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Cumbre Trump-Xi Jinping: lo que debía haber sido pero no fue.

Todo hacía suponer, y con razón, que podría ser la reunión cumbre más importante de lo que va del milenio. La primera entre los presidentes de las dos economias más grande del mundo, de los dos países más influyentes del planeta, el G2 de la “nueva modernidad” que nos toca vivir.

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Estaban dadas las premisas para que la cumbre sino-estadounidense,  en la residencia privada del magnaate neoyorquino en la Florida – la “Casa Blanca del Sur” como él mismo la bautizara – , marcara el inicio  de una nueva era en las relaciones entre ambos países y de un cambio epocal en las relaciones economicas y políticas a escala mundial. Por su importancia muchos llegaron a compararla con el encuentro celebrado en Beijing hace 45 años entre Mao Zedong y Richard Nixon,  que iniciara la reaunudación de la relaciones diplomáticas entre la potencia hegomónica de occidente y una  joven Republica Popular, revolucionaria y comunista que empezaba timidamente a asomarse a la escena internacional y a buscar su “lugar en el mundo”. Como lo hicieran sus ilustres antecesores en 1972, Xi y Trump llegaban al encuentro con diferencias tan significativas como importates eran  los temas que debían resolver. Para la República Popular la reunión debía  sentar las bases de una relación bilateral lo que Beijing llama “un nuevo modelo de relaciones entre dos superpotencias” que tenga en cuenta las profundas transformaciones que se han producido desde aquel histórico encuentro. Desde entonces la interdependencia entre ambos creció sin solución de continuidad en todos los planos. Hoy son  el mayor socio comercial uno del otro.  El comercio bilateral pasó  de 13 millones de dólares en 1972 a los 520.000 millones, las inversiones directas reciprocas superan  170.000 millones, el gigante asíatico esel principal prestamista del gigante norteamericano, son más de 200 las ciudades hermanadas y todos los días son 14.000 los ciudadanos de uno y otro país que cruzan a la otra orilla del Pacífico. Para Beijing entonces  el summit debía ser “el que el mundo espera”  porque  “es el mercado que nos obliga: los intereses entre nuestros paises son tales que tu me tendrás siempre frente a ti y yo te tendré a ti”. Hay «mil razones para activar los lazos entre China y Estados Unidos, y ninguna para romperlos», afirmó Xi inaugurando los dos días del coloquio. Mientras China eligió concentrarse  en la estabilidad de las relaciones y los intereses comunes , Estados Unidos hizo hincapié en discutir aquellos asuntos concretos que los separan:  en primer lugar el comercio pero también la amenaza de  Corea del Norte  derechos humanos , la expansión de la Republica Popular en el mar del Sur de China. “Nadie sabe realmente cuales serán los resultados del encuentro” había declarado Trump a la vigilia de la reunión. “China no nos ha tratado ecuamente en el terreno comercial durante muchísimos  años. Además tenemos el problema de Corea del Norte” explicó el presidente anticipando los dos temas más importantes y hurticantes de la reunión. En el área económica, el comercio fue  el protagonista absoluto. China mantiene un superávit de 319.000 millones de dólares, la mitad del déficit comercial de Estados Unidos. Trump, que desde que asomara a la escena política no se cansa de acusar a las exportaciones chinas de perjudicar la economía de EE UU, quiere como contrapartida que el país asiático compre más productos estadounidenses , cree más empleos en Estados Unidos y cese de manipular su propia moneda para favorecer sus ventas al exterior. «El encuentro será muy difícil porque EEUU ya no puede enfrentar durante más tiempo un déficit comercial tan enorme y estar perdiendo empleos», escribió Trump en su cuenta de Twitter una semana antes. La respuesta de Xi fue tan prágmatica como el reclamo de su socio-rival y se comprometió a importar más productos de Estados Unidos, no solo para calmar a su anfitrión sino porque el  modelo económico,, la “nueva normalidad”  que desde hace tres años impulsa Beijing, se basa  más en el crecimiento del consumo y el sector servicios que en las exportaciones y las faraonicas inversiones en infraestructura. Corea del Norte, que un día antes  disparó un nuevo misil balístico al mar de Japón, fué el otro gran tema que se “robó” las conversaciones. La amenaza norcoreana de desarrollar un misil balístico que pueda alcanzar territorio continental estadounidense, es un peligro real para Washington y quiere que Beijing,  el principal aliado de Pyongyang,  presione a su vecino. Para China el peligro no son las armas nucleares sino las consecuencias que podría tener en su frontera la desestabilización del gobierno de Kim Jong-un. Xi respondió que esta haciendo todo lo que esta a su alcance  y puso como ejemplo  su reciente embargo a las importaciones de carbón norcoreanas, una de las principales fuentes de ingresos de ese país. Los dos presidentes llegaron a la reunión en un momento crítico para sus propios países. China en menos de 4 decadas ha consolidado su espectacular crecimiento y extendido su influencia política, economica y financiera a escala planetaria pero al mismo  tiempo debe confrontarse con nuevos riesgos y severos desafíos tanto a nivel nacional como internacional. Por su parte para Estados Unidos el ingreso de Trump a la Casa Blanca ha comportado no solamente  cambios radicales,  y hasta hace muy poco , inpensados  en su politica interna e internacional sino tambien un manto de incertidumbre en sus relaciones con el resto del mundo. El summit tenía lugar en momentos de profundos cambios y reformas en el orden político y económico mundial y el mundo esperaba de los dos principales protgonistas una respuesta efectiva a los factores de inestablidad que comportan las transformaciones en acto. Debía y podía haber sido un vertice histórico. En cambio será recordado por el fluido mandarín de la canción entonada por la nieta de Trump y por los 59 misiles Tomahawk estadounidenses  contra las bases areas de Siria, el “indigesto” antipasto servido al ilustre huesped asíatico durante la cena de  bienvenida.

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