Por Daniel Alejandro
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Del otro lado de la puerta me espera una historia que comenzó el 1º de julio de 1917, cuyos artífices llevan el nombre de Pedro Manini Ríos y Héctor R. Gómez. Estoy en la redacción del emblemático diario La Mañana,
hoy semanario, aguardando la llegada de su editor general, Hugo Manini Ríos. En esos pasillos está su pasado, presente y futuro. Su abuelo Pedro, fundador del semanario, fue una destacada figura de nuestro Uruguay, también
impulsor del Club Nacional de Fútbol y ministro en varias áreas: Hacienda, Relaciones Exteriores e Interior.
Decir que su apellido carga con prejuicios y aciertos es más de lo mismo. Porque lo que verdaderamente define a este hombre es que por sus venas corre la sangre de la política y el periodismo por igual. A pesar de todas las
heridas de guerra que ha cosechado su vida, Hugo Manini es un tipo de viejos valores, bohemio por naturaleza, aunque fiel convencido de que aún existen principios que son absolutos, como la ética, la palabra y la lealtad.
En su vida, hay dos banderas que se mantienen de pie: la de la esperanza y la de la lucha incansable. De su padre ha aprendido que la voluntad a veces logra vencer obstáculos imposibles para sobreponerse a las adversidades. Se queda con una frase que solía escuchar de niño y, probablemente, define al hombre que es: “En la vida a veces no vale tener fuerzas para derribar al enemigo, sino tener la convicción para creer que lo puedes enfrentar”.
Si solo dependiera de usted, ¿qué título relacionado con Uruguay le gustaría ver en la próxima edición de La Mañana? Le puedo aceptar hasta una utopía.
Que pudimos revertir el oneroso y gravoso contrato con la empresa UPM. Es decir, que se encontrara una salida más decorosa a actuar con una firma del calibre de una multinacional de ese tipo. El título sería: “Uruguay dejó de ser
factoría”.
Hablemos de sus padres. Primero las damas: ¿Cuál fue la mayor herencia que tuvo de su madre?
Mi madre, espléndida, me dejó la herencia del cariño y el amor. Ella era maestra, dejó la escuela para criar a sus hijos y después volvió. Daba clase en Sauce. Mi madre tenía una vocación enorme por los niños. Había puesto un maternal en la calle Gaboto para personas que trabajaban durante el día, que lo bautizó con el nombre de Dionisio Díaz, en homenaje al pequeño héroe del bañado de oro allá en Treinta y Tres. A los niños les daba el almuerzo, la
merienda y también clases. Murió cuando ella misma estaba organizando su festejo de 99 años. Dijo que quería festejar porque capaz no llegaba a los 100 y, un mes y medio antes, por un error de la medicina, falleció. Siempre
alegre. Siempre pensando en los niños.
¿Lloró su muerte?
A mi edad no hay muchas lágrimas para llorar. Pero que la sentí, la sentí. Porque la madre es la madre siempre, a pesar de los 99 años. Era el núcleo familiar, la que nos unía a todos.
¿Por qué a su edad ya no se llora?
Porque ya hemos pasado cosas muy tristes y uno va engrosando la piel. No porque seamos orgullosos. Sí, a veces se llora, pero no es mi manera de reaccionar frente al dolor. Creo que llorar tiene la ventaja que desahoga todo más
fácil.
Cuénteme quién fue su padre y qué tiene en su personalidad de él.
Mi padre era Alberto, nacido posiblemente en 1908. Le decían Gorgo. Te diría que me dejó todo, era de esos padres que se vuelcan a sus hijos. Yo tenía ocho hermanos más y era el mayor de los varones. Lo más importante que
me dejó fue concebir la vida como algo fluctuante lleno de matices.
¿Y le ha hecho caso?
Sí, era un hombre de matices, aunque, después, la historia se hace con esquemas y etiquetas. Él admiraba a una figura del exterior, Mahatma Gandhi, que ya había sido asesinado. En casa, ubicada a cuatro largas cuadras de los portones de Carrasco, teníamos animales de todo tipo. Y él tenía una chiva que se llamaba Beba, con la que a veces salía a caminar, recordando a Gandhi que andaba con una chiva. Mi padre dejó una semilla en un terreno fértil. Yo
también tengo esa mentalidad amplia de medir las cosas con relatividad, sin olvidar que hay principios que tienen absolutos como la ética, la palabra y la lealtad. Le cuento un detalle: mi padre, en su bohemia intelectual, siempre estaba rodeado de ciertas personalidades adictas a la cultura. Era un lector empedernido. Se levantaba en pijama y en un sillón de mimbre se ponía a leer, a leer y a leer.
¿Cuál era su autor favorito?
Tenía varios, pero le diría que William Faulkner, Ernesto Sábato, Jorge Luis Borges.
¿Cuándo más lo ha necesitado a su padre?
En el momento que reconquistamos La Mañana, por ejemplo, porque mi padre murió antes. Pero siguiendo los consejos de él, en la vida todo renace. La vida se muere y vuelve a renacer. Y la voluntad a veces logra vencer
obstáculos y sobreponerse a las adversidades. Ese consejo me lo reflejaba en una frase que repetía una y otra vez, de pronto sacada de la Ilíada o alguna obra griega: “Aprende de mí el valor y el esfuerzo y otros enseñaran la
fortuna”. Él también admiraba a un personaje que consideraba un verdadero estadista de Europa, el general De Gaulle. Papá creía que Charles de Gaulle era un visionario de esa búsqueda incesante del tercer mundo. La tercera
posición, una posición que pudiera ser} equidistante, no el punto medio de los tontos que miden las cosas con métricas inaceptables que no tienen nada que ver con la vida. La tercera posición era una posición independiente
de los dos bloques: por un lado, la Unión Soviética con su colectivismo activo y, por el otro, Estados Unidos con su capitalismo salvaje.
