repudio social. La lástima debemos tenerla hacia la víctima y hacia su familia y no confundirnos.
Las diferencias contigo me surgen cuando cruzas una línea muy delgada, la que separa a un Estado firme de un Estado meramente represivo con un ordenamiento jurídico torpe y exclusivamente punitivo, como el que viene ensobrado en la LUC.
Aclaremos. Una y otra vez, en cantonés y en francés, has declarado que el Estado no tiene obligación de rehabilitar a los delincuentes.
Antes de continuar, espero que coincidas conmigo en lo siguiente: la historia ha demostrado que, a la hora de combatir el crimen, han fracasado tanto los gobiernos altamente represivos como los altamente permisivos. No hay discusión posible en esto: la mano dura y la mano blanda están condenadas a perder la batalla contra el delito y quizá el único camino viable sea, como decía Eduardo Bonomi, el de la mano justa.
En las últimas décadas, los uruguayos hemos visto de todo: una dictadura sangrienta, un período de democracia tutelada, democracias conservadoras, democracias progresistas y ahora, una restauración conservadora y punitiva… y los delitos fueron creciendo.
Podemos, como tantas veces se ha dicho, poner un militar o policía en cada puerta, en cada casa, y te aseguro, compatriota, que muchos salvajes descontrolados continuarán asesinando a sus parejas o exparejas.
Mas no creas que estoy en contra de la represión. Ninguna sociedad que se precie de civilizada puede renunciar a su protección por medio de las siguientes medidas: educación, disminución de las desigualdades sociales, reeducación, rehabilitación, prevención, disuasión y represión, más o menos en ese orden. Tengo compañeros que critican a Bonomi por haber fortalecido a la Guardia Metropolitana para combatir al narcotráfico. Sí, ya sé; durante la dictadura esa repartición del Ministerio del Interior protagonizó múltiples casos de represión ilegal contra aquellos ciudadanos cuyo único pecado fue pensar diferente a cómo pensaban los militares gobernantes; pero hace mucho tiempo que sus integrantes respetan la ley y la inmensa mayoría ni siquiera estaba en funciones durante el gobierno de facto. Más allá de ese punto, me pregunto si piensan combatir a los narcotraficantes invitándolos a tomar el té con masitas. Hay zonas donde no puedes mandar a un par de policías a patrullar con su equipo clásico porque te los devuelven convertidos en coladores. A muchos “frutillitas”, como tú les llamas, les haría bien un baño de realidad y dejar de leer tanto a Paulo Coelho. Yo, que he tenido la suerte de conocer las favelas de Río de Janeiro tanto como zonas de Colombia, dominadas por bandas de narcotraficantes (ya sea por las FARC, el ELN, como los grupos paramilitares uribistas, e incluso el temible y corrupto Ejército colombiano), he perdido la inocencia y el romanticismo. El narco está bien armado y preparado y Uruguay pasó de ser un país de paso a ser un mercado de consumo de sus productos desde que mejoraron los ingresos de la mayoría de sus ciudadanos.
Coincidirás conmigo, también, en que varios miembros del Poder Judicial han tomado resoluciones escandalosas en los últimos años, dejando en libertad a peligrosos delincuentes. Siempre recuerdo un caso ocurrido en San Carlos, donde un criminal masacró a una niña y le dieron unos meses de prisión domiciliaria, mientras ella luchaba por su vida en el Clínicas. Coincidirás conmigo, Gustavo, en que más de un fiscal o juez tendría que haber sido enjaulado o expulsado por desidia o incapacidad, cuando no por clara complicidad con los criminales.
Dejemos de lado las tortas fritas o el caso en que a un delincuente le dejaron terminar sus vacaciones para que, cuando le viniera bien, pasara por el juzgado a declarar. También está el tema de que a muchos magistrados les resulta muy sencillo enviar a la cárcel a un pelagatos; pero muy difícil enviar a la cárcel a un estanciero o empresario millonario. Dejemos de lado la gran mentira uruguaya de que todo hombre es igual frente a la ley.
El tema es qué hacer para bajar los índices de criminalidad.
Ahí tenemos a Larrañaga, que parece un niño grande que no termina de madurar, creyendo que esto era un juego, que se trataba de un problema sencillo de resolver, que bastaba con que los policías salieran a dar palos con la frase “se terminó el recreo” para que todos los delincuentes se ocultaran bajo la cama a rezar y prometiendo portarse bien. Los homicidios aumentaron bajo su gestión; mas no es su culpa. Sus únicas culpas son la ignorancia, la soberbia, la ceguera y la incapacidad. Los crímenes aumentarán quien quiera que sea el ministro.
Vamos a eso.
No es fácil mi postura; porque discrepo tanto con el lirismo de algunos como con el gorilismo de otros. No te considero un gorila; pero sí creo que te ha cansado ver tantas veces a tantos criminales salirse con la suya y hoy defiendes el porte de armas y quieres eximir al Estado de su obligación de intentar rehabilitar. Entiendo tu punto; pero conozco casi toda América y doy fe de que los países con más gente armada son los que padecen más violencia. No podemos volver al Far West. Siendo ese un tema más complejo de cómo lo planteo, lo profundizaremos en otra nota; por ahora, hablemos de rehabilitación.
