“Quiere ser flor
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Alfredo Zitarrosa.
Los últimos días de agosto fueron conmovedores. El hallazgo de un esqueleto completo en el Batallón 13 de Montevideo, a pocos días de la conmemoración del Día de los Detenidos Desaparecidos (30 de agosto), renovó la certeza de que hay que seguir buscando, insistir en el esclarecimiento de la verdad ya que no hay libro cerrado ni página alguna que pueda darse vuelta -como algunos famosos políticos han tratado de imponer en el discurso público-.
El Colectivo Memoria de Toledo viene trabajando hace tiempo en la localidad. Una localidad especial en la que hay un Batallón y una Escuela Militar y que, al decir de algunas docentes integrantes de este grupo, es un espacio en el que aún se susurran las verdades, aún hoy hay “cuestiones de las que no se habla”. El viernes 30 de agosto, inauguraron el Camino a la Memoria y el Sitio de Memoria en el predio del Batallón 14 donde allá, entre los años 2011 y 2012, se hallaron los restos del maestro Julio Castro y de Ricardo Blanco, dos uruguayos detenidos desaparecidos durante la dictadura militar. El odio que dio origen a estos asesinatos es contrarrestado por el amor expresado en el homenaje que configuró el acto de apertura formal de este nuevo sitio de memoria.
La socióloga Elizabeth Jelin habla de los “trabajos de la memoria” para plantear el abordaje de la memoria desde lugares activos, productivos, en la búsqueda de sentido desde el pasado hacia el futuro, entre “el espacio de la experiencia” y “el horizonte de expectativas”.
Por eso son tan importantes estos colectivos que se organizan para reclamar la verdad, la justicia y la memoria, con la intención de activar la atención social. Son grandes reivindicadores, guardianes del pasado que -entre otras actividades- elaboran rituales, conmemoraciones y marcas simbólicas en lugares públicos. Son, en definitiva, equipos constructores de memoria, obstinados en hacer de lo ocurrido oportunidades de reflexión para el “nunca más”. Con frecuencia se utilizan las fechas y los aniversarios como pretextos especiales para la actualización del pasado y se realizan acciones concretas, de carácter material como en este caso el Memorial de Toledo, oportunidad en que el espacio público es ocupado por marcas y manifestaciones que den cuenta de lo ocurrido, de advertir que ese lugar no es un sitio cualquiera de la localidad, fue el escenario del horror en un tiempo y hoy es un espacio recuperado para la lucha democrática y los derechos humanos.
Entre el repertorio de estrategias que este colectivo pone en juego, las charlas con los ciudadanos en general y con los estudiantes en particular permiten ofrecer un camino hacia la comprensión de esos retazos de vida en los que quiere hacerse foco. Hay mucho de aquello de lo que Benedetti nos hablaba: “Sentimientos insoportablemente actuales / que se niegan a morir allá en lo oscuro”.
Es necesario abordar la pedagogía de la memoria en los centros educativos aun cuando sepamos que es difícil, fundamentalmente porque la memoria despierta tensiones, porque en el aula se suscitan versiones dispares e historias de vida diversas. Pero no hay mejor forma de abordarla desde la firmeza del respeto a la vida. Por eso hablar de los “trabajos de la memoria” es imprescindible, implica el desafío de referirnos a la memoria como producto de un proceso intersubjetivo de significación y resignificación ineludible, más allá de las tensiones que despierta. Hay que abandonar el susurro y conversar a viva voz sobre lo ocurrido, educando para la defensa de la vida.
En la recogida de información sobre este homenaje, me resultó emocionante el relato de Elena, una profesora de Biología ya jubilada que relata su dedicación a este trabajo, en Toledo, su pueblo, explicando que “es esta cosa que tenemos los docentes de la necesidad de trabajar con el otro, por los derechos humanos”. Su relato señala dos instancias clave de emotividad: la presencia de los estudiantes de CeCap (Centro de Capacitación), adolescentes que llevaron al acto como homenaje una bandera uruguaya con la firma de todos y cada uno de ellos y las palabras que le tocó leer, una nota escrita por las hijas de Ricardo Blanco que viven en la ciudad de Mercedes y no pudieron estar presentes. ¡Qué difícil es hacer una lectura clara cuando el corazón se sacude y la emoción embarga! Fueron unas líneas cargadas de humanidad que rescatan al hombre “de mirada serena y palabras cálidas que brindaban esperanza, de estrepitosas risas” que recorría con su bicicleta las “calles de la coqueta del Hum”.
Por ellos, por cada historia que quedó truncada, por cada familia desconsolada que merece saber la verdad, por las risas y las palabras que quedaron sin decir, hay un imperativo ético irrenunciable.
Celebro la creación del Memorial de Toledo, porque siento que estos lugares que se ofrecen como recordatorios nos despabilan de las amnesias cotidianas para recordarnos, como dijo don Mario, que aún “hay cadáveres que miran desde sus huertos” y no podemos, no debemos ser indiferentes.