El batacazo de Jair Bolsonaro es, por más disímiles que sean las realidades de Brasil y Uruguay, un asunto que debe discutirse por parte de la militancia y dirigencia frenteamplista,. Aunque también creo que deberíamos discutirlo todos los que más allá de discrepancias y debates varios, creemos en la tolerancia, el respeto, el intercambio de ideas y la convivencia democrática.
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El tema debe plantearse en sus términos reales y en ese marco parece una realidad evidente que el excapitán, racista, misógino, homofóbico y partidario, entre muchas barbaridades que proclama a voz en cuello, de la dictadura que creó la Doctrina de la Seguridad Nacional y la exportó a toda América Latina, será el próximo presidente de Brasil, país vecino, la mayor potencia regional y nuestro segundo socio comercial.
Es inútil discutir sobre las posibilidades de Fernando Haddad ni sobre la justicia de esta elección. La situación está planteada así y esto no significa resignación, ni negación del PT, ni nada que se le parezca.
Marx decía que la praxis es el único método de verificación, y eso se traduce en aquello de que “la única verdad es la realidad”.
Agrego que estamos ante una nueva constatación de la notable máxima de Spinoza, que hace siglos afirmó que “en política no se debe reír ni llorar, sino que se debe comprender”, a lo que agregamos que ese “comprender” no significa ni por asomo renunciar a nuestros principios y deseos y luchas por una sociedad de justicia, desarrollo y libertad.
Nada de esto promete Jair Bolsonaro, el seguramente próximo presidente del Brasil, que ya obtuvo 50 millones de votos el 7 de octubre.
Lo que sí corresponde preguntar, sobre todo teniendo en cuenta la “marea negra” de gobiernos de derecha que avanza sobre América Latina, es cómo es posible que en un país donde los gobiernos del Partido de los Trabajadores, conducido por quien sigue siendo el hombre más popular, el dirigente obrero de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva, que entre muchos logros sacó 40 millones de brasileños de la pobreza, un individuo con notorios síntomas de peligrosos desequilibrios llegue al poder en tan corto tiempo.
Yo no voy a opinar sobre las causas por las que ocurrió eso en Brasil, porque no soy un sabelotodo, ni voy a hacer leña sobre el árbol caído.
Me temo que los que tienen alguna responsabilidad en la conducción del Frente Amplio y de las organizaciones sociales y no gubernamentales que de una u otra manera constituyen ese extenso arco progresista no tienen otro camino que reflexionar sobre lo que está sucediendo en otros países de este continente en los que asistimos al desmantelamiento de todos los progresos sociales y políticos de los últimos veinte años y sobre todo de las esperanzas de los sectores más postergados por parte de gobiernos que representan a las oligarquías, el capital financiero ligado a las empresas multinacionales, los grandes empresarios rurales y los medios hegemónicos concentrados. Sin perjuicio de que hay que analizar las causas y consecuencias del ascenso de fascismo en Brasil creo que es una inmejorable oportunidad de mirar con cuidado los errores que cometimos, las cosas que hicimos y no hicimos, los problemas que abordamos y no abordamos y sobre todo las esperanzas que frustramos y los malos y buenos ejemplos que dimos.
Si somos inteligentes y evitamos engañarnos con la autocomplacencia, quizás encontremos respuestas que nos permitan entender lo que está sucediendo.
Al menos entender una parte, porque para entender los recovecos más ocultos hay que pensar e informarse más y mejor, porque estas cosas suceden también en muchos otros países y porque otros actores actúan encubiertos para inclinar la balanza hacia donde no queremos.
No queda otra cosa que asumir que si todos los uruguayos vieran como veo yo la obra del Frente Amplio en estos 13 años, no podríamos enorgullecernos de estar más o menos empatado en las encuestas con un candidato como Pompita, que hasta sus propios compañeros del Partido Nacional reconocen que no tiene credibilidad, ni ninguna promesa de mejorar las condiciones de vida de la población, particularmente la más vulnerable, ni acuerdos programáticos con otros sectores de la oposición que puedan darle gobernabilidad de llegar a ganar en las elecciones del próximo año.
Asumamos que más allá del odio que se siembra día y noche, sin descanso, por parte de una derecha voraz y de medios de comunicación muy alineados con ella, debe haber realidades que han alejado del Frente Amplio a muchos votantes frenteamplistas, que han pasado a ingresar a esa columna de los decepcionados que esperaban más de la izquierda o que por una u otra cosa perdieron el amor…..o la inocencia.
No estoy hablando de los ambiciosos que buscan abrigo en otras tiendas, ni los traidores, ni alguna ratita que corre por las amarras buscando un puente para abandonar el barco.
Quiero creer que el “voto oculto” o silencioso, que antes era colorado y después fue blanco, ahora es frenteamplista, como ha señalado Oscar Bottinelli, pero la paridad en las encuestas es elocuente y nada garantiza que los desenamorados vuelvan, aunque no den el salto hacia los candidatos de los Partidos Tradicionales.
Y esos votos y la militancia son más necesarios que nunca en esta época que nos toca vivir, en la que para empezar hay elementos para creer que el Frente Amplio, de triunfar, no tendrá mayoría parlamentaria.
¿Han hecho los dirigentes del Frente Amplio y los parlamentarios y altos funcionarios todo lo posible para que los frenteamplistas de a pie vean los frutos de nuestros esfuerzos?
¿Estamos junto a ellos, escuchando sus necesidades y sus anhelos?
¿Gastamos las suelas recorriendo los barrios, visitando a los vecinos, conociendo sus aspiraciones y discutiendo y promoviendo las soluciones a sus problemas?
¿Se hace todo lo necesario en materia de aquellos temas que aparecen liderando los rankings de conversación, como la inseguridad y la disminución del empleo, sobre todo a nivel juvenil?
¿Hemos reflexionado sobre aquellas acusaciones de corrupción o negligencia administrativa, sobre cómo ellas han sido asimiladas por la gente y sobre las actitudes de los compañeros que de alguna manera han quedado involucrados?
¿No sería oportuno escuchar a la gente en un amplísimo debate nacional, elaborar un programa capaz de dar respuesta a las inquietudes y reconocer con valentía y sinceridad los retrasos, las debilidades, las tozudeces y las vacilaciones?
¿No será el momento de enfrentar los problemas, el programa y las candidaturas en clave de unidad?
¿No tendremos que mostrarnos como lo que somos, pueblo en lucha, sin privilegios, sin beneficios injustos, iguales a los demás uruguayos, compañeros de todos los que desean que en Uruguay nadie sea más que nadie?