Lo más importante que le dio De Gaulle a su pueblo fue la esperanza. En la guerra fue el hombre de la esperanza. Y
eso es lo que me contaba papá, que en la vida a veces no vale tener fuerzas para derribar al enemigo, sino tener la convicción para creer que lo puedes enfrentar.
Hablemos de enemigos, pero no de personas. ¿Quién ha sido su peor enemigo?
Mi peor enemigo es la bohemia excesiva que heredé de mi padre, aunque él tenía más voluntad para algunas cosas. Yo soy más bohemio, tendría que haber seguido mi camino por el lado de las letras, que era para lo que tenía vocación. Y ante la gran adversidad que sufrí en el 73, opté por dejar eso que me encantaba, que era la docencia. El 75 fue mi último año de docente y me fui a hacer algo para lo que no estaba preparado: iniciar en un campo que era familiar el cultivo del arroz. Hice el curso de los honores de agricultura escalón por escalón, planté yo mismo con la
ayuda de mi esposa, que me acompañó mucho en esto, y me radiqué en el campo a tal punto que por mucho tiempo prefería no venir a Montevideo.
¿Cómo se lleva con la muerte?
La muerte es una palabra que a nadie le gusta, que nadie desea ni para sus adversarios.
¿Y con Dios?
Bueno, soy creyente a mi manera.
¿Reza?
Creo que Dios existe en cosas más importantes que en las pequeñas debilidades del ser humano. La avaricia, el orgullo, la soberbia son mucho más graves. No soy practicante activo de la religión, pero tengo gran respeto por quienes tienen practicas objetivas de devoción a la Iglesia Católica o a otras iglesias incluso. No me rechina la palabra islam o judaísmo, tampoco algunos grupos evangélicos. Tengo la convicción de que la vida no termina con esto
que vamos a tejer algún día, que son nuestras pequeñas vanidades y satisfacciones carnales.
El fin va a ser como una transformación y eso está en todas las civilizaciones. Está en la India, en la reencarnación. Creo que hay un más allá después de la muerte, pero eso no me da satisfacción porque amo demasiado la vida.
Ahora le pido que se ponga en el papel de periodista y ahí en esa silla está Rodó. ¿Qué le preguntaría?
Le preguntaría: ¿cómo sobrevivir a la vulgaridad del siglo XXI?
Y usted que lo conoce muy bien, ¿cuál se imagina que podría llegar a ser la respuesta?
La respuesta ya la dio en varios pasajes: “Hombre de poca fe que sabes lo que tienes dentro de ti, ¿acaso has ensanchado todo lo que puede tener de potencial tu espíritu?”. Busca la solución por el lado de ensanchar tu espíritu y buscar espacios para tu espíritu. Lo veo dictar sentencia como un oráculo.
¿Qué tres cosas lo tienen enamorado hoy?
Lo que más amo hoy en la vida es algo que tiene que ver con la belleza, ya sea de una mujer, una obra pictórica, un poema, un libro en prosa, una buena sinfonía. Es decir que creo que lo que más amo yo es cuando la estética tiene la
oportunidad de manifestarse y expresarse, superando la modalidad utilitaria en que vivimos. Amo el amor familiar, la reciprocidad con mi esposa y, también, le diría que amo a una mujer bella que no deja de provocar esa sensación de que aún estamos vivos.
¿Qué le falta a este Uruguay que le gustaría recuperar de aquel de hace 50 años?
Creo que lo que se perdió es el optimismo que debe tener el ser humano para poder enfrentar y superar las adversidades. Yo hice la secundaria en un liceo público y cuando recuerdo aquel entorno, aquella gente, me sorprende la organización con la que se trabajaba y el espíritu de superación que teníamos todos. No
es porque todo tiempo pasado haya sido mejor, pero cuando pienso que Uruguay tuvo la posibilidad de tener una enseñanza de ese nivel, me da tristeza ver lo que hoy tenemos en materia de educación. Creo que estamos
viviendo un período decadente. Y no quiero hablar de valores o categorías que lógicamente cambian con las generaciones, pero me parece que había una prolijidad en lo que encuadraba la adolescencia que permitía sacar adelante proyectos.
¿Hay esperanza o está todo perdido?
No, nunca está todo perdido. Hay muchas esperanzas porque los cimientos nuestro, la materia prima de los orientales, nos capacita para abrigar la esperanza de que vamos a superar momentos de aparente decadencia que
nos dejan un poco pesimistas a veces.
Hoy, hablábamos de que la vida continúa. Si es así como usted dice, ¿volvería a ser Hugo Manini con todo lo que vivió?
Sí. Vamos a suponer que era cierto lo que me enseñaban de niño aquellos frailes de monasterio de Cerrito de la Victoria, a donde mi abuela materna me envió porque decía que yo debía ser cura. En el momento de rendir las
cuentas, creo que no me sonrojaría. No tengo que arrepentirme de nada. No creo haber cometido nunca en la vida un acto indigno y del cual tenga que pedir perdón. He tenido debilidades pero como todo ser humano. Como
dice la frase: “Vida nada te debo, vida estamos en paz”.
Biografía: Nació en Montevideo y creció en la periferia del barrio de Carrasco junto a sus padres y sus siete hermanos. Fue al Colegio Misericordista en Cerrito de la Victoria y al Liceo N°10 en Malvín. Es editor general del
semanario La Mañana. Padre de dos hijos: Gerónimo, que falleció, y Manuelita.