Es casi una confidencia privada, lector. Pero puede generalizarse a cualquier persona, por lo menos en Uruguay. Y es un problema ampliamente sufrido, aunque en grado variable según obra, encargados y sensibilidad de los afectados a esos asuntos. Y que argumentaré que merece atención legislativa, precisamente por la profundidad de las consecuencias y la relativa incapacidad de los afectados por obras sanitarias, sin posibilidad de conocer de cosas sanitarias ni de reaccionar a tiempo a la cadena imparable de atropellos sufridos desde el comienzo al fin de estas desventuras.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
Gravedad y profundidad de los daños y perjuicios sufridos
Mire lector que no es solo ni meramente un problema de hipersensibilidad mía y de otros como yo, aunque pueda haber algo de eso.
Un amigo arquitecto que se radicó hasta su prematuro fallecimiento en Estados Unidos había comentado el asunto a un amigo común, psicólogo: había, ya hace 20 años, muchas investigaciones y experiencia sobre los terribles efectos de las obras sanitarias en sus residencias particulares. Se hablaba de traumas fuertes, de gente que debía irse durante las obras para no tener crisis psicóticas, de diverso tipo de consecuencias graves que los titulares de obras sanitarias deberían conocer para evitar ciertas ofensas y humillaciones que cometen ignorando sus dimensiones. Y porque a medida que se investigue y adquiera experiencia, es altamente probable que se vuelvan crecientemente frecuentes juicios civiles con demandas a cargo de propietarios y residentes de inmuebles por daños, perjuicios y daño moral contra los ejecutores y responsables últimos de las obras sanitarias cuestionables y cuestionadas.
Creo que todos los lectores tienen mayor o menor, mejor o peor experiencia propia o narrada por otros de los tremendos avatares que acompañan a las obras sanitarias en residencias que se mantienen parcial o totalmente ocupadas durante las obras. Pero quizá no han reflexionado sobre la profundidad de los daños y perjuicios materiales y simbólicos que ocasionan las obras sanitarias, y otras obras de reparación que impliquen destrucción y perjuicio de bienes de valor material variable, pero de significación simbólica y afectiva no completamente conocida por los ejecutores.
Impacto material y simbólico de invasiones, daños materiales y morales
Uno. Residentes y propietarios sienten la llegada, salida y permanencia de los operarios como una ‘invasión’.
La ‘invasión’ tiene diversas etapas de extensividad e intensividad. Hay un ‘desembarco anunciado’, que consiste en la penetración, con intereses muy diversos de los de sus moradores, de tropas de asalto munidas con instrumental más o menos impresionante, que inmediatamente toman posesión del ambiente sustituyendo y subordinando los objetos privados y hasta ancestrales, que súbitamente son convertidos en meros obstáculos al magno objetivo sanitario, perdiendo así toda significación estética, ornamental, de recuerdo, y con su integridad material en riesgo.
Mi padre decía que el personal de reparaciones, pero especialmente el de limpieza, ‘toma posesión’ del lugar mediante la ocupación del máximo de espacios y el arrinconamiento de los residentes, en show de poder que compensa simbólicamente -probablemente más allá de la percepción de los actores- la asimetría de estatus entre trabajador y residente; es una venganza y pulseada de poder para las cuales no todos los invadidos tienen igual sensibilidad y medios de defensa que los invasores: un balde en un lugar, unos trapos en otro, electrodomésticos por doquier y encendidos en lugares innecesarios, líquidos y productos de limpieza ubicuamente distribuidos, radios (antes) y celulares (ahora); en el caso de los celulares, sin auriculares completan la invasión de ruidos con otras sonoridades generalmente chillonas y de barata moda, y con auriculares se colocan más lejos de ser importunados por los residentes con observaciones, sugerencias y pedidos ad hoc; remarcan implícita y gestualmente que ellos saben lo que hacen, seguramente mejor que lo que los molestos e intrusivos dueños sugieren. Es otro ítem de la lucha de poder y de compensación de estatus que acarrean las reparaciones domiciliarias con permanencia de sus residentes durante su transcurso.
Dos. Los daños y perjuicios sufridos son insuficientemente considerados por quienes justifican de modo excesivamente fácil su depredación como de gente que está simplemente haciendo su trabajo, contratado por sus sufrientes víctimas.
Los objetos, aun los más queridos emocionalmente por sus dueños, es imposible que signifiquen lo mismo que para ellos, ni que se aprecie el daño moral simbólico que se comete con daños y destratos a objetos con profunda significación, lógicamente ignorada por los operarios, a quienes no les interesa mucho saberla, quizás porque ignoran esa dimensión de su trabajo; tampoco están preparados en sus cursos formativos para ello. Y cuando hablemos de ‘destrato’, no creemos que sea intencional, sino que ya el manejo ajeno de cosas propias, privadas, confidenciales, de significado íntimo e intransferible, es sentido como invasivo y violador, haga lo que haga quien lo manipula, aun con cuidado manifiesto.
Tres. Nada resume tan bien el carácter de ‘invasión’ y de ‘violación simbólica’ de esas obras sanitarias como el manejo de los ruidos y suciedad suscitadas por las obras, y las irrespetuosamente malas soluciones habituales a ruidos y suciedad, en especial a esta. Que es el aspecto que creemos necesita más urgente legislación nacional.
