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Editorial

Desplumar a un pollo

Por Leandro Grille.

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Con una metáfora peculiar, el expresidente Julio María Sanguinetti anticipó la estrategia del gobierno de coalición para implementar el ajuste: desplumar un pollo, pluma por pluma, para que no grite tanto. Lo hizo en una cena con empresarios que festejaron ruidosamente la ocurrencia, entre aplausos y risotadas, a sabiendas de que el “pollo” no son ellos y las “plumas” no les pertenecen. Fue un momento de sinceridad y algarabía patronal, una misa de clase frente a un predicador de sus intereses, una liturgia exaltada con el viejo de la tribu.

El método de ajuste que se desprende de las palabras de Sanguinetti es lo que habitualmente llaman “gradualismo” y se da de bruces con la filosofía de shock que venía promocionando el presidente electo. Una secuencia “pluma a pluma” supone el ajuste por aproximaciones sucesivas, mientras que el shock remite a motosierra, a tirar el pollo vivo en agua hirviendo y arrancarlo de cuajo. Cualquiera de las dos estrategias conduce al mismo lugar, pero se afirman en psicologías y necesidades distintas. Es bastante obvio que Lacalle Pou quiere hacer todo de una, porque a pesar del riesgo evidente de abrir muchos frentes de conflicto a la vez, la simultaneidad y rapidez del ajuste es la condición de posibilidad cuando el gobierno depende de una coalición parlamentaria inestable entre cinco partidos. Con una estrategia gradual y a mayor plazo se puede quedar sin mayoría parlamentaria a mitad de camino. A Sanguinetti –que es el otro líder de la coalición y, por lo tanto, el principal adversario interno de Lacalle Pou– le sirve más ir pasito a pasito, porque de ese modo se asegura un permanente poder de negociación y veto.

Como sea, vamos a un gobierno de ajuste. De ajuste sobre el bolsillo de los trabajadores, las jubilaciones y las políticas públicas, alentado por las cámaras empresariales que no “soportan” más la carga tributaria. En suma, el objetivo del ajuste, y queda bastante claro en las intervenciones recurrentes de los portavoces del gobierno, es que los que tienen más paguen menos, así el resto de la población, que constituye la inmensa mayoría, se vea privada de derechos, servicios e ingresos. En consecuencia, vamos a un gobierno de clase: de clases altas. Un típico gobierno de derecha, como ya ha habido tantos en Uruguay, pero con una condición excepcional y desafiante para ellos mismos: es un gobierno de derecha que debe actuar en un país donde ninguna de sus políticas de restauración tiene fundamento evidente en la realidad. En Uruguay no hay crisis, la economía crece, la democracia está impecable y buena parte de los argumentos tremendistas de la campaña electoral se vienen desmintiendo día a día y rubro por rubro.

Sin embargo, hay un punto de conexión en esta especie de dilema ergódico de saber si es lo mismo distribuir en el tiempo el ajuste o hacerlo al mismo tiempo en todos lados. Porque es bien probable que Lacalle Pou arranque todas las plumas que pueda en el menor tiempo posible, mientras que los medios de comunicación instalen el discurso de que se están haciendo “las correcciones” de forma gradual. Esa presumible discrepancia entre lo que hará el gobierno y lo que dirán los medios de comunicación que está sucediendo –a la que yo me anticipo a llamar “blindaje”– es una de las claves para dar sostenibilidad política y social a un programa de quita de derechos y redistribución regresiva de la riqueza.

El otro componente de la sostenibilidad es la represión. A mí no me preocupa que me acusen de desestabilizador por afirmar esto. Son imputaciones absurdas e interesadas del nuevo oficialismo. Para arrancarle las “plumas” –es decir, los derechos y conquistas– al pobre “pollo” –que es la gente–, primero hay que engañarlo para minimizar el conflicto, pero si el conflicto se desata igual, el viejísimo remedio de las clases dominantes es caerte a palos. Lo han hecho tantas veces y en tantos lugares del mundo que cualquiera puede pronosticarlo. Además, ellos mismos, en la ley de urgencia que proyectan, pero no revelan, planifican –según sus dichos– derogar el derecho a la ocupación de los lugares de trabajo como extensión del derecho de huelga, incorporar artículos que ya han sido rechazados en el plebiscito “Vivir sin Miedo”, entre otras posibles medidas que bien pueden justificarse por el lado de la seguridad pública y luego utilizarse para reprimir la protesta social, como en Chile, como en Ecuador, como en la Argentina de Macri, como en Brasil, como en Colombia, como en la Bolivia golpista, por citar ejemplos recientes y contemporáneos.

En consecuencia, el propósito del gobierno que se avecina es desplumar un pollo. Se debaten entre hacerlo gradualmente o de sopetón. Pero lo harán, mientras puedan hacerlo. Para eso vinieron. Sus más grandes aliados serán los medios masivos de comunicación. Y su instrumento, en última instancia, será el garrote si la resistencia social escala con la motosierra. El desafío de la izquierda es mantenerse unida, promover alternativas para morigerar el daño social, movilizar la defensa de los derechos y las conquistas, y no entrar, nunca entrar, en las provocaciones. El tiempo pasará y ninguna derrota es definitiva.

 

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