Cuando los italianos supieron por Netflix que ellos eran los autores de la canción inspiradora del asalto a la Casa de la Moneda de Madrid, fue el principio del fin de Mario Draghi.
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Empezaron a cantarla en el subte, en los trenes, a capella, con orquestas sinfónicas multitudinarias en las plazas, le metieron millones de likes a la versión de Goran Gregoric y se la fumaron en las pautas publicitarias que les vendieron “Ferrari y Lamborghini lives”. Hasta en Los dos papas la metieron. Resultó que también era la canción favorita de Bergoglio para aterrizar en Roma.
El profesor que dirigió el asalto a La Casa de la Moneda acusó, en el capítulo final de la primera temporada de la serie, al Banco Central Europeo de haber inyectado liquidez en los mercados con mayor alevosía delictiva que la de su banda. El responsable del delito era Mario Draghi, a la sazón presidente del Banco Central Europeo desde 2011 hasta 2019 y luego del Consejo de Ministros de Italia.
Draghi es un economista del Instituto Tecnológico de Massachusetts, que dedicó su vida a “calmar los mercados”, al euro y a la OTAN. Lógicamente fue apoyado por el Partido Democrático y por el Partido Demócrata (la versión americana del italiano, el Al Pacino del Vittorio Gassman de Perfume de mujer, muchos años después; cuando ya nadie sabía que el italiano y Gassman habían sido un poquito comunistas en tiempos de Burt Lancaster y Antonhy Queen en Cinecitá, ni saben qué cosa fue Cinecitá; lo más parecido que vieron fue la serie de Netflix sobre Trotsky, un rockstar judío que follaba groupies en un tren blindado). En ese contexto apareció Giorgia Meloni, una comunista de verdad, que se peleaba con Ursula Van der Lugen, de la comisión europea, atacaba el austericidio económica de Draghi, y era sospechosa de populismo y hasta de ser amiga de los amigos húngaros y polacos de Putin. Dos semanas antes de las elecciones que este domingo Meloni le ganó al PD, Van der Lugen la amenazó con “instrumentos para controlarla si se salía del libreto del Banco Central Europeo”. En rigor, con no entregarle los 200.000 millones de euros que le corresponden a Italia, de las finanzas comunes de la UE, por ser la tercera economía de la zona. Eso enfureció a los italianos, que comprendieron que Meloni tenía razón en elogiar a Mussolini. Seguramente había sido un soberanista italiano antiimperialista enemigo de Mario Draghi.
Mireia Vehí, la líder del de la catalana CUP, único partido en el parlamento del Estado español que orgánicamente no aplaudió de pie al comandante en jefe del nazi batallón Azov, apuntó a los gobiernos tecnócratas de los últimos años en Italia para explicar la victoria de Meloni. "Las políticas neoliberales y los gobiernos tecnócratas abren la puerta a la extrema derecha". "Es el neoliberalismo el que abona el terreno de la ultraderecha", sentenció. Aunque en definitiva lo sentenció el electorado italiano, con solo un 63,9% de participación para una contundente victoria de la fórmula Meloni-Salvini-Berlusconi.
Draghi les dijo a los italianos que tenían que saber quiénes eran sus amigos y sugirió a Macron (Rochild, la FED) y a Schols, “al europeísmo”, pero los italianos se acuerdan que, durante la pandemia, Salvini pagó los trasplantes de médula en sus hospitales por acuerdo con Venezuela, aunque esta, aun teniendo el dinero, no podía pagarle porque el banco portugués donde está todavía depositado al efecto obedece al Pentágono. Y el gobierno portugués no interviene (dice que “es de izquierda”). Italia no se entrega. Recurrió a la ayuda más valiosa, china, cubana, venezolana, de Rusia, que envió 13 vuelos a Roma con material contra el coronavirus. Fue una verdadera historia de partisanos. Por cierto que los italianos saben quiénes son sus amigos y por eso votaron la única opción que, de alguna manera, los acerca a ellos.
Los italianos no olvidan. Cuando mandó donaciones a Italia, China lo hizo con un poema de Séneca grabado en las cajas con vacunas: "Somos olas del mismo mar, hojas del mismo árbol, flores del mismo jardín". Mientras Canadá acaparó reservas de vacunas para unas diez veces su población, Reino Unido y Estados Unidos, con vacunas propias, prohibieron en distintos momentos exportarlas. Y 19 millones de dosis de Astra Zeneca, fabricadas en Holanda, fueron halladas escondidas en Italia para llevarlas de contrabando a Inglaterra. Amigos no son los enemigos.
PDI sedicente y PCC progresista
El Partido Democrático Italiano y el Partido Comunista de Cuba tienen el mismo origen leninista, o sea: están originalmente de acuerdo con el primer gobernante en el mundo que legisló explícitamente a favor de los homosexuales (hubo anteriores que en los hechos los favorecieron pero no universalmente ni por escrito -el más próximo fue Friedrich Hohenzoller, quien prohibió la tortura en Prusia, donde los homosexuales eran sentenciados a morir en tortura; entre ellos lo había sido el amante de Friedrich-), con la primera ministra republicana de Estado en la historia universal, Innessa Armand, nombrada ministra de Bienestar Social del gobierno bolchevique, el 11 de noviembre de 1917, con La revolución sexual en la URSS (leer el libro de Wilhem Reich y Escucha, hombrecito) y ambos son entonces, por la más raigal tradición, progresistas.
