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Columnas de opinión | Lacalle | presidente | Heber

SE ESTRECHA EL CÍRCULO

Si Nicolás Martínez sabía, Lacalle Pou sabía

El presidente no es una pobre víctima traicionada por aquellos en los que depositó su confianza. Él y nadie más que él es responsable de haber elegido a quienes le rodean.

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Cayeron varios jerarcas policiales; jefes departamentales, el director de la Policía Nacional Diego Fernández, el subdirector ejecutivo Jorge Berriel y el subdirector Héctor Ferreira (que “renunció” en noviembre)… pero no cayó Heber.

Cayó Astesiano; pero no cayó Heber.

También sigue en su cargo Nicolás Martínez, el secretario personal del presidente Luis Lacalle Pou. Luis Alberto Lacalle Herrera no solo legó a su hijo los clavos de Astesiano y Heber; también le recomendó al Tole, quien lleva más de tres décadas sirviendo a los Lacalle y cuyo padre fue edecán de Lacalle I entre 1990 y 1995. Nicolás Martínez venía de ser secretario del expresidente y fue subgerente general del Banco de Seguros del Estado entre 2002 y 2005, trabajando luego en la Superintendencia de Protección del Ahorro Bancario del Banco Central del Uruguay. En 2012, Lacalle Herrera le sugirió a Lacalle Pou que contratara a Martínez y así fue que se convirtió en el jefe de la primera campaña del candidato a presidente, quedando luego como su secretario personal, una posición de envidiable prestigio y poder.

¿Tendrá que ver ese poder con el hecho de que la “fundación” blanca A Ganar haya ganado varias “licitaciones” por más de 10 millones de dólares en varias intendencias blancas desde que Lacalle Pou es presidente? ¿Será casualidad que la subdirectora de esta organización sea Verónica Martínez, hermana de Nicolás Martínez? ¿Será casualidad que la fundación haya ganado una licitación de la Intendencia de Rocha donde el secretario general es Valentín Martínez, hermano de ambos?

Alejandro Astesiano cayó sin paracaídas desde un avión; arrastrando a varios con él, no a Nicolás Martínez, el amigo al cual el presidente de la República ha considerado públicamente como un hermano.

En el extremo del delirio, el ministro del Interior, Luis Alberto Heber, dijo que los cambios en la cúpula de la Policía Nacional “nada tienen que ver con otros asuntos que tiene el ministerio entre manos”. Ya; tal vez no tenga que ver con lo que el ministerio tiene entre manos; pero sí la Justicia. Heber aseguró que las destituciones (palabra que omitió) obedecen al inicio de “una nueva etapa donde se consoliden los éxitos que ha tenido este Ministerio del Interior en la lucha contra el crimen organizado”. O sea, continúa autoelogiándose y calificando como exitosa su gestión.

En la conferencia de prensa donde anunció las remociones, no ahorró elogios para el director de la Policía Nacional Diego Fernández, a quien, en nombre del gobierno, agradeció los servicios prestados. Lo mismo ha hecho cada vez que un jefe de Policía ha debido renunciar en medio de escándalos, como por ejemplo (entre muchos) ante la “renuncia” del jefe de Policía de Cerro Largo, José Adán Olivera. El intendente Yurramendi calificó su renuncia como “un acto de grandeza”. Recordemos que Lacalle le dio el cargo pese a que el exministro Eduardo Bonomi lo había cesado. Olivera terminó siendo condenado por abuso de funciones agravado y revelación de secreto agravado.

La verdad es que caen por el espionaje realizado contra el presidente del Pit-Cnt, Marcelo Abdala, y Heber tiene que elegir entre hacer caer sus cabezas o que caiga la propia. Hay algo indiscutible: Astesiano no pudo hacer todo lo que hizo (acceder a cámaras de vigilancia, disponer de vehículos y personal y manejar una especie de policía política) sin que el director nacional Diego Fernández y el mismo ministro del Interior lo supieran. Para explicar esto solo hay dos opciones: o son incapaces o son corruptos. Me inclino por lo primero.

El presidente no es una pobre víctima traicionada por aquellos en los que depositó su confianza. Él y nadie más que él es el responsable de haber elegido a quienes le rodean. Él es quien ha designado en altos cargos a personas no recomendables, caso de José Ramiro Reyes Segade, encargado de comercio en la Embajada de Argentina, pese a no haber terminado la secundaria, haber sido condenado como contrabandista en 2002 y estar involucrado en los Panamá Papers.

En cuanto a lo que Astesiano hacía y proponía, si Nicolás sabía, Lacalle sabía. Si uno era su mano derecha, el otro era su mano izquierda.

Los defensores del presidente nos quieren hacer creer que su exjefe de seguridad era un perejil, un bocón, un simple fanfarrón. No es lo que pensaban altos jerarcas de otros gobiernos ni empresarios nacionales y extranjeros que negociaban con él.

