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Editorial Argentina |

Derivaciones del espionaje ilegal descubierto en Argentina

Por Leandro Grille.

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La revelación de la existencia de una estructura de inteligencia ilegal produjo una verdadera conmoción política en Argentina. La trama que, por el momento, vincula a un agente inorgánico de los servicios secretos de Estados Unidos con figuras del ámbito judicial, de los medios y del gobierno, operando como una mafia, mediante espionaje, aprietes y extorsión para dirigir causas judiciales contra opositores y recaudar dinero, es un misil por debajo de la línea de flotación del gobierno de Mauricio Macri, que hace intentos desesperados por tapar todo.

El caso ya tiene repercusiones internacionales: en Uruguay, porque hay evidencias de que la estructura funcionó en el país: y entre analistas y organismos de todo el mundo, porque es evidente que el gobierno argentino está hasta las manos y actúa con la intención manifiesta de impedir que la investigación avance o, en su defecto,  derivarla a un juez de su simpatía.

Sin embargo, sería un error adjudicar toda esta urdimbre subterránea de espionaje ilegal y extorsión solamente a la vocación política del gobierno argentino de perseguir a los opositores y, especialmente, a la expresidenta Cristina Fernández, que al día de hoy lidera todas las encuestas de intención de voto para las elecciones de octubre de este año. Aunque eso existe, el caso D’Alessio muestra a las claras la mano de Estados Unidos, no sólo porque él mismo se presentaba como agente de la DEA o de la embajada, sino porque a esta altura es insoslayable que reportaba a servicios clandestinos de la CIA y contaba con medios técnicos de altísima tecnología que no podría haberse procurado jamás en el mercado local.

La presencia develada de la CIA en una operación de este calibre es algo que no debe ser tomado a la ligera, como tampoco puede ignorarse que en su viaje a Estados Unidos el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, visitó la sede de esta agencia de inteligencia junto a su ministro de Justicia, Sergio Moro, responsable de la mayor persecución judicial y el confinamiento en prisión del expresidente Lula sin tener pruebas para condenarlo más allá de su sospechosa convicción personal. Todo indica que también Moro trabajaba en coordinación o bajo el tutelaje de Estados Unidos y su comparecencia en la sede de la CIA, así como el acuerdo de intercambio de información que rubricó con el FBI, echa luz sobre sus lealtades.

Si observamos con detenimiento lo que ha ocurrido en Argentina y Brasil, el papel de Estados Unidos en la persecución y proscripción de los líderes políticos de la izquierda va quedando claro, pero la injerencia del Departamento de Estado y sus agencias de intromisión no se limita a esos grandes países. Cada día es más evidente que Luis Almagro, que llegó a ser ministro de Relaciones Exteriores de un gobierno del Frente Amplio, era un agente encubierto. Hubo que esperar a su designación como secretario general de la OEA para que emergiera su rostro verdadero, ubicándolo como el más descarado funcionario proyanqui dentro una organización caracterizada correctamente como un ministerio de colonias. Luis Almagro nunca fue de izquierda. Nunca fue lo que nos hizo creer que era. Seguramente era un agente desde hace muchos años, reclutado quién sabe en cuál de sus misiones. Pero no lo advertimos e incluso llegamos a creer que era un compañero de las filas del progresismo. Algo peor ocurrió en Ecuador, donde el mismísimo Lenín Moreno, vicepresidente durante diez años de Rafael Correa, dirigente indiscutido de la Revolución Ciudadana, al punto de que fue propuesto por Correa como su continuador, terminó convirtiéndose, tras obtener la presidencia, en el más grande adversario de su mentor y el más grande traidor del proyecto popular que lo había impulsado. Sólo un ingenuo puede creer que Lenín Moreno se convirtió en lo que es en los últimos meses. Nadie cambia tan radicalmente su pensamiento y en tan corto período de tiempo. Moreno siempre fue lo que hoy muestra y antes ocultaba ,y siempre trabajó, aunque de soslayo, para su zarpazo. Muy probablemente también fuera un infiltrado.

Cada vez es más claro que Estados Unidos operó con mucha astucia y mucha constancia para desmantelar la experiencia progresista que gobernó durante más de una década en América Latina. Lo hizo en todos los países gobernados por la izquierda, en algunos casos de manera abierta, como en el intento de partir Bolivia, en el golpe de Honduras, el golpe en Paraguay o en los intentos de golpe de Estado, magnicidio y bloqueo en Venezuela. Pero en otros países lo hizo de manera mucho más sutil y no por ello menos agresiva: en Brasil y en Argentina ya es completamente obvio y empiezan a conocerse los hilos de la operación.

Conviene tomar en serio estos antecedentes y preguntarse de qué forma han venido actuando en Uruguay. Ya no hay que cavilar sobre si lo habrán hecho, si le habrán prestado atención a este rinconcito de la Tierra, que parece tan poco atractivo desde el punto de vista geoestratégico: lo hicieron; lo hacen. Han actuado y actúan, operan con la intención de que la izquierda pierda el gobierno y mientras no pueden lograrlo, trabajan para condicionarlo o adaptarlo a sus intereses. Por eso es una muestra de valor muy grande la independencia que ha mostrado Uruguay en el tema Venezuela, así como esta última disposición que obliga a los diplomáticos uruguayos a no reconocer a ningún emisario del títere de Estados Unidos para ese país, autoproclamado en una plaza, Juan Guaidó.

Es muy importante que se investigue cómo operó esta estructura descubierta de espionaje ilegal en Argentina y en Uruguay. A quién espiaron, a quién investigaron, con qué propósitos y con qué vinculaciones. Es importante porque, además, esa estructura no es argentina, es de Estados Unidos y su objetivo es y será siempre perjudicar a la izquierda, desplazarla y, si se le abre la posibilidad histórica, destruirla.

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