Pero el de Cuba es soberanista mientras que el metamorfoseado “Democrático” italiano es vasallo del Pentágono. Por eso los postulados progresistas del PDI son meramente tribuneros y, en definitiva, una excusa para pasar por “liberales” sus políticas financieristas, a tal punto que movimientos feministas y Lgbtiq lo acusan de desprestigiar adrede la causa de los derechos regalándoles a los antiderechos el poder de instrumentar las leyes (que en Italia son bastante eufemísticas) en sentido contrario. En cambio en Cuba, el mismo domingo que el Italia el fascismo pintoresco le ganaba al clásicamente definido del PDI (apoyo a lo más terrorista del capital financiero imperialista), el PC profundizó el legado de Alexandra Kollontai, con más del 74% de participación electoral.
Cuba se transformó este domingo en el único país del mundo que sometió a referéndum un código de las familias. Ante el silencio unánime del “occidente colectivo”, con el 68% de los votos a favor, se aprobó en Cuba el matrimonio igualitario y la adopción por parejas del mismo sexo, entre otras leyes sin eufemismos. El progresivo verdadero es revolucionario.
De Berlingüer a Letta
Dice Atilio Borón: “La derecha radical europea es hija de la profunda crisis del capitalismo global y de las guerras que Washington ha estado provocando en el Mediterráneo oriental (Siria, Líbano, Irak), en Libia, en el Medio Oriente (Yemen, el genocidio de los palestinos a manos del régimen israelí), su criminal aventura en Afganistán y, ahora, la “guerra por procuración” que gracias a Volodímir Zelenski, un criminal de guerra disfrazado de Rambo y completamente al servicio de Washington, se libra en Ucrania tensionando aun más el equilibrio de las sociedades europeas. Si la primera, la crisis capitalista, arrojó millones de subsaharianos y habitantes del Medio Oriente y Asia central hacia sus metrópolis coloniales, las interminables guerras del imperio terminaron por alterar con sus grandes oleadas de refugiados la fisonomía sociológica de la vieja Europa de posguerra: blanca, cristiana, étnica, política y culturalmente homogénea. Eso ya es cosa del pasado y cualquiera sabe que en estos procesos de acelerada transformación de la estructura sociodemográfica y cultural de una sociedad invariablemente surgirán grupos que rechazarán visceralmente esos cambios y desarrollarán una conducta agresiva ante los indeseables “invasores” procedentes de otras latitudes y, para colmo, portadores de unas culturas, valores, prácticas sociales radicalmente distintas a las preexistentes que, por supuesto, con consideradas como “normales” y de universal validez.
Meloni y la extrema derecha italiana representan la reacción ante ese estado de cosas”.
Hace una punta de años (yo tenía 24), entrevisté junto a Daniel Feldman, para las secciones de internacionales de dos medios diferentes, al delegado de la Juventud Comunista Italiana, un compañero de unos 40 años, que prefirió no hablar (eran tiempos de Berlingüer, el secretario del PCI de la “equidistancia”) de las bases de la OTAN ni de los misiles que pronto usarían a Italia para pista de bombardeo en Yugoslavia, detonando la migración por el Adriático que desestabilizó al gobierno del Olivo, primer gobierno con eje comunista en Italia, presidido por Máximo D’alema. La contemporización del Olivo fue rumbear con Giorgio Napolitano hacia el liberalimperialismo, mal llamado “socialdemocracia”, hasta mimetizarse, travestirse y transustanciarse en sus antiguos enemigos, al punto de que actualmente, para adaptarse al “centro” que corrió hacia la extrema derecha, el PDI tiene un secretario general proveniente de las filas de Andreotti, Enrrico Letta.
“En una situación tan extrema como esta, en donde el futuro de la humanidad está en riesgo, no hay lugar para tibios ni neutrales, ni para quienes confunden la política con un infinito diálogo habermasiano del cual supuestamente brotará un acuerdo. Aquel está muy bien para los claustros universitarios, pero para gobernar hay que hablar lo mínimo indispensable y actuar con la máxima energía para doblegar a quienes defienden con fiereza sus intereses, no quieren que nada cambie y quieren que todo siga como está. No se los convencerá con palabras ni con la eterna búsqueda de imposibles consensos.
La incapacidad que las izquierdas (o el progresismo en general) han demostrado en Europa hizo que la protesta ante los estragos de la mal llamada civilización del capital esté siendo capitalizada por los demagogos neofascistas. Sería bueno que en Latinoamérica aprendiéramos la lección y que la izquierda y el progresismo hagan lo que tienen que hacer, sin esperar a mágicas modificaciones de la tan remanida “correlación de fuerzas.” Un año después de la Marcha sobre Roma de 1922, tan admirada en estos días por la Meloni, la marxista y feminista alemana Clara Zetkin (a quien se le debe la celebración del 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer) escribió que el “fascismo era el castigo que se le aplicaba al proletariado por no haber sido capaz de continuar la revolución iniciada en Rusia.” Sería imperdonable que olvidáramos tan sabia observación”.