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De caballos y animales

Por Enrique Ortega Salinas

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Así como los romanos obligaban a otros seres humanos a pelear por sus vidas en el Coliseo, en pleno siglo XXI todavía hay gente que disfruta viendo cómo un hombre, supuestamente valiente, destroza a un animal o cómo los animales se destrozan entre sí, obligados por los humanos.

Hasta 1835, en Inglaterra, estaba en boga el bull-baiting, que consistía en enfrentar un par de perros contra un toro para debilitar a las reses antes de su sacrificio con la idea de que la carne tendría mejor sabor. De ahí que se considerara bulldog a cualquier perro utilizado para tal fin. Cuando esta práctica fue prohibida, dichos perros fueron condenados a pelear entre sí dentro de un foso o pit hasta matarse.

En México, recién en junio de 2017 fueron prohibidas las peleas de perros. Quienes posean o administren propiedades en las que se desarrollen estos espectáculos, pagarán con multa y cárcel, siendo agravante la presencia de menores de edad. Aún así, continúan las peleas clandestinas, sobre todo vinculadas al crimen organizado. Muchos dueños suelen matar al perro que pierde; pero, por otra parte, varios de los que “ganan” mueren después por las heridas recibidas en combate. Tan lamentable como el daño provocado a los canes con estos eventos era el daño invisible que se producía a la sociedad mexicana, insensibilizándola contra la violencia y festejando el derramamiento de sangre. Tanto en México, como en Colombia y otros países de América Latina, persisten las peleas de gallos.

La dominación española, entre otras lamentables herencias, tuvo mucho que ver con tales costumbres. Sin embargo, y pese al enorme valor turístico que implica la industria de las corridas de toros, hay provincias como Cataluña, Asturias y Andalucía que han optado por evolucionar y han logrado prohibir las mismas, luego de que Canarias diera el primer paso en 1991. El ejemplo fue seguido en América Latina por varios países, siendo Ecuador y Perú algunos de los que más recientemente las prohibieron bajo la consigna de buscar un mundo más sensible y respetuoso con los animales.

Las ciudades francesas Mouans-Sartoux, Montignac, Bully-les-mines y Joucou (Aude) se han proclamado, con orgullo, antitaurinas.

Cuando estuve en España y el tema estaba en debate, los toreros, sus hijos y esposas, así como los empresarios taurinos, tildaban de ignorantes a quienes repudiábamos tales prácticas. En Uruguay, los defensores de las jineteadas usan en las redes sociales la misma descalificación contra quienes se oponen a las mismas. Al parecer, los ignorantes somos nosotros y las bestias son los caballos.

Lástima que los equinos no sepan hablar para dar su opinión y saldar el conflicto.

En las jineteadas no se busca la muerte del caballo; pero sólo en esta Semana de Turismo murieron dos debido a los maltratos recibidos.

Las jineteadas tienen algo en común con las corridas de toros: en ambos casos hay un tipo que busca el aplauso y la admiración demostrando su poder sobre “la bestia”, un pobre bicho que lo único que quiere es que lo dejen en paz en un campo. En ambos casos, toro y caballo son largados a un lugar desconocido entre centenares de seres (también desconocidos) sintiéndose amenazados y lacerados. En ambos casos, el tipo triunfante saluda a su público con el pecho lleno de orgullo tras demostrar que es muy macho. Tan patética muestra de salvajismo es cubierta con palabras hipócritas como “tradición”, “destreza” y “arte”.

Vale acotar aquí que no es lo mismo “domar” que “jinetear”. Domar es amansar a un caballo para que pueda dirigírsele con riendas y se maneje con docilidad, acostumbrándolo a la presencia humana. Esto implica mucho tiempo y paciencia. Por jinetear se entiende montar al equino y mantenerse sobre él soportando sus corcovos, lacerándolo con espuelas y rebencazos para que realice los movimientos más bruscos en aras del espectáculo. A diferencia de la equitación, donde se da un espectáculo entre jinete y caballo, aquí es jinete contra caballo. La diferencia con el boxeo es que ambos contendientes están de acuerdo en subir al ring.

A medida que las sociedades evolucionan, van tomando conciencia que detrás del espectáculo suele haber mucha crueldad hacia los animales; detrás de la gracia que realizan, por ejemplo, en los circos, hay una vida desgraciada entre picanas y latigazos. Afortunadamente, los países que prohíben la utilización de animales en los circos van creciendo. En la argumentación que llevó a la Intendencia de Maldonado a prohibir esto, se expresó: “Las actividades que se desarrollan en espectáculos de circo con animales pueden llegar a ser una auténtica tortura para estos, ya que pasan la mayor parte de sus vidas encerrados en jaulas, incluso encadenados, obligados a trasladarse en espacios muy reducidos, alejados de su hábitat natural y sometidos a adiestramientos estrictos que les impiden desarrollar sus comportamientos naturales”.

Montevideo, por su parte, ha dado motos a los recolectores de basura para que dejen de usar carros con caballos, los que normalmente llevaban carga y latigazos en exceso, y estos sean dados en adopción.

En cuanto a las mal llamadas domas, no toda tradición es honorable. La caza del jabalí con perros puede ser necesaria en algunos campos; pero la caza deportiva del mismo suele dejar al descubierto cierta insania mental que tendremos que repudiar en aras de la evolución del espíritu humano.

He escrito esta nota antes de saber qué resolverá el intendente de Montevideo con respecto a las jineteadas en las festividades criollas anuales. No será fácil hacer lo correcto en un año electoral y a sabiendas que la derecha y la oligarquía rural van a aprovechar esto para denostar al Frente Amplio; pero (si me permiten la tautología) hay veces en que hay que hacer lo que hay que hacer.

No es poca cosa el desafío. La cuestión es entre tradición y evolución. Si queremos que nuestros hijos sean buenas personas, no les regalemos un rifle para matar, sino una mascota para criar. No les enseñemos a disfrutar y aplaudir el martirio de un animal ni a considerar un héroe al que lo mortifica.

Uruguay, en los últimos años, ha sido un faro para el mundo en muchas cosas. Pues, que esta sea otra. Que el planeta se entere que entre la tradición y la evolución, elegimos la segunda; que entre la conveniencia electoral y lo correcto, elegimos lo segundo… y que entre el espectáculo y el amor, también elegimos lo segundo, porque como decía Mahatma Gandhi: “La evolución de una sociedad se mide por la manera en que trata a sus animales”.

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