Te concedo que no todos los delincuentes son rehabilitables. A lo que voy es que, si uno solo de ellos tuviera la posibilidad de cambiar y convertirse en una buena persona, entonces, todos los esfuerzos que pudiéramos hacer para lograr su transformación serían pocos.
Creo en la rehabilitación porque conocí muy de cerca el caso de un adolescente que, tras cometer un delito que nos sorprendió a todos, fue elegido para integrarse a un plan de rehabilitación, pasó un tiempo en el penal y luego lo pasaron a un centro de puertas abiertas en Montevideo donde podían escapar si quisieran; pero sería una tontería. Muchos años después, es padre, esposo ejemplar, responsable, trabajador y ya no anda con las juntas de antaño.
Aunque te debo las cifras, me atrevo a decir que ese programa es exitoso; por lo que cabe preguntarse por qué no se aplica a todos los reclusos. Porque requiere dinero y nuestra sociedad es muy hipócrita. Todos reclaman soluciones; pero si para solventar un programa se propone poner un pequeño impuesto a los empresarios más poderosos del país, ya lo sabes, saltan como quemados con agua hirviendo. Por cualquier duda, haz dicho planteo a los directivos de Un Solo Uruguay o a la Cámara Empresarial.
La vida es una escuela. Mahatma Gandhi decía: “Tenemos problemas porque necesitamos los dones que se ocultan detrás de los problemas”; frase que Richard Bach (autor de “Ilusiones” y “Juan Salvador Gaviota”) complementó al decir: “Detrás de cada problema hay una lección esperando ser descubierta”. Ahora, si cuando estás en el pozo no tienes a nadie que te tire una cuerda, si nadie te ofrece una mano, salir del mismo será infinitamente más difícil.
El problema es complejo porque la criminalidad y su aumento tienen múltiples causas; pero te diré algo: si la solución fuera la mera represión, la bala, el garrote, la picana y el calabozo, durante la dictadura hubiéramos llevado a cero todos los índices delictivos. Ni los países con pena de muerte han hallado la solución; y es que la solución requiere de muchas medidas de diferentes ministerios y solo la conjunción de esfuerzos puede darnos el triunfo. Una de esas medidas es la rehabilitación.
Desestimar la rehabilitación como la medida más eficaz (a largo plazo) para reducir el crimen es una actitud cómoda. Es lo más simple. Por esta frase, muchos de mis correligionarios me aplaudirán; pero dejarán de hacerlo cuando les diga que, en el mientras tanto, tenemos que proteger a la gente honesta y enjaular a quienes violan la ley.
Lamentablemente, no se dan buenas señales desde arriba. Que un senador cuestione al Poder Judicial por haber procesado con prisión a un militar asesino debilita todo el sistema republicano. Que intendentes usen su poder para obtener favores sexuales (en un caso) o hacer que la intendencia le compre su combustible (en otro) o acomodar a sus familiares directos (en varios otros) o que un legislador vote y argumente a favor de un préstamo para el sector citrícola siendo él uno de los beneficiarios son hechos que van dinamitando, paulatinamente, las bases morales de una nación.
No me preocupa que un policía me pida los documentos en la calle, porque lo he vivido mil veces en varios países; lo que me preocupa es que salgan a la calle creyendo que gozan de impunidad para el abuso.
La Constitución de la República dice en su artículo 26: “A nadie se le aplicará la pena de muerte. En ningún caso se permitirá que las cárceles sirvan para mortificar, y sí solo para asegurar a los procesados y penados, persiguiendo su reeducación, la aptitud para el trabajo y la profilaxis del delito”.
La Carta Magna es clara; pero más allá de cuestiones jurídicas, creo que una sociedad que no intente rehabilitar las conductas desviadas y solo apele a un sistema punitivo-represivo, no solo está condenada al fracaso, sino que, como sociedad, es una basura, tanto como los delincuentes que enfrenta.
Desde que tengo memoria, las cárceles son escuelas de delincuentes, más allá de los esfuerzos siempre insuficientes de algunos gobiernos. No tiene sentido cruzarnos acusaciones en tal sentido, ni discutir qué gobierno hizo más o menos; lo importante es asumir que hemos fallado y poner las neuronas a trabajar, convocar a personas que puedan dirigir programas de rehabilitación y apoyarlos con todo lo que podamos.
En definitiva, Gustavo, ahora que eres legislador y tienes una enorme responsabilidad, tanto con quienes te votaron como con quienes no, te invito a reflexionar sobre el tema.
¿Qué opinarías de un padre o madre que al ver a su hijo desviándose del camino correcto, no busca mil y una maneras de reencauzarlo?
Larrañaga se ha quejado de la prisión domiciliaria aplicada a quienes cometen abigeato. Coincido con él. Lo que me extraña es que no pida prisión efectiva contra quienes cometen actos de violencia contra su pareja. ¿Es más importante el derecho de propiedad que la integridad moral o física?
La respuesta, si revisamos nuestro Código Penal, es un vergonzoso sí.
Hay que pulir muchas cosas; pero la reeducación es un deber irrenunciable. Eso sí, a quien rompa una tobillera o desaproveche la oportunidad que la sociedad le brinde por medio de un programa de rehabilitación, o reincida, a la cárcel.
Es que tampoco la pavada.
Va con respeto, compatriota. En esto tenemos que aunar esfuerzos y, por el bien del país, dejar la banderita en la puerta.