Astesiano usó recursos materiales y humanos del Estado para espiar a Abdala, a Lorena Ponce de León y quién sabe a cuántas personas más. En principio, llegó a aceptar la propuesta de un policía (agendado como Marcelo Baiano) de espiar a docentes y alumnos “comunistas” del liceo 41, aunque no habría llegado a concretarse.

En la transcripción de un audio publicada por la diaria, Alejandro Astesiano le dice al exsubdirector de la Policía Jorge Ferreira que un “traidor” le advirtió a Lacalle sobre su historial delictivo. “Cuando yo entré, él andaba con toda la ficha mía. Fue y se la llevó a Nicolás Martínez, que es el secretario del presidente, que me conoce como si… Vo, todos saben. Y el presidente agarró y le dijo: mire, a mí no me venga a hablar del Fibra, yo sé todo del Fibra. Sé lo que hizo para darle de comer a la familia. Del Fibra sé todo, cuidó a mi madre, a mi padre, a mi hermano, a mis hijos. Del Fibra no me venga a hablar”.

El 4 de febrero de 2022 Marcelo Abdala protagonizó un siniestro de tránsito y Astesiano se comunicó con Nicolás Martínez para pasarle filmaciones de las cámaras de seguridad, algo que no correspondía que él hiciera ni que el secretario del presidente permitiera. De la conversación se desprende que Astesiano dirigía todo: prensa y funcionarios.

“¿Qué hacés, Fibra? ¿Esto fue ahora? ¿Chocó este mamado?”, pregunta Martínez.

“Sí, ahora. Que le hagan espirometría ya”, responde el custodio de Lacalle Pou, agregando que ya tiene “dos policías de tránsito” en el lugar y “todo armado por el general”.

Astesiano manifiesta luego: “Las cámaras no me dejan ver mucho, viste. Pero estoy con todo eso ahora. Ya estoy pidiendo resultado de espirometría y todo”. Poco después agrega: “Nico, 1,53 le está dando la espirometría. Ahora dispuso el jefe de Policía que vaya el coordinador hasta ahí y el jefe de zona 1 al lugar, ¿ta? 1,53 la espirometría”.

El secretario del presidente se mantiene al tanto de los hechos por lo que le dice Astesiano, quien, incluso, se ofrece a cometer un delito: “Nico, ya es tiempo para nosotros de matarlo. Hay que matarlo, vo. Que se pongan las pilas: hay que matarlo a este hijo de puta. Estoy a la orden, Nico”.

No es tema aparte que a la Jefatura de Policía de Durazno se le diera el Premio Nacional de Calidad pese a que su jefe, Richard Marcenal, fuera acusado en octubre de maquillar las cifras de los delitos para beneficiar al gobierno. No es tema aparte que Lacalle Pou pretendiera enviar como agregado de Defensa en nuestra embajada en Berlín al capitán de Navío Marcos Saralegui, cuestionado por las organizaciones defensoras de derechos humanos, lo que llevó a Alemania a rechazar el nombramiento por ser un personaje que reivindica la dictadura. No es tema aparte la frase de la senadora Graciela Bianchi (“Yo me encargué de él durante la pandemia”), refiriéndose al periodista Eduardo Preve, cesado como jefe de Subrayado en Canal 10. No es tema aparte que la legisladora buscara información de una docente que se atrevió a cuestionar al presidente en una movilización.

No es tema aparte la amenaza de Argimón a Cristino: “Cuidate; sos muy joven, cuidate”. “Ya hablé para que no te hicieran nada”. ¡La segunda al mando del país amenazando al mejor estilo Corleone y confesando que en Torre Ejecutiva espían todas las llamadas!

No es tema aparte que Álvaro Garcé tuviera que reconocer que entregó a la Fiscalía una versión distinta (de su plan de inteligencia estratégica) a la que había dado a los legisladores, a quienes se acusó de difundir el documento y se les llegó a acusar de traición a la patria. Una burda maniobra que terminó en un verdadero papelón; pero Garcé no cayó.

No es tema aparte la llamada que desde el gobierno se hizo a la dirección del diario El Observador para evitar que se publicara una nota redactada por sus periodistas sobre el pedido de Astesiano al número tres de la Policía Nacional, Jorge Berriel, para que indagara los movimientos de la expareja del presidente. La nota, en un acto de valentía y dignidad profesional que merece nuestro aplauso, fue difundida por los periodistas en las redes sociales.

Espionaje y censura desde la Torre Ejecutiva. Por mucho menos cayó Richard Nixon en 1974 en Estados Unidos.

Sin embargo, y aunque sobran argumentos para un juicio político al presidente, sería un error garrafal pedirlo, porque la coalición lo protegería en el Palacio Legislativo y, entre su cara de “yo no fui” y el poder mediático afín a la derecha, lo convertirían fácilmente en un mártir, una víctima. Así que el frente Amplio debe hacer todo lo posible para que Lacalle Pou continúe gobernando hasta el último segundo que mandata la Constitución, y que al pueblo uruguayo le quede grabado a fuego en la mente y por décadas que votar al herrerismo es llevar a Uruguay a las cloacas.

Ni nuestros hijos ni los hijos de nuestros adversarios merecen esto.

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