“Tabárez pateó el tablero, su herramienta: la humildad, el trabajo y la unidad de un grupo humano notable. La autoridad envidiable de un maestro de verdad”. Jorge Drexler Soy una extraña especie de uruguaya. La verdad es que debo ser de las pocas personas nacidas en este retacito del mundo a la que el fútbol no le interesa. Y seguro que no es por falta de estímulo: nací en una familia de futboleros, fundé mi familia con un hombre tremendamente futbolero y tuve una hija y un hijo que vibran con la circulación de la pelota en la cancha como si de ese ritmo dependiera el flujo sanguíneo que mantiene sus vidas. Pero no sé, yo soy distinta. Sin embargo, mi corazón no puede resistirse a disfrutar la alegría de ver gritar a los “botijas de mi país” con cada logro, con cada posibilidad y con cada concreción de la camiseta celeste. Es que soy profe, y a nosotros, los profes, la emoción de los niños y los jóvenes nos cala en el alma. Tampoco puedo resistir el orgullo de pertenecer a este rincón chiquitito de la geografía del mundo y asistir como protagonista al inexplicable fenómeno de dar a luz tantos futbolistas destacados y hacer temblar, gracias a este deporte, a grandes potencias. Somos parte de este “chiquito gigante” que se para con fuerza con una pelota en los pies, provocando sacudones a los más fieros rivales. La del fútbol es una alegría que se arraiga históricamente en la narrativa de las hazañas de antaño archiconocidas por todos, pero que hasta el año 2010 eran vividas como relatos de lo que supimos ser, pero no podíamos concretar en el presente, como si se hubieran cristalizado en aquel tiempo. Fue como si hubiéramos olvidado cómo hacerlo y sólo hubiéramos podido reservar en la memoria una descripción de lo vivido condenados a no poder repetirlo nunca más. Hasta que acabó el maleficio y, para actualizar la emoción, llegó el maestro Óscar Tabárez. El seleccionador nacional es, sin dudas, un gran conocedor de los aspectos técnicos de este deporte. Sin embargo, analizando sus palabras y ciertas gestualidades que se producen durante las conferencias de prensa o las declaraciones de los jugadores, se desprenden otros saberes que van más allá del fútbol como disciplina y que se configuran, a mi juicio, como la receta de este presente exitoso y esperanzador que la Celeste nos regala cuando compite. Su secreto es el trabajo minucioso y paciente, hilando vínculos y sosteniendo la confianza en que cada jugador logrará sacar lo mejor de sí para darlo generosamente al equipo. Y ahí está la clave: gestar el equipo. El equipo necesita de todos, cada uno tiene su parte y puede aportar a su manera y con sus cualidades para el bien común, que es el objetivo que supera a cualquier otro objetivo puntual. Por eso la Celeste no es un cuadro de estrellas, aunque tenga jugadores valiosos -requeridos en los mejores planteles del mundo-, porque nada lograría una estrella sin el entorno sustentado por sus compañeros haciendo rodar sobre el césped el balón para generar la jugada y lograr el ansiado objetivo. Y aquí no hay acto mágico, hay una convicción paciente de trabajo acumulado en el tiempo. En este mundo de inmediatez, Tabárez viene a mostrarnos cómo el fruto del trabajo de larga data vale la pena porque el tiempo y el esfuerzo dirigidos hacia claros objetivos permiten madurar los aprendizajes, porque “el camino es la recompensa” verdadera. Este hombre prudente, tranquilo, docente de profesión, sabe que lo importante está en la conformación de unas expectativas fundadas en el trabajo paciente e incansable que ilusionan, que entusiasman, que hacen vibrar a los tres millones. Los docentes sabemos que generar un espacio de confianza permite que lo mejor que cada uno porta aparezca. Sabemos también que confiar en el otro genera el deseo de pertenecer, el sentido de estar, la certeza de dar lo mejor para todos. Por eso, cada partido, cada jugada que se hilvana como las puntadas que hacen al bordado final, es la expresión de cómo se arma la trama, en forma colectiva, solidariamente colaborativa, como posibilidad razonable de que lo mejor suceda. Nos ha enseñado también que la fórmula del éxito no depende exclusivamente de las condiciones materiales de la tarea porque él ha trabajado siempre “a la uruguaya”, con una infraestructura austera y, sin embargo, eso no ha sido un impedimento para armar este grupo humano y deportivo que nos hace sentirnos tan orgullosos. Su tarea no sólo se remite a la cancha, por eso ha generado cambios en la forma de vida de los jugadores, que han aprendido a identificar y manejar sus emociones, a poner en palabras moderadas las frustraciones y los enojos, los logros y las expectativas con madurez emocional y mucha, mucha humildad. Las propias declaraciones del maestro son lecciones de vida, son muestras claras de cómo un docente no abandona nunca la tarea de enseñar, son instancias en las que, con el pretexto del fútbol, todos aprendemos. Y, sin duda, sus alumnos, los jugadores, aprendieron bien. Del último encuentro por la fase de grupos, con Rusia, vale recordar la intención de Suárez pasándole la “globa” a Cavani para que se diera el gustazo de concretar el gol tan buscado, y sobre el final del encuentro, al Pelado Cáceres ofreciendo generosamente la chance para que el nuevito de Maxi Gómez pudiera debutar en el Mundial. ¿Hay mayor expresión solidaria de equipo que estos dos ejemplos que acabo de nombrar? La fuerza poética de otro uruguayo creador lo plasmó con precisión perfecta. Nos dice Jorge Drexler: “Porque no alcanza el tesón / ni el esfuerzo individual / puede el corazón grupal / más que un solo corazón / El secreto es la ilusión / de sentir que el compañero / pone al equipo primero”. Quizás de esta alegría que nos regala el fútbol haya que sacar la gran lección que tenemos pendiente aprender y llevar adelante los uruguayos. Hay que armar solidariamente la trama, como nos enseña Tabárez, con los recursos que tenemos, bien gestionados, con actitud paciente y colaborativa, comprendiéndonos y haciendo surgir lo que cada uno puede aportar para ofrecerlo con nobleza, para ser mejores en todos los ámbitos, tejiendo con amor, en forma cooperativa, nuestra sociedad.
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