Por Manuel González Ayestarán
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
Entre las nueve de la noche y la una de la madrugada del 13 de noviembre París fue escenario de nueve ataques y enfrentamientos que dejaron un saldo final de 137 muertos (incluyendo 7 terroristas) y más de 400 heridos. Pocas horas tardó la organización terrorista del Estado Islámico en reclamar la autoría de las masacres, a las que calificó como “el comienzo de la tormenta”. Esto sembró el terror y la psicosis en occidente, y permitió que los diferentes gobiernos europeos implantasen medidas represivas propias de estados de emergencia, que continúan vigentes actualmente.
Dos explosiones y cuatro tiroteos tuvieron lugar en espacios públicos como el restaurante Petit Cambodge, la sala de conciertos Bataclan, una brasserie cercana al Estadio de Francia y, también, varias calles de la ciudad. El presidente François Hollande cerró las fronteras y habilitó el estado de emergencia en el país. Esto conllevó medidas como la suspensión de la libertad de circulación e información, allanamientos sin orden judicial, imposición de toque de queda, expulsión de inmigrantes y refugiados o la prohibición de protestas y manifestaciones en la vía pública. El estado de emergencia estará activado hasta finales de febrero.
Amparados por esta medida, según informó el diario español El País, a principios de diciembre habían sido realizados cerca de dos mil registros sin mandato judicial, habían sido detenidas 210 personas y se habían cerrado tres mezquitas salafistas. El ejecutivo francés se propone ahora modificar la Constitución para poder mantener varias medidas contempladas en el estado de emergencia, de forma permanente. Con esta modificación también se pretende habilitar al Estado para retirar la nacionalidad a yihadistas con doble nacionalidad y que hayan nacido en Francia. «La seguridad está por encima de la estabilidad», afirmó François Hollande el 16 de noviembre, haciendo referencia a que los gastos en defensa no iban a entrar en el proceso de ajuste presupuestario.
Ante esta coyuntura, varias organizaciones como el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) o Amnistía Internacional (AI) denuncian la situación represiva y discriminatoria que afecta a los inmigrantes y refugiados en la región. Varios barrios habitados por una mayoría de población inmigrante o musulmana han sido escenario de duras acciones policiales, como el municipio bruselense de Molenbeek, poblado en su mayoría por comunidades árabes, y catalogado como “refugio” yihadista en la UE.
La dureza represiva y xenófoba que ha caracterizado a la reacción del líder socialista ha dejado sin argumentos a la derecha y a la ultraderecha francesas, cuyos líderes aprueban la actuación del mandatario. Por otro lado, en el Parlamento francés apenas hay oposición a su actuación represiva. También buena parte de la población francesa aplaude este tipo de medidas, ya que, según encuestas, la popularidad de François Hollande se ha disparado en las últimas semanas a raíz de la gestión de la crisis. Incluso dos familias víctimas de los atentados recriminaron públicamente al mandatario su falta de mano dura antes de los sucesos. “Era antes cuando se debía haber actuado. Los atentados del mes de enero tenían que haber bastado”, escribió en Facebook Emma Prévos, hermana de un fallecido en la sala Bataclan. En su escrito, compartido por 21 mil personas, Emma reprochó al gobierno que haya tenido que morir su hermano para que el gobierno se plantease cerrar 89 mezquitas y decidiera iniciar bombardeos en Siria.
Según dos sondeos, el jefe del Estado ganó 22 puntos en el nivel de aceptación popular; un alza que ningún presidente francés en ejercicio ha registrado en la historia. Sin embargo, en las elecciones regionales que tuvieron lugar el domingo 6, los franceses castigaron al Partido Socialista y apoyaron en mayor medida al partido de extrema derecha Frente Nacional, liderado por Marine Le Pen, el cual se impuso a los socialistas y republicanos, acaparando 30 por ciento de los sufragios. Así, el Frente Nacional se erigió como primera fuerza política en Francia, con un discurso eminentemente xenófobo y discriminatorio contra a la inmigración.