Porque el nivel de ruido provocado por lo que se rompe para construir luego en su lugar es patógeno y puede tener consecuencias de disminución auditiva, además de la molestia personal, familiar y ambiental. En las obras callejeras con ruptura de calle, hay cascos que aminoran drásticamente sonido y ruidos; pero los auriculares de celulares, computadoras y plasmas no aíslan suficientemente, y si lo hicieran, impedirían el diálogo y la audición de lo que los residentes desean o precisan oír. Pero los niveles de sonido y ruido perjudiciales auditivamente, además de la molestia, pueden ser objetivamente determinados y medidos. Toda obra debería instalar en sus lugares de operación medidores de los niveles de sonido y ruido actuales; debería ser obligatorio, para que los operarios puedan corregirlo, y para que residentes y vecinos puedan exigir con argumentos objetivos. Más allá de reglamentos edilicios y de normativas municipales y departamentales, la fuerza de leyes nacionales debería ser más vinculante.
Creemos que la suciedad generada por las obras es lo más sublevante e infra-normativizado. Porque es indignante la pequeña porción de lo que ensucian que consideran que tienen que limpiar cuando se van.
Existe un abusivo término quizás impuesto por algún lobby gremial: ‘limpieza de obra’, que significa que no van a limpiar todo lo que ensuciaron durante la obra, sino solo lo que ellos, unilateralmente, declaran limpieza de obra, que es muchísimo menos de lo que ensuciaron para hacer algo para lo que fueron contratados por alguien que no puede creer que solo consideren que deben limpiar esa pequeña fracción de la suciedad arbitraria y abusivamente declarada ‘suciedad de obra’; y el resto no parece que debiera limpiarse porque no fue clasificado como ‘suciedad de obra’ por los interesados en no limpiar todo lo que ensuciaron, sino lo menos posible.
La norma debería ser que los operarios entregaran la obra terminada con la casa en el mismo estado en que se les entregó, porque toda la suciedad se acumuló por la obra, sin la menor contribución del atónito residente a la misma, que ahora debe limpiar sin haber ensuciado y que aquellos que ensuciaron consideran con gesto altivo que no deben limpiar. Si no se les obliga a consensuar en qué consiste la limpieza de obra, o no se define taxativamente por ley, las limpiezas pos-obra seguirán siendo el injusto y sorpresivo atropello que afecta tanto a los contratantes y residentes que tienen la infinita desgracia de ser víctimas de una obra sanitaria en su residencia. En mi caso particular reciente, si no amenazo con no completar el pago de la obra si no respondían a la inmensa suciedad juntada, habría tenido que estar muchos días pagando, yo, la inocente víctima, limpiadores que borraran la mugre acumulada por otros, descomunal y contaminante de todos los ambientes, aunque hice algunos cerramientos recomendantes y protectores de las peores consecuencias en puntos especialmente sensibles del mobiliario y objetos. Simplemente no se debería dejar la limpieza a la iniciativa de los operarios, que tratarán de minimizar el trabajo, ni de un consenso contratante-contratado, con gran desventaja para el contratante en la pulseada, por falta de conocimientos técnicos y en experiencia de regateo especializado.
Se necesitan normas nacionales vinculantes que impidan el desastre sonoro y material que las obras sanitarias provocan, con indignante impunidad, creída además como justificada y debida.
Aunque, muy discepolianamente, podamos afirmar que el caso de la obras sanitarias no es más que un caso particularmente injusto y ofensivo de los servicios de reparación que obedecen a un dictum probado: las obras salen más de lo presupuestado, molestan más de lo esperado, rompen y ensucian más de lo pensable, empiezan tarde, trabajan menos, terminan tarde, y arreglan peor de lo proclamado; pero no solo los sanitarios, también electricistas, carpinteros, mecánicos y toda la fauna de las reparaciones, en especial las que implican destrucción y reconstrucción.
La del estribo, del folklore institucional: ¿sabe usted por qué se rompen tantas cosas en Montevideo? Dicen que es porque alguien lucra con eso. Uno sería la empresa que alquila esas cintas con pivotes que marcan el espacio ocupado y prohibido en las calles; a más roturas más cintas con pivotes, y más porcentaje para el que indica la necesidad de la rotura, que le cobra por ese favor que le proporciona al empresario que tiene cintas y pivotes. Dicen que algo similar sucede con las luces intermitentes que marcan esos lugares. Pero es folklore urbano, necesita confirmación.
Lo que es urgente es que los legisladores, que seguramente, como yo, también han sufrido como víctimas directas o testimoniales de las desmesuradamente injustas obras sanitarias que asolan el país, tomen las medidas legislativas y reglamentarias necesarias para que esto termine o al menos disminuya drásticamente a la brevedad. Es un auténtico asunto de interés nacional, sin banderías partidarias que puedan ignorarlo. Muy traumático, cruel y equivocado. Sublevante. Aunque suponemos que habrá lobbies que sigan queriendo que las obras sanitarias continúen tan injusta y lucrativamente como son ahora, imaginamos fuerzas profesionales, gremiales, quizás hasta sindicales.