Sin embargo, en la segunda vuelta de estos comicios, celebrada el pasado domingo 13, la derecha liderada por Nicolas Sarcozy se impuso, con el partido Los Republicanos, a la formación de Le Pen. El Frente Nacional finalmente no logró la victoria en ninguna región, pero triplicó el número de consejeros regionales respecto a los conseguidos en los comicios de 2010.
El cinismo de occidente
Los postulados eminentemente racistas ligados a la premisa del “choque de civilizaciones” que el politólogo estadounidense Samuel Hunttinton acuñó en 1993 volvieron a hacerse patentes en una Europa marcada por el crecimiento de la ultraderecha. Sin embargo, contrariamente a la sicosis colectiva fomentada por los medios de comunicación de masas, en los últimos 15 años únicamente 2,6 por ciento de las muertes por terrorismo tuvieron lugar en occidente, según el Índice Global de Terrorismo 2015. Este informe analiza el impacto de la violencia terrorista en un total de 162 países. Según el texto, 78 por ciento de las muertes y 57 por ciento de los ataques terroristas que tuvieron lugar en el mundo en 2014 se produjeron en Afganistán, Irak, Nigeria, Paquistán y Siria.
Más de la mitad de asesinatos y masacres de esta índole registrados en 2014 se atribuyen a los grupos Boko Haram y Estado Islámico. Nigeria fue el país que experimentó el incremento más alto en actividades terroristas, con 7.512 muertos en 2014, 300 por ciento más que en 2013. Irak sigue siendo el país con mayor impacto por terrorismo, con 9,929 muertes, el número más alto registrado para un solo país. Según esta investigación, en 2014 aumentaron las muertes por este tipo de violencia en 80 por ciento respecto a 2013, contabilizándose un total de 32.658 personas asesinadas.
Por otro lado, la otra vertiente de la respuesta francesa a los atentados de París fue el incremento de los bombardeos sobre las posiciones del Estado Islámico en la ciudad siria de Raqqa, considerada una suerte de capital del Estado Islámico en la región. Con el envío del portaaviones Charles De Gaulle al territorio, el ejecutivo francés triplicó el número de cazabombarderos en el país gobernado por Bashar Al Assad. El primer ataque sobre Raqqa se hizo en coordinación con EEUU y sin el consentimiento del gobierno sirio. Las naves despegaron de bases situadas en Jordania y en Arabia Saudí.
En este sentido, el método de actuación del gobierno francés recuerda al que siguió George W. Bush tras el atentado del 11 de setiembre sobre las Torres Gemelas. Al igual que el 11-S sirvió entonces al gobierno estadounidense para justificar las invasiones de Irak y Afganistán, los recientes atentados sirven de excusa para reforzar la presencia militar en Siria, cuyo gobierno, independiente del poder occidental, resistió hasta ahora los intentos de desestabilización y la guerra civil que las potencias occidentales llevan cuatro años alimentando contra él.
Al igual que en los años 80, cuando EEUU hizo fuertes a los muyahidines para acabar con el gobierno socialista de la República Democrática de Afganistán, desde 2011 los gobiernos occidentales llevan apoyando de forma impune a yihadistas en Siria para derrocar al gobierno socialista y laico de Bashar Al Assad. Varias voces del senado estadounidense, entre ellas la de la propia exsecretaria de Estado, Hillary Clinton, han reconocido que el propio Pentágono ha alimentado al Estado Islámico entrenando y equipando a radicales islámicos entre las fuerzas rebeldes sirias. Varios expertos militares occidentales afirman que tanto Turquía como la monarquía absoluta de Arabia Saudí, aliada de la OTAN, han supuesto apoyos fundamentales de esta organización, surgida, en su origen, de las cenizas que EEUU dejó en sus invasiones a Irak y Libia.
En este sentido, se hace necesario tener en cuenta que de nuevo el radicalismo islámico ha sido alimentado por las potencias de la OTAN para derribar a un gobierno independiente. Y, tal como pasó en el año 2001 en EEUU, esos mismos engendros fanáticos previamente armados y financiados por ellos, se volvieron en su contra, haciendo pagar a la población francesa los crímenes e injerencias de su